DE LA ECONOMÍA POLÍTICA A LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA: trayectorias del sujeto económico.
Héctor Hugo
Trinchero ( [a]).
Introducción
El
presente texto trata de la construcción
de un discurso , el del hombre económico y una categoría social: el sujeto económico.
Ambos emergentes de confluencias (y
divergencias) de dos campos de producción de saberes: el antropológico y el
económico. Un proyecto interdisciplinario que se construye en un determinado
momento histórico del desarrollo de las ciencias antropológicas y más
concretamente de la antropología social. Aquel en el cual las genéricamente
definidas “ciencias del hombre” van a requerir de otras ciencias, en este caso
las “ciencias económicas”, determinados conceptos, categorías y modelos, que
permitieran a aquella avanzar en su desarrollo sistemático. Ciertamente, si hay
algo en que coinciden los estudiosos del tema es que la antropología económica
aparece como un campo disciplinario con cierta especificidad a partir de la
segunda posguerra, siendo este contexto el que le otorgará, según veremos,
también algunas especificidades.
Situación
que no obstante se complejiza más allá del hecho cronológico en que dicho
programa comienza a conformarse como tal, pues su campo se configura
fundamentalmente a partir de las variadas formas de definir, conceptualizar y
abordar las problemáticas configuraciones en torno al “hombre” y
fundamentalmente al “hombre en tanto ser social”, que proponen en su desarrollo
disciplinario distintas corrientes y escuelas del pensamiento en el campo de la
economía política, la teoría económica y
la antropología social.
La
antropología económica se construye, entonces, como un campo de reflexiones y
análisis, producto de investigaciones en torno a las prácticas e instituciones
consideradas “económicas” en las sociedades y grupos sociales tradicionalmente
estudiadas por los antropólogos: las denominadas “sociedades primitivas”. Pero
semejante forma de concebir su campo de análisis puso a esta interdisciplina
desde el comienzo en algunos callejones sin salida.
En
primer lugar, se planteó el problema de la relación entre aquello que los economistas definen como
instituciones y prácticas económicas y aquello que los antropólogos
definen como sociedades primitivas. Sin
cuestionarse este lugar tradicional, la mayoría de los antropólogos economistas
se pusieron a discutir la validez o no de la traslación de las categorías
económicas hacia aquellas “sociedades” cuando ya para ese entonces (hablamos de
la década de los años 1950) las denominadas “sociedades primitivas” no sólo
habían sido objeto de profundas transformaciones en el marco de la expansión de
las relaciones de la producción capitalista a escala mundial (lo cual era ya
una obviedad) sino que las mismas fueron incluso discutidas como categoría
configurativa del campo antropológico.
En
segundo lugar, el debate al interior de las ciencias antropológicas reproducía
en términos relativamente semejantes problemáticas que ya estaban enunciadas o
anunciadas en las teorías económicas, por lo que la investigación antropológica
de “lo económico” se constituía como espacio de validación o refutación de
aquellas.
¿Cuál
es el sentido de las transformaciones contemporáneas de aquellas “sociedades
primitivas” y cuáles son las construcciones teóricas y metodológicas que pueden
orientarnos en su investigación?
Esta
pregunta está en el centro del debate actual en el seno de la antropología
social y en particular la antropología económica más reciente. No obstante y en muchas ocasiones encontramos que se
retorna o se reproducen explícita o implícitamente algunos estereotipos. Se
continúa preguntando qué es lo económico, pero se avanza poco en la
interrogación sobre qué es lo primitivo. ¿Son las denominadas “sociedades
primitivas” una reconstrucción teórica de algún supuesto estadio originario o
previo, a partir de la constatación empírica de determinadas prácticas
instituciones o cosmovisiones, detectables en la actualidad en la forma de
supervivencias, restos o relictos de aquel pasado? ¿Son tal vez totalidades
sociales cuyas prácticas e instituciones sociales, económicas, políticas o
culturales son atribuibles a determinados límites en el desarrollo de las
relaciones capitalistas a escala mundial?
Gran
parte de la producción en antropología económica ha pendulado entre ambos supuestos. Supuestos
que implican concebir a “lo primitivo”, es decir un conjunto de prácticas e
instituciones sociales tradicionales, como externalidad (histórica o actual)
respecto a las relaciones de producción capitalistas. Estas construcciones
teóricas y metodológicas han estado presentes en las concepciones “dualistas”
sobre el desarrollo económico, suponiéndose, por un lado, que el “polo
atrasado” de la economía y la sociedad en general constituye una mera
circunstancia histórica que tenderá a desaparecer a medida que se expanda el “polo moderno”; es
decir, a medida que se desarrollen las relaciones de la producción capitalista
“plenamente”.
Esta
pretendida plenitud, siempre a alcanzar pero nunca lograda, hipostasiada por
las teorías económicas hegemónicas, ha construido a la economía como un saber
antes normativo que explicativo que la caracteriza desde su formación como
economía política clásica, y, no en pocas ocasiones, en la reproducción
ampliada de su discurso a la antropología económica. Esto, a pesar de que ya en
los recientes tiempos constitutivos de su campo (mediados del presente siglo,
época de posguerra) la irrupción de lo real-primitivo, es decir la existencia
cada vez más acentuada de poblaciones enteras en situaciones de pobreza
extrema, las muertes por hambrunas, arcaicas pestes, etc., volvía a mostrarse
paralela al incremento de la productividad en la producción de alimentos, a los
desarrollos tecnológicos en las áreas de la salud, la vivienda, la educación,
etc.
Esta
situación de contraste entre los discursos normativos y morales de la teoría
económica (generalmente negados o naturalizados) y los dispositivos efectivos
que organizan la relación entre capital y trabajo, debería echar por tierra las
premisas desarrollistas y también los postulados en torno al “equilibrio
general” o al “equilibrio de los agentes económicos” que sustentan. Teorías que
han intentado validarse o, como se dijo
reproducirse, en algunas formulaciones de la antropología económica. ( [1])
Sin
embargo e independientemente de la obviedad manifiesta que representa la
desigualdad, la extrema pobreza, la fragmentación social cada vez mas aguda,
aquellas concepciones se reproducen, vuelven a habitar en forma hegemónica
algunos espacios académicos, a referenciar la producción de la política
económica, a inmiscuirse en las discusiones cotidianas. Parecería ser que
aquella relación directa al aparecer evidenciada en la realidad histórica, es
decir en el hecho concreto de que la tendencia generalizada hacia el incremento
de la riqueza y su concentración es paralela al incremento de la pobreza y su
generalización reaparece negada en algunas teorías económicas y antropológicas.
Los
economistas desarrollistas que intentan ubicarse en la tradición clásica de la
economía política continúan pretendiendo que la “riqueza de las naciones”
conducirá a la riqueza de los pueblos. Los economistas subjetivistas y
marginalistas (neoliberales) pretenden que la riqueza es un producto de
decisiones “racionales” de los agentes económicos, y si esta “racionalidad”
no aparece en escena es porque aún no se
dan ciertas condiciones contextuales, es decir externas a sus modelos.
¿
Sobre qué presupuestos se basan entonces estos modelos económicos que no pueden
dar cuenta de lo real más que como un obstáculo a superar mediante modelos
normativos? Para ello se recurre permanentemente a concepciones esencialistas
en torno al “hombre” o la “sociedad” y, en particular a nociones voluntaristas
sobre el sujeto social.
El
método de la economía política y sus teorías ha conducido a la negación
sistemática de la historicidad de sus categorías (tal la crítica de Marx), la
antropología ha sido presa fácil de su pretendida legitimación tal vez por su
lugar central en la producción de un saber sobre el “otro”.
Nos
interesa señalar incluso que ciertas construcciones de la antropología
económica neomarxista han sido en parte partícipes de semejante empresa al
intentar construir al materialismo histórico como economía política crítica y
no como crítica de la economía política, incapacitando de esta manera a la
misma antropología para producir una reflexividad en relación a la producción de la “sociedad
primitiva”, es decir una crítica respecto a la historicidad de dicha categoría.
La
economía y la antropología se han hablado entre sí, han formado un campo y han
producido discursos de sujetos sociales. Internarnos en este inquietante
itinerario en el que se conformó tal interdisciplina implica entonces no sólo
dar cuenta de cómo determinados conceptos y categorías económicas han sido
utilizados para el análisis antropológico o rastrear los presupuestos
antropológicos de los economistas sino también seguir las huellas de sus
confluencias y divergencias en torno al análisis del orden social y a la
producción de sujetos sociales.
Economía Política Clásica. La “anatomía”
de la Sociedad Civil.
En las doctrinas económicas clásicas (entonces
economía política), las concepciones teóricas sobre el valor ocupaban un lugar
central en las obras de sus máximos exponentes. Esto no era una casualidad,
respondía a la conjunción, al menos, de dos fenómenos que nos interesa analizar
interrelacionadamente. Por un lado, tenemos el avance y desarrollo de las
ciencias naturales entre los siglos XVII y XVIII que brindaba modelos de regulación y movimiento
de la naturaleza y el universo en abierta confrontación con las concepciones y
dogmas teológicos predominantes en la Europa feudal. Por otro lado y al mismo
tiempo, las clases burguesas en ascenso encontraban una legitimación filosófica
y axiológica en los postulados iluministas emergentes principalmente de los
denominados intelectuales de la Ilustración.
La
imagen sólida y exacta de una máquina, regulada por leyes inmutables que ofrecía I. Newton de la
naturaleza estaba consolidada cuando las clases burguesas europeas en ascenso
intentaban una formulación coherente y sistemática de su concepción del mundo,
como así también la legitimación de sus intereses de clase. También las
elaboraciones de los filósofos iluministas en torno a la existencia de un
“orden natural” y una “naturaleza humana” que se confrontaban con las
“arbitrariedades” del poder despótico de los soberanos y de las concepciones
teológicas en las que aquellos encontraban legitimidad a sus acciones,
configuraba otra de las corrientes de pensamiento de estrechas vinculaciones
con las doctrinas económicas emergentes.
Entonces,
las concepciones en torno al valor del trabajo tendrían dos anclajes
paradigmáticos: como fundamento de la conformación de los precios de las
mercancías pero también como una categoría central en la configuración de la
nueva doctrina moral que se instalaba a
la par del predominio de la relaciones de producción capitalistas. En tal
sentido, sostendremos aquí que la teoría económica nace ante todo como la
reflexión en torno a una nueva moral basada en la concepción de una sociedad
que debería reencontrar un orden natural como fundamento de su autoregulación.
Según
R. Meek, fueron los filósofos de la escuela escocesa, los primeros que
comenzaron a formular determinados principios de regulación mecánica de la
sociedad:
“Esta máquina social, como todas las
máquinas, funcionaba de un modo ordenado y predecible y producía resultados –
que podía decirse estaban sujetos a leyes – en gran medida de la misma manera
que los cuerpos al caer-”. (R. Meek; 1979:177).
Gran
parte de los filósofos franceses se hicieron rápidamente eco de propuestas
semejantes, ya que la disputa con las concepciones teológicas constituían el
eje de las preocupaciones de la época. En tal sentido el barón D’Holbach
expresaría: “El hombre es la obra de la
naturaleza; existe dentro de la naturaleza y está sujeto a las leyes de la
naturaleza” (1770:1). ( [2])
Así,
puede decirse que la forma principal que parece haber adquirido el estudio de
la sociedad en tanto orden autoregulado a partir de leyes propias y ya no
divinas, es aquella que combinaba, por un lado, la analogía de la sociedad
civil regulada por los “mecanismos” de la naturaleza y, por otro, el permanente
perfeccionamiento de la razón en la instrumentación de políticas adecuadas para
alcanzar aquel orden. En este sentido Condorcet llegará a expresar:
“Si el hombre es capaz de predecir con
casi completa certeza el fenómeno cuyas leyes son conocidas. ¿Por qué hay que
creer quimérica la idea de predecir el destino futuro de la especie humana” .
( [3])
Un
supuesto fundamental precedía a estas construcciones del positivismo que se
inauguraba: conocidas las leyes fundamentales ( económicas) que regularían la
sociedad, la política dejaría de estar sujeta a las arbitrariedades del poder
del monarca. Al calor de semejantes expectativas se inauguraban también los
principios de aquella moral ya anunciada: los destinos de la sociedad dejarían
de estar a merced de las políticas de regulación estatal. Será la élite
intelectual orgánica a los intereses de las nuevas clases burguesas, la que,
mediante procedimientos científicos,
podría cuenta de las pautas sobre el funcionamiento de las leyes que la
regulan. En todo caso, la función política será la de crear las condiciones
para que dichas leyes, presentes en la “naturaleza” misma de la sociedad civil,
se desarrollen plenamente.
La
sociedad civil era percibida como un conglomerado de individuos poseedores de atributos específicos aunque
necesarios entre sí para conformar el nuevo orden social. Individuos que
intercambiaban sus capacidades para producir bienes necesarios a la sociedad en
su conjunto. Así la circulación de bienes, pasaba a ser explicada en términos
de una “propensión natural” a intercambiar, sobre cuyas leyes reflexionaría la
economía política clásica, heredera inmediata de aquellas concepciones y
constructora de edificio conceptual que las explicaría en su funcionamiento.
La
pretendida analogía de la sociedad sujeta a las leyes físicas de los Principia de Newton puede plantearse
así: la materia, en este caso la
sociedad, comenzaba a percibirse como la existencia atomística de los
individuos o los agentes económicos; el
movimiento como la relación social a través del intercambio y el espacio como el ámbito de realización
del intercambio, es decir, el
mercado (L. Bendesky, 1983:9).
Ahora
bien, si los procesos de intercambio y circulación de las mercancías
constituyen las preocupaciones más importantes de la economía política clásica,
será alrededor de las teorías del valor formuladas por sus autores mas
encumbrados donde se plantearían los mecanismos, las leyes que rigen dichos
procesos. Las teorías del valor en los economistas clásicos estaban sostenidas
por una preocupación central: encontrar,
descubrir, las “leyes” que regularían
los precios en la sociedad. La pregunta central era, siguiendo la analogía
sugerida con los principios de la física newtoniana: ¿cual es el centro de
gravitación alrededor del cual fluctúan los precios de las mercancías en la
sociedad?. Pues si la fluctuación de los precios es arbitraria la política
regulatoria se hace imprescindible, por lo que la riqueza de las naciones
quedaba sujeta a la política. La mayor parte del esfuerzo explicativo de los
denominados economistas clásicos estuvo, entonces, orientado a intentar demostrar que ni la
conformación y variaciones de los precios, ni las riquezas nacionales eran ya
producto de las políticas regulatorias de los Estados.
En
las doctrinas clásicas, los precios reales se constituían en torno a un “precio
natural” y aquellos variarían en torno a éste, de acuerdo con los mecanismos de
la oferta y la demanda.
El
esquema (conocido, o sistematizado luego como teoría de los tres factores)
partía de la existencia de tres “factores” que intervendrían en la producción
moderna de mercancías: el trabajo, el capital y la tierra, aportando cada uno
“su” cuota a la producción. Este aporte implica que “naturalmente” cada uno de
esos factores de producción pretenda una retribución.
Así
por ejemplo tendríamos que el capital por su aporte a la producción “demanda”
una retribución o interés. Al mismo tiempo el trabajo demanda un salario y el
propietario de una porción de tierra o un establecimiento demanda una renta.
Esquema
de agentes/ factores/precios
Agente
económico |
Factor
económico |
Precio
o retribución |
Capitalista |
Capital |
interés |
Terrateniente |
Tierra |
renta |
Trabajador |
Trabajo |
salario |
De
esta manera categorías de actores y categorías de remuneración (precios) se
vinculaban para conformar el precio “natural” de una mercancía dada. Es decir
el precio mínimo que exigiría cada factor
por debajo del cual no intervendría en el proceso (por lo tanto la producción de esa mercancía
no sería posible) y por encima del cual se produciría un sobreprecio que
tentaría a mas agentes poseedores de dicho factor a incursionar en el mercado
del producto en cuestión dando lugar con el tiempo a una sobreoferta del factor
e induciendo como consecuencia a la baja del precio del mismo. Entonces, la
fluctuación de los precios tendería siempre hacia un punto de “equilibrio” dado
por el denominado “precio natural”, tal como lo encontramos graficado con fines
didácticos en la mayoría de los textos de economía:
GRAFICO 1
P
D
Pb
P0
Pa
O
Qa Q0 Qb Q
Donde:
P= precio
Q= cantidad
(P0;Q0)= Nivel de Precio y Cantidad en equilibrio.
La
riqueza pasó a ser considerada como un resultado de la libre circulación de
aquellos factores de la producción que intervenían en la producción de
mercancías y no la capacidad mayor o menor de gestionar las arcas públicas y el
comercio por parte de los soberanos. Así como la gravitación, en el esquema de
la física clásica, sostiene un sistema natural que se autoequilibra, el precio
natural será constituido como el centro de gravedad de los precios fluctuantes
en la sociedad. El mercado, a través de los mecanismos de la oferta y la
demanda, será el sistema natural de la autoregulación social. Las complejas
relaciones sociales, desigualdades y transformaciones producidas por el
desarrollo del capitalismo industrialista encontraban en la física social de la
economía política clásica una interpretación coherente de acuerdo a los cánones
imperantes en la producción científica del conocimiento.
Los
distintos intereses sociales que portaban los sujetos sociales fueron
representados en los modelos clásicos como “factores de la producción”
(capital, tierra y trabajo) aportaban una “cuota” al valor o precio natural de
las mercancías y por lo tanto requerían una reposición de la misma. Los precios
de las mercancías en la sociedad estaban regidos por los precios de reposición
de dichos factores y, si bien los
precios de estos factores y, por lo tanto, de las mercancías que producían,
podían variar circunstancialmente, las leyes del mercado harían que tendencialmente
logren un equilibrio.
Al
lograr formular con cierta sistematicidad y logicidad estas concepciones, la
Economía Política clásica se constituyó como la ciencia social por excelencia.
Su preponderancia estuvo sustentada en a tres motivos que consideramos
fundamentales y que confluyeron en brindarle hegemonismo en el campo
intelectual y político: en primer lugar por su capacidad crítica frente a las
concepciones en materia de política económica de los funcionarios e
intelectuales de la época de los llamados estados mercantilistas; en segundo lugar
por la adecuación de sus postulados a las formas predominantes de producción
del conocimiento científico, y en tercer lugar, por ser un instrumento de
legitimación de los ideales de las nuevas clases burguesas en la producción de
política económica de acuerdo a sus intereses.
En
la medida en que los economistas clásicos reflexionaban sobre la sociedad en
torno a presupuestos sobre la “propensión natural del hombre al intercambio”,
la existencia de un supuesto precio natural en tanto centro de gravitación de
todos los precios y un orden natural al que se arribaría por las leyes del
mercado, concebían a la sociedad burguesa moderna como una máquina capaz de
reproducirse eternamente. Por ello, las elaboraciones en torno al valor como
modelo científico eran portadoras también de una axiología, es decir una serie
de premisas valorativas en torno al tipo de sociedad al que supuestamente
conducirían los “mecanismos” de la sociedad capitalista. Aquellas premisas
axiológicas integrantes de la nueva moralidad que introducía la economía
política se sustentarán también en proposiciones antropológicas en torno a
determinadas esencias humanas y sociales, premisas que serán también los puntos
de partida de las elaboraciones neoclásicas y subjetivas de las teorizaciones
en economía posteriores y que permiten establecer de alguna manera el campo de
limites y posibilidades de la “ruptura” que se establece por lo general entre
economía clásica y neoclásica (con sus variantes).
3. Las Primeras Sistematizaciones
La
mayoría de las historiadores del pensamiento económico hacen referencia a la
escuela fisiocrática como el primer conjunto sistemático (con pretensiones
científicas) en Economía Política. Surgida en los inicios mismos del Siglo
XVIII, esta escuela intenta constituirse como una respuesta “específicamente
económica” a las innumerables disposiciones que en materia de Política
económica constituían el quehacer de los Estados absolutistas y en particular
el Estado francés de la época, cuya preocupación principal era el
“atesoramiento” de moneda metálica como símbolo máximo del enriquecimiento
nacional. De allí la preocupación predominante por la regulación minuciosa del
comercio, el logro de una balanza comercial favorable y la competencia
internacional por el dominio de los mercados de ultramar, entre otras políticas
seguidas por aquellos estados .
La
riqueza de las naciones estaba concebida entonces sobre la base de la
comercialización y, en este sentido, la valorización dei trabajo tanto en la
agricultura como también en los grandes sectores artesanales era prácticamente
nula. Desde luego el nivel de pauperización del campesinado (la clase
mayoritaria del Régimen Antiguo) alcanzaba en las postrimerías de la revolución
francesa niveles insostenibles, baste recordar estas palabras de Toqueville:
“ Imaginad os ruego, al campesinado
francés del siglo XVIII, vedle tal como le representan los documentos que he
citado, tan apasionadamente ansioso de la tierra que dedica todos sus ahorros a
comprarla y la cornpra a cualquier
precio. Para adquirirla debe pagar un derecho... al fin es suya; entierra en
ella la semilla y el corazón... pero reaparecen los mismos vecinos que le
arrancan de su campo y le obligan a trabajar en otro sitio sin salario. Si
quiere defender la simiente contra la caza los mismos personajes se lo
prohiben, los mismos lo esperan junto al puente del río para exigirle un
derecho al peaje. Los encuentra de nuevo en el mercado, donde le venden el
derecho a vender sus propios productos. y cuando de vuelta a casa, quiere
emplear para si el resto de su trigo, de este trigo que ha crecido bajo su
mirada y gracias a sus manos, no puede hacerlo sino después de haberlo molido
en el molino y haberlo cocido en el horno de estos mismos hombres. Debe además
darles bajo formas de renta una parte de los ingresos de pequeña finca. y estas
rentas son imprescriptibles e invendibles. Haga lo que haga y por todas partes
se topa en su camino con estos vecinos incómodos que alteran su salaz,
sobresaltan su trabajo y comen sus productos; y cuando ha terminado con ellos,
se presentan otros, vestidos de negro, que le quitan las primicias de sus
cosechas.” ( [4])
Estas
ideas que rescatan el valor del trabajo productivo campesino, fueron escritas
con bastante posterioridad a la revolución. Interesan estos posicionamientos ya
que suele atribuirse a la escuela fisiocrática una valorización productiva del
trabajo agrícola. Sin embargo, como veremos, esta posición es discutible. La
preocupación de los fisiócratas se dirigía principalmente a demostrar la
inoperancia y lo restrictivo de las intervenciones del estado monárquico en la
“economía”. Un iniciador de estas concepciones, fue Boisguilbert quien, según
Marx, era el portavoz de “la inmensa población pobre cuya ruina golpea, por
reacción a los ricos”. ( [5])
Así,
en su obra Dissertation sur la Nature de la Richesse, planteaba:
“Hoy en día los hombres están
enteramente divididos en dos clases, a saber, una que no hace nada y goza de
todos los placeres, y otra que trabaja desde la mañana hasta la noche, apenas
tiene lo necesario y muchas veces se encuentra privada de todo.” ( [6])
Si
nos atenemos tanto a lo temprano de sus escritos (1707) como a las reiteradas
prohibiciones de los mismos y a su exilio forzoso, podemos afirmar que fue no
sólo uno de los primeros en escribir con cierta sistematización sobre Economía
Política sino incluso desde una posición en defensa del trabajo campesino; no
obstante, y desde la perspectiva del análisis del valor, ya Marx había señalado que:
“Boisguilbert sólo ve el contenido
material de la riqueza al valor de uso, el usufructo, y estima que la forma
burguesa del trabajo, la producción de los valores de uso a titulo de
mercancías y el proceso de intercambio de éstas es la forma social natural en
la que el trabajo individual alcanza esta meta” (C. Marx, 1970:
308-9).
La
importancia de los escritos de Boisguilbert, radica en haber sido el primero en
hablar de un “orden natural” en la sociedad, orden que para el autor sería obra de una “providencia” superior. Es decir el
fundamento del orden natural estaba justificado por mandato de Dios en
contraposición a la autoridad y la violencia del Estado. Será éste el
fundamento de lo que, posteriormente se llamó escuela o secta de los
fisiócratas, haciendo del orden natural el principio epistemológico de la
Economía política. Visión mecánica de la sociedad en alianza con la idea de
Dios en tanto creador de la misma y que, tal como ya se ha señalado, se
referenciaba por analogía con las imágenes del mundo físico newtoniano y una
valorización del trabajo en tanto sostén de la opulencia pública:
“La opulencia consiste en mantener todas
las profesiones de un reino pulido y magnífico, que se sostienen y se hacen
funcionar mutuamente, como las piezas de un reloj.” ( [7])
Y también,
en otro texto del autor:
“La Providencia quiso que en Francia los
ricos y los pobres fueran recíprocamente necesarios para subsistir.” ( [8])
Ahora
bien, es importante indicar que para Boisguilbert la relación entre riqueza y
valor de uso, si bien es importante, no
parece ser determinante. En sus análisis la relación que tiende a primar es
entre riqueza y circulación de los bienes (de otra manera no podría ser
considerado un precursor de los clásicos). Si la riqueza hubiera sido sinónimo
de acumulación de bienes de uso, su propuesta implícita sería la identificación
de la riqueza de la nación con la ostentosidad de la nobleza de la época,
cuestión esta cara a las intenciones críticas de dicha clase social del
movimiento intelectual clásico de la economía política. La referencia al orden
natural que hace este autor tiene el objetivo de proponer la necesaria circulación de la riqueza para que esta
se convierta en riqueza productiva, es decir generadora de mayor riqueza:
“Dado que la riqueza no es más que esta
mezcla continua tanto de hombre con hombre, de oficio con oficio, como de
comarca con comarca, y hasta de reino con reino, es una ceguera espantosa el ir
a buscar la causa de la miseria fuera de la interrupción de tal comercio.”
( [9])
y
más adelante:
“(...) hace falta que estos tres tipos
de bienes, devuelvan la vida a los mismos frutos de los que proceden y esta
circulación no deba ser nunca interrumpida porque al menor corte tan pronto se
vuelve mortal.”
( [10])
Esta
circulación mercantil equilibrada,
para la mantención del orden económico ha sido entendida en dos direcciones
distintas por los historiadores del pensamiento económico. Para Schumpeter por
ejemplo, significa un antecedente de la teoría del equilibrio general (de los
precios) en la teoría de Walras (cfr.
Historia del análisis económico, p.
260). Para otros autores significa un equilibrio entre excedente y costos
de reproducción (salarios). ( [11])
En
esta última interpretación intenta ubicar al autor en una teoría de ”la
circulación reglamentada por precios proporcionales”; en la primera serian los
precios (el sistema de los precios) el prerrequisito de los costos de
reproducción. Desde nuestro punto de vista, ambas interpretaciones son posibles
aunque nos parece más adecuada la primera.
Pero es necesario tomar cierta distancia de todo intento de asignar cuestiones
actuales de interpretación de la teoría económica a pensadores como
Boisguilbert, insertos en las problemáticas de principios del siglo XVIII
francés, cuyas preocupaciones se formulaban entorno a la lucha contra todas las
imposiciones del régimen absolutista en materia de política económica
valiéndose del racionalismo propio del pensamiento científico europeo de la
época, para defender un proyecto alternativo que, como tal, implicaba una
defensa del “orden económico” de las clases terratenientes.
En
este sentido Boisguilbert es un claro antecesor de la escuela fisiocrática,
estos antecedentes son:
-
La alusión a un orden natural de la sociedad dado por el orden económico, que lo ubica como un cuestionador del Estado monárquico.
-
La defensa de la producción agrícola en tanto productora de excedentes.
-
La preeminencia de la clase terrateniente como iniciadora de todo proceso
productivo, justificando su status jerárquico en la producción de dichos
excedentes.
Estos
postulados han de ser retomados y sistematizados con más coherencia lógica por
la escuela fisiocrática. Ahora bien, hay ciertas enunciaciones en la propuesta
de este autor que son dignas de considerar y que desaparecen en el análisis
fisiocrático (quizás justamente por la necesidad que tenían estos autores de
dar plena coherencia lógica - racional - a sus postulados). En tal sentido es
interesante recuperar la manera en que este autor intenta explicar la crisis que asolaba a Francia a finales del
siglo XVII. Para Boisguilbert dicha crisis era producto de la “falta de
consumo”, pues este “había disminuido a la mitad”. Es así que plantearía como
principio que: “consumo e ingreso son una
sola y misma cosa y que la ruina del consumo es la ruina del ingreso” (ídem).
Reconocer
la crisis por el lado de la falta de consumo implicaba para el autor postularse
en favor del aumento del nivel de vida de los labradores (como del conjunto de
las clases de la sociedad). Según veremos, para los fisiócratas, la tendencia a
la pauperización era concebido como un proceso “natural”, aunque no hubo
preocupación importante por explicarla. La defensa del consumo del labrador
significaba, no obstante, una defensa por el nivel de consumo general y es así
como su idea del valor del trabajo campesino (apenas esbozada) queda
“neutralizada” por la ideología del orden natural expresada en la necesaria
“reciprocidad de los ricos y pobres para subsistir”. La idea del valor del
trabajo del labrador se agotaba en la propuesta de la retribución al mismo para
la reproducción propia y la del ciclo agrícola capaz de generar el excedente
necesario proporcional. ¿Proporcional a quién? al modelo del crecimiento
constante y natural implícito en la concepción liberal del autor, “en la proporción en que se es liberal para
no ahorrar” ( [12])
La
circulación de la riqueza es la base misma
de la constitución de la riqueza. Es por ello que el valor de uso es solo
antesala, requisito previo del intercambio y éste concebido como un orden
naturalmente necesario para la generación de la riqueza y del valor-precio de las mercancías. Es en
esta determinación última donde el trabajo alcanza también un valor, la forma
del valor- precio en términos del salario. El fetichismo de la mercancía hacía
su incursión en los primeros esbozos del pensamiento económico.
4. La escuela fisiocrática ( [13])
Herederos
de los postulados centrales de Boisguilbert y también del contenido mecanicista
de las ciencias, los fisiócratas franceses crean el primer cuerpo sistemático
teórico metodológico de Economía Política. Corresponde a éstos haber
sistematizado la idea del orden natural en el campo de la ciencia económica
emergente
y, por lo tanto, ir contribuyendo a la construcción de la economía
como la “ciencia” social por excelencia. Epistemológicamente, la analogía entre
ciencia económica y ciencias naturales es intentada en todos sus análisis. La
noción de providencia es reemplazada por la de evidencia, siguiendo los cánones de Descartes y, especialmente, de
Locke. La evidencia es el código de validación científica considerada
preponderante y corresponde a un nivel de certeza distinto a la fe, mientras la
primera pertenece al orden de lo natural, la segunda integraría el orden de lo
sobrenatural. ([14])
Esta
apologética del orden natural se reflejará en todo el sistema fisiocrático el
cual partía de los principios filosóficos que maduraron en la Francia
prerrevolucionaria, anteponiéndose el
derecho natural frente al derecho
divino, este último, entendido como dispositivo justificador del Estado absolutista. Un interesante
paralelo con esta concepción lo constituye la vida y carrera de F. Quesnay tal
vez el principal exponente de esta escuela. Graduado como cirujano, sus
preocupaciones por la Economía
Política (o el estudio del orden natural como el mismo autor se expresaba
reiteradamente) sólo se manifiestan
hacia 1757 cuando comienza a formarse la Escuela, teniendo ya 66 años de edad.
La
denominación “fisiócratas” hace
referencia justamente a la analogía que los
autores de esta escuela hacían entre la fisiología del cuerpo humano y lo que
denominaban “fisiología social”. Al
decir de M. Dobb:
“El sistema económico era a la sociedad
humana, lo que el cuerpo era a la personalidad humana, la base física para el
desarrollo de funciones más elevadas... y era condición del progreso social que
el sistema económico fuera capaz de producir al Estado y a la clase gobernante
el mayor excedente posible” (M. Dobb. 1975:13).
La
idea de progreso en términos de “funciones más elevadas” se concebía como el
fin último de la sociedad y el motor de este proceso se basa en la producción
del “mayor excedente posible”. Excedente (produit net, según la categoría
utilizada por los propios autores) que
es concebido como un don natural; en palabras de Marx: “como una donación de la
naturaleza”. La relación progreso-excedente-orden natural constituye a partir
de los fisiócratas el cuerpo filosófico y axiológico en el cual se constituirá
la economía como nueva moral social; de allí se desprenderán las categorías de
valor y de excedente, las clasificaciones entre trabajo productivo y trabajo
improductivo, etc. que conforman el edificio conceptual de la economía
política.
La
importancia epistemológica del orden natural en este esquema no implica simplemente una apertura hacia un
materialismo mecánico, cuyas limitaciones estarían dadas exclusivamente por las
concepciones predominantes en el campo de las ciencias en general, sino que,
sobre esta misma base, se construye una concepción justificadora, eternizadora
de las relaciones sociales de explotación existentes en ese período histórico,
transfiriendo dentro de un mismo código
los conceptos de Providencia al de Evidencia aunque en el marco de la nueva
moral inaugurada . De igual forma en la interpretación del orden social se
planteaba la transferencia (natural) del excedente desde el estado hacia la
burguesía terrateniente dentro de una misma estructura de explotación del
trabajo campesino.
La
ideología del orden natural niega el desorden de lo real, y sobre esta
negación se construye y construirá gran parte del edificio de la Economía
Política clásica y neoclásica, con sus particularidades. Para explicarnos esta
justificación del excedente en el
marco de una Filosofía de orden
natural, es necesario introducirnos en el funcionamiento mismo del sistema
fisiocrático cuyo modelo más acabado lo constituye el famoso “Tableau Économique” de F. Quesnay. ( [15])
En
la presentación, el autor nos invita a hacernos una idea de la sociedad de la
que parte:
“Supongamos, pues, un gran reino cuyo
territorio, llevado a su más alto grado de agricultura, reportara todos los
años una reproducción del valor de cinco mil millones, y donde el estado
permanente de este valor sería establecido sobre los precios constantes que
tienen curso entre las naciones comerciantes, en el caso en que hay
constantemente una libre competencia de comercio y una entera seguridad de la propiedad de las riquezas de
explotación de la agricultura”. (Op. cit; 794-5) (Subr.
nuestro).
Comienza
entonces el análisis con determinados
supuestos sobre la sociedad como un orden “dado” naturalmente
(ahistóricamente) ; dichos supuestos son: la existencia de alta productividad
agrícola, la libre competencia y la propiedad de “las riquezas de explotación”.
Esta forma de proceder inaugura una metodología que nunca abandonará la
Economía Política y las teorías económicas hegemónicas hasta la actualidad: el
partir de supuestos como “datos de la realidad” sin ninguna explicación sobre
su pertinencia teórica, aunque remitiendo su validación hacia construcciones de sentido común . El modelo, como se ha dicho, intenta explicar
la fisiología de la sociedad a partir de la circulación de la riqueza entre las
distintas clases sociales (en palabras del propio autor: “en analogía con la
circulación de la sangre en el cuerpo humano”); para ello también parte de
otros supuestos en torno a la conformación de dichas clases:
“La nación se limita a tres clases de
ciudadanos: La clase productiva, la clase de los propietarios y la clase
estéril. La clase productiva es la
que hace renacer por el cultivo del territorio las riquezas anuales de la
nación, la que hace los adelantos de gastos de los trabajos de la agricultura y
la que paga anualmente los ingresos de los terratenientes. La clase de los
propietarios comprende al soberano, a los poseedores de tierras y a los
diezmeros. Esta clase subsiste por el ingreso o producto neto del cultivo, que
le es pagado anualmente por la clase productiva (sic). La clase estéril está
formada por todos los ciudadanos ocupados en otros servicios y otros trabajos
distintos de la agricultura” (Op. cit: 793) ( agregado
nuestro).
Se
reiteran aquí la ahistoricidad de los supuestos, en este sentido es posible
aquí preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento que explicaría la existencia de una
clase productiva, una propietaria y otra estéril?, la respuesta no la
encontramos en Quesnay sino en Turgot, pero con referencia nuevamente a la
naturaleza:
“La naturaleza no regatea con él (el
campesino) para obligarlo a conformarse con lo absolutamente necesario. Lo que ella brinda no es proporcional ni a
sus necesidades ni a una evaluación convencional del precio de sus jornadas. Es el resultado físico de la fertilidad
del suelo y de la exactitud mucho más que de la dificultad de los medios que ha
empleada para hacerlo fecundo. Desde que el trabajo de labrador produce más
allá de sus necesidades, puede, con lo superfluo que la naturaleza le concede
en don puro más allá del salario de sus esfuerzos, comprar el trabajo de los
otros miembros de la sociedad” ( [16])
Puede
observarse, en referencia en lo que se había ya planteado en páginas
anteriores, que estamos lejos de una teoría del valor del trabajo campesino. La
naturaleza es la “productora”, la que
brinda la posibilidad del excedente, siendo este “el resultado físico de la
fertilidad del suelo”. Si el labrador produce mas allá de sus necesidades es
porque este se apropia lo que la naturaleza le ofrece como don puro. No
interesa cuales son las condiciones (sociales, de explotación, etc.) que hacen
que el trabajo del labrador produzca más allá de sus necesidades. Interesa
señalar que es la naturaleza la que contiene la capacidad de producir mas allá
de las necesidades (de subsistencia) del campesino. De esta manera, el orden natural se constituye en el modelo
fisiocrático como el recurso último
para la explicación que resulta tautológica, pues si la naturaleza posee el don
de brindar el excedente proveerá también
el sustento del conjunto de la sociedad: una sociedad organizada, según el orden natural. Para Jean Cartelier:
“Desde la perspectiva de los
fisiócratas, la apropiación del producto neto por los terratenientes no tiene
que ser justificada en el plano de la ciencia así como no es necesario
justificar la gravitación universal. En otras palabras, se trata de una ley
física, conocida por la evidencia, que se debe combinar con otras”
(1980:79).
El
modelo de circulación de la riqueza (producto neto- excedente en el planteo de
Quesnay) constituye una descripción de las distintas etapas desde que este se
produce, pasando por su distribución hasta el consumo de acuerdo al siguiente
esquema:
a)
el punto de partida es la obtención del producto agrícola;
b)
parte del mismo es retenido-consumido por el labrador para satisfacer sus
necesidades;
c)
el resto (excedente) es vendido a los propietarios y estériles;
d)
con el dinero obtenido se paga la renta de la tierra y los elementos necesarios
producidos por la clase estéril;
e)
la renta es utilizada por la clase propietaria para pagar los bienes de consumo
que debe comprar junto a la clase productora como a la estéril;
f)
la clase estéril utiliza lo recibido para comprar de los productivos los
alimentos necesarios y las materias primas;
a’)
se inicia un nuevo ciclo.
La
representación gráfica de este proceso (cfr. Gráfico 2) implica una
simplificación del original a los efectos de su mejor comprensión y está
realizada en términos de “flujos físicos” y “flujos monetarios” ( [17])
GRÁFICO
2
MODELO
SIMPLIFICADO DEL “TABLEAU ÉCONOMIQUE”
CLASE PRODUCTIVA |
CLASE PROPIETARIA |
CLASE ESTÉRIL |
(a) 5000 (b) 2.000
(c) 3.000 Produit Net
(d) 3.000 0 1.000
(f) 2.000
(g) 3.000 (a’) 5.000 |
2.000
2.000 (e) |
1.000 1.000 1.000 2.000 |
Referencias:
= Flujos físicos
= Flujos monetarios
Para una
comprensión mas detallada del Tableau Économique, seguiremos el esquema paso a
paso. Se parte de una situación hipotética donde por adelantos en términos de semillas, bueyes, abonos e insumos
necesarios para la producción se requeriría un total de $2.000, los cuales,
siempre hipotéticamente, producen una riqueza de $5.000 (a), descontados los
$2.000 que implica el costo de los insumos tanto en materiales para la
producción como en consumo de la clase productiva (b) quedan $3.000 que
constituyen el excedente o produit net (c).
La
clase productiva necesita vender estos excedentes a la clase propietaria y
estéril para poder hacer frente a sus pagos de “renta” a los primeros y de
artículos necesarios que produce la
clase estéril (en concepto de vestimenta, instrumentos de labranza, etc.). Se
supone que de estas ventas obtiene $ 2.000 a la clase propietaria y $1.000 de
la clase estéril, pero las mismas sumas son las que debe pagar en concepto de
renta y de artículos de consumo (d). La
clase propietaria, a su vez, deberá gastar en bienes de subsistencia y en
artículos de lujo y vestimenta elaborados por la clase estéril. La distribución
del gasto de la clase propietaria se supone en $1.000 en concepto de pagos por
compras a la clase productiva y $1.000 a la clase estéril (c). La clase estéril
entonces habrá recibido $1.000 de parte de los propietarios y $1.000 de parte
de los productivos. Pero esta clase deberá a su vez gastar tanto en alimentos
como en materias primas para poder elaborar sus artículos por lo que los $2.000
pasan a la clase productiva (f). En esta situación, la clase productiva recibe
los 3.000 que les permiten comenzar un nuevo ciclo produciendo nuevamente un
total de 5.000 (a’).
Este
sistema circular del tableau
introduce por primera vez el cálculo matemático (aunque en forma simple) en los
modelos económicos e intenta construir, también por primera vez, un modelo del
“funcionamiento” de la sociedad en términos específicamente económicos. De esta
manera se pretendía sistematizar la analogía entre orden natural y orden
económico, es decir, las “leyes de la economía”
reflejarían las “leyes de la naturaleza” tal como eran concebidas por
estos autores. Hemos visto de qué manera el excedente, concebido en tanto don
natural, se incorpora a la “circularidad” del orden económico que no es más que
su traducción al sistema de ideas circular de los fisiócratas, sistema que
además intenta incorporar la propiedad terrateniente como un atributo esencial,
inmanente a la estructura social.
“El excedente del producto de las
tierras, más allá de los gastos del trabajo y del cultivo, y de los adelantos
necesarios para la explotación de este cultivo, es un producto neto que forma
el ingreso público, y el ingreso de los poseedores de tierras, de las que han
adquirido o comprado la propiedad, y cuyos fondos pagados por la adquisición
les asigna, sobre el producto neto un ingreso proporcional al precio de compra
de dichas tierras. Pero lo que les garantiza este ingreso aún con mayor
justicia, es que todo producto neto es una prolongación natural de su propiedad
y de su administración; porque sin estas condiciones esenciales, no sólo las
tierras no rendirían producto neto, sino sólo un producto incierto y débil, que
apenas valdría les gastos hechos con el máximo ahorro, en razón de la
incertidumbre del periodo de disfrute.” ([18])
La
propiedad se constituye entonces en el
factor clave de la producción del producto neto, no sólo se justifica su
retribución (renta) por su participación
en la producción sino que está concebida como la forma organizativa sin la cual
el producto neto prácticamente no existiría, por lo tanto:
“La seguridad en la propiedad es el
fundamento esencial del orden económico de la sociedad, ya que es la seguridad
de la posesión permanente la que provoca el trabajo y el uso de las riquezas
para la mejora y el cultivo de las tierras.” ( [19])
Si
relacionamos la idea de Turgot acerca de la capacidad natural de la tierra
(fertilidad) para producir el excedente con la concepción de la propiedad como provocadora del trabajo en Quesnay nos
encontramos con lo que nos parece el dispositivo principal del pensamiento
fisiocrático: los propietarios de la tierra serian las clases realmente productivas en términos de
generación del producto neto, clases que en el modelo explicativo fisiocrático
integran el orden natural, porque la herencia y el derecho a la misma es parte
del “derecho natural”. ( [20])
En
conformidad con la ideología dominante de la época, los fisiócratas no pueden
dejar de colocar el derecho de propiedad en el centro de su doctrina,
inaugurando el discurso de la economía política en términos de excedente y
propiedad como integrantes naturales del orden económico y por lo tanto
susceptibles de ser planteados como supuestos válidos universalmente. El
labrador trabaja naturalmente porque busca satisfacer sus necesidades, la
producción de excedentes es el doble resultado de la gracia de la tierra por su
don natural y por los adelantos del
terrateniente. Es importante remarcar que el inicio de la economía política
como ciencia ha implicado la
justificación del excedente a partir de la ideología del orden natural, es
decir, la sociedad vista con los moldes de la naturaleza (y viceversa). Esta
ideología se erigía como contrapuesta a lo que consideraban el despotismo y
autoritarismo de las prácticas que en materia de política económica habían
tenido los estados absolutistas. a partir de estos postulados dicha autoridad
debería ser ejercida por el sometimiento al orden natural, cuya explicación
corresponde a la ciencia y, en tal sentido, al estado sólo le compete su
enseñanza:
“La primera ley positiva, la ley
fundamental de todas las demás leyes positivas, es la institución de la
instrucción pública y privada de las
Leyes de orden natural.” ( [21])
La
imposición del excedente y su apropiación (aún en forma de renta) ya no podía aparecer como tal, como un
requerimiento externo (estado) sino
que debía ser incorporado al esquema
de explicación científica de la época. Lo ideológico (interés de la clase
terrateniente promovido como interés general) aparece entonces como discurso
científico mediante la explicación (mecánica) del orden natural, que es el
orden de la sociedad por los mecanismos
del funcionamiento de la economía. La política económica pasa a configurarse
entonces como economía política, donde la comprensión de ésta en términos de
“leyes físicas” es un pre-requisito
para la elaboración de las políticas del Estado. Se inaugura también de esta
manera el discurso determinista de las “leyes económicas” las cuales deberían regir
en la sociedad . ( [22])
Ahora
bien, hemos visto ya como la idea de excedente (incorporado a la justificación
ideológica del orden natural) determina una cierta concepción de lo que es
trabajo productivo y trabajo improductivo. Las necesidades de reproducción del
orden económico implican la necesidad de justificar la reproducción del orden
social, es decir la reproducción tanto física como social de las clases y
grupos capaces de mantener la
organización social de acuerdo con el modelo. Pero igualmente hemos notado en
cierta forma que el sistema fisiocrático entra en contradicción tanto con las
interpretaciones mas corrientes en Historia de la Teoría Económica que plantean
en ella una teoría del valor del trabajo campesino o agrícola como con su
propia conceptualización de “productiva” en referencia a esta clase social. En
tal sentido es importante recordar que estos autores definen a la naturaleza
como la portadora de capacidades que “exceden” la necesidad inmediata del
campesino (teoría del don puro) y a la clase propietaria como la clase capaz de
provocar, inducir, dicha generación de excedentes (teoría de los “adelantos”).
El
trabajador agrícola si bien nominado como “la clase productiva” en realidad lo
es en tanto especie de mediación entre la naturaleza y la clase terrateniente.
El labrador es ante todo un “instrumento” mas entre otros insumos necesarios
para obtener lo que la pródiga
naturaleza dona al orden social para que se reproduzca. Es decir se concibe al
trabajo del labrador como “necesidad” natural del mismo, motivada por las
exigencias de su subsistencia, quedando su reproducción social y cultural
subsumida a una pura reproducción biológica. Es por ello, tal vez que en
Quesnay encontremos que las retribuciones al trabajador agrícola ocupan un
espacio muy reducido en el análisis, puesto que están planteadas en términos de
“salario mínimo”, es decir el necesario para su alimentación y vestimenta. En
este sentido Marx plantearía:
“El salario mínimo constituye con razón,
la piedra angular de la doctrina fisiocrática”. (K. Marx,
1974:37)
En
tanto dispositivo discursivo legitimador de los intereses de la burguesía
terrateniente, la doctrina fisiocrática sólo reconoce como productivo aquello
que reproduce el interés de aquellas clases sociales. El “excedente”, en tanto
posibilitador del cumplimiento de “funciones más elevadas”, es el objetivo a alcanzar, y el sujeto
portador de esas funciones y por lo tanto “propietario natural” de dicho
excedente, será la burguesía terrateniente. El esquema del Tableau es en tal sentido sintomático: es el terrateniente el que
inicia el ciclo productivo mediante los adelantos en términos de insumos para
la producción. Si no fuera así, tal la sanción de Quesnay, sólo nos
encontraríamos con una producción “incierta y débil”, una nación sin riqueza.
La
noción de salario mínimo es entonces la piedra angular porque dicha doctrina se constituye a partir
de una determinada concepción que niega, oblitera, toda noción sobre el valor
del trabajo del labrador en tanto productor del excedente trasladando sus
capacidades productivas a la naturaleza y la circulación de su producción como
necesaria a la mantención de un orden , como ya se dijo, también concebido como
natural. También de esta concepción básica se desprende una “teoría del valor”
en Quesnay, apenas explicitada. Es una teoría del valor monetario, en palabras
del autor, del valor venal:
“No son simplemente las producciones del
territorio de un reino las que forman las rentas de la nación, es necesario
todavía que esas producciones tengan un
valor venal que exceda el precio de los gastos de explotación del cultivo...
las rentas y el impuesto se sustraen en dinero. por lo tanto todos los gastos y
todos los productos deben ser evaluados en dinero. Por o tanto, el valor venal
en dinero es la base de toda estimación y de todo cálculo en economía política,
y de toda relación de riqueza entre las naciones.” ( [23])
Hay
un valor (venal ) que es aquel que excede los costos de producción y que, a su
vez, se compara con la renta; pero para poder compararlo con la renta y, en la
medida que esta se obtiene en dinero, todos los productos deben ser evaluados
en dinero.
La
abstracción del valor de uso en valor de cambio tiene aquí un principio de
enunciación. El valor venal, que “mide” en términos de precio el excedente,
mide a su vez su transformación, mediante la circulación, en renta para el
terrateniente.
“Si se hace abstracción de este valor en
dinero ya no se tiene medida para evaluar las propias riquezas.” ( [24])
Una
teoría axiológica del valor del trabajo
(es decir una valorización acerca de lo que es trabajo productivo de lo
que no lo es) en la agricultura , guarda estrecha relación con la medición del
trabajo como productor de un excedente, transformándose en valor venal (que
excede los “costos”) y por lo tanto en valor-dinero como instrumento de
evaluación-equiparación ideal de toda riqueza.
A
partir de allí todo será evaluado, valorado en términos de la forma-dinero del
valor. Estamos aquí frente a uno de los principios claves de toda la teoría
económica: la necesidad de un patrón de medida homogéneo que pueda
“representar” en una medida única la heterogeneidad de los productos, lo que
implica también reducir, simplificar la heterogeneidad de los trabajos y, en
última instancia, la heterogeneidad sociocultural. Preocupación, que constituye
la base de la formación de la economía política como ciencia, en palabras de
Cartelier:
“La creación de la economía política
sobre una base científica exige un efecto que el valor de uso sea abstracto
para que el valor de cambio se manifieste, para que las leyes que lo rigen
puedan ser desprendidas” (Op. cit. 72-73).
Pero
esta medida única responde ciertamente al interés de la burguesía
terrateniente, propietaria “natural” del excedente en tanto es la forma dinero,
que permite el comercio y la reinversión y de allí la regeneración del
excedente. Es por ello que para los fisiócratas, en este sentido precursores de
A. Smith, la única teoría del valor posible es aquella que concibe el valor de
cambio de las mercancías, es decir su precio, o bien la forma precio del valor.
La abstracción del valor de uso al valor de cambio, implica aún en el marco de
sus pretensiones científicas una transformación de alcance ideológico:
representa también históricamente la transformación del interés particular de
la burguesía terrateniente francesa en “interés” de toda la sociedad. El
interés de una clase que se apropia del excedente, configurado en el
dispositivo teórico de la economía política como interés general (en el orden
natural), pretende legitimar los valores (axiológicamente hablando) de la burguesía terrateniente y la forma renta en
dinero (valor venal, o precio del excedente) que es la base de su existencia.
Emergencia
del fetichismo de la mercancía (según la definición de Marx sobre los
postulados doctrinarios de la economía política) que no solo expresa la
pretensión de asimilar el interés de una clase al interés general mediante el recurso a una retórica del orden
natural sino también en una desvalorización del trabajo del labrador y, por lo
tanto de la “propiedad” que éste tiene sobre sí mismo.
Toda
la metafísica del valor como precio se construye mediante la traslación del
nivel explicativo desde la generación del valor de las cosas hasta el nivel de
la valorización de las mismas. Este último nivel no es abstracto “en sí” sino que corresponde un determinado
tipo de desarrollo de las relaciones sociales: el trabajo como mercancía, el
trabajo abstracto. Antes de entrar en los desarrollos de los economistas
clásicos ingleses, es necesario hacer notar que para los fisiócratas el valor de uso es siempre el mismo
(depende sólo de las necesidades y el deseo de disfrute más o menos constante
de los individuos); en cambio el valor venal, es decir el precio, varía y
depende de causas diferentes independientes de la voluntad de los hombres.
Serán precisamente los economistas políticos ingleses quienes intentarán
explicaciones de mayor sistematicidad en torno al carácter fluctuante de los
precios en la sociedad, aunque desviando su interés de la producción agraria a
la producción industrial.
5. El sujeto económico
Participe
y exponente de las concepciones liberales de la nueva
burguesía de su época, Adam Smith, se interesa desde el inicio de sus trabajos
por el estudio del comportamiento humano. La semejanza con los fisiócratas con
respecto a la necesidad de explicar la sociedad como un orden natural contiene
algunas diferencias de enfoque que tiene importancia señalar. ( [25])
Mientras
que para la fisiocracia el orden natural corresponde a la organización de la
sociedad en torno a grupos sociales formulados en términos clases sociales ,
por lo que sus modelos giran en torno a la descripción de dichas clases y su
participación en el proceso de generación dei “produit net”, (independientemente de que con el término clases
tuvieran presente la noción de orden social, mas cercano a la idea de
estamento) para Adam Smith el punto de partida lo constituía el análisis de las
motivaciones psicológicas “comunes a todos los hombres” .
Es
el libre ejercicio de dichas motivaciones el que produciría un modelo
organizado de sociedad, un orden económico que debería funcionar naturalmente
en beneficio de la nación en su conjunto. Al mismo tiempo, si el centro de atención
de los fisiócratas franceses lo constituía la capacidad de la naturaleza de
brindar el excedente necesario para la reproducción de la sociedad en su
conjunto, en el economista inglés el enfoque principal estaba puesto en los
intereses personales operando como fuerzas de mercado capaces de establecer la
armonía social por la vía de la oferta y la demanda: esa “mano invisible” que
tiende al orden social sin intervención estatal.
En
este sentido puede decirse que A. Smith desarrolla las bases del pensamiento de
la escuela fisiocrática por la que fue influido a partir de 1764, aunque
trasladando el nivel de determinación del estudio de la economía del orden
natural de la sociedad a la “naturaleza” psicológica de los individuos. Esta
traslación se refleja en los
problemas en que se ha de detener en forma sistemática dando nuevos contenidos
a la Teoría del valor, a la distinción entre trabajo productivo e improductivo
y al concepto de excedente o produit net
de los fisiócratas.
Para
la mayoría de los estudiosos del pensamiento económico existirían en A, Smith
dos teorías del valor contradictorias entre si; una que connota una definición
del valor como la cantidad de trabajo
contenido en un objeto, y otra que tomaría mas en cuenta la cantidad de
trabajo por la que se puede cambiar
un objeto. No obstante, esta apreciación requiere de algunos señalamientos que
nos parecen importantes. Será justamente alrededor del concepto de valor de
cambio donde el autor construirá su teoría económica. El problema sobre la
ambigüedad en la teoría del valor tiene sentido en este marco, en la necesidad
de definir una medida del valor de
las cosas para el intercambio; para ello será necesaria la alusión analógica a
las ciencias naturales (para establecer
leyes naturales):
“Así como la ciencia natural trataba de
propiedades tales como la longitud y el peso, parecía que la ciencia económica
debería poder descansar sobre el hecho básico del valor”
(M. Dobb;1976)
Hemos
visto que esta preocupación estaba ya esbozada por los fisiócratas; para éstos
existía una teoría de valor venal aunque no había una propuesta que
profundizara en los problemas de medición
y que permitirá expresar en unidades homogéneas la desigualdad propia de los
productos, problema éste que, como hemos
observado, respondería a las necesidades que son propias del intercambio
mercantil. Ahora bien, sería un error desde nuestro punto de vista sostener que
las preocupaciones intelectuales por producir teorías del valor sistemáticas o
coherentes dentro de los paradigmas científicos de la época, respondieran
meramente a formular una teoría sustentable sobre el intercambio en términos
generales. Que los bienes se intercambian, tienen un precio, que ese precio
fluctúa no por el valor de uso o merceológico del mismo sino por factores
sociales y que además esos precios se expresan en el dinero como mecanismo de
intercambio era conocido. De otra manera no podría explicarse el impresionante
desarrollo del comercio y las grandes corporaciones y fortunas dedicadas a él
en los dos siglos anteriores a la emergencia de las teorías que conocemos como
economía política clásica (lo que conocemos como período mercantilista).
El
problema novedoso y que configura el centro de las preocupaciones de la
intelectualidad orgánica de la época, es la emergencia del intercambio y la
formación de los precios ante la nueva realidad constituida por las relaciones
de producción capitalista. En Francia, la pauperización creciente del
campesinado francés evidenciaba como inmoral la extracción de una renta en
dinero por la burguesía terrateniente, de manera tal que la noción medievalista
del “precio justo” sustentada por Santo Tomás de Aquino se convertía en un
eufemismo. Así, entonces la emergencia del orden natural fisiocrático.
En
Inglaterra, los inicios del desarrollo industrial, la manufactura, estuvieron
precedidos por el proceso de
cercamientos de la propiedad comunal y la expulsión de campesinos sin tierra a
los conglomerados urbanos que Marx y Engels llegaron a describir en forma
magistral. Se trataba entonces de indicar, proponer, que el aparente caos
social y miseria económica observable sería parte de un proceso necesario pero
contingente y, en tal sentido, sería superado. En este contexto, la teoría del
valor responde al requisito de dar cuenta de la formación de los precios bajo
las condiciones específicas de la
producción capitalista, es decir, el intercambio entre capital y trabajo
y a las condiciones de reproducción ampliada de dicha relación a través de la
reinversión. Es en tales condiciones y necesidades de homogenización (forma
precio del valor) donde se plantea generalmente la contradicción de A. Smith.
Veamos:
“El valor de cualquier bien, para la
persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por
otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda
disponer por mediación suya. El
trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en cambio de todas las
clases de bienes” . (1977: 33)
La
búsqueda de una medida invariable le hace rechazar la propuesta de los
fisiócratas del valor venal, es decir del valor en dinero pues “el oro y la plata. como cualquier otro
bien, cambian de valor”.
“(...) por consiguiente el trabajo al no
cambiar nunca de valor, es el único y definitivo patrón efectivo, por el cual
se compraran y estiman los valores a todos los bienes,
cualesquiera que sean las circunstancias de lugar y de tiempo”. (Op. cit: 34)
y
esto porque:
“ (...) iguales cantidades de trabajo,
en todas las épocas y lugares, puede decirse que son de igual valor para el
trabajador. En su estado ordinario de salud fuerza y espíritu, en el grado
común (sic) de sus capacidades y destreza, siempre debe entregar la misma
porción de su tranquilidad de su libertad y su felicidad”.
(idem)
Resulta
interesante detenernos en esta justificación del valor trabajo en A. Smith por
lo que consideramos son sus connotaciones para la Antropología Económica.
Efectivamente, cuando el autor hablaba de la medida del valor como indicador
invariable, lo hacía partiendo del criterio de que el trabajo por naturaleza
es susceptible de ser considerado como una medida constante. Cabría aquí la
pregunta ¿Que es lo que le permite a este autor y en general a la economía
política clásica suponer la invariabilidad natural del trabajo?. Precisamente,
el hecho de que en el universo de agentes económicos concebido por la economía
política clásica, el trabajador es “propietario” natural de su trabajo, siendo
este el único “bien” que posee para reproducirse. El terrateniente posee
(naturalmente) la tierra y el capitalista el capital.
Así
como la economía política inauguraba el discurso del sujeto económico en
términos de propietarios de bienes que intercambian bienes recíprocamente
necesarios y por lo tanto constitutivos del orden económico, la teoría política
inauguraba también el discurso del estado como acuerdo emergente de la sociedad
civil y esta configurada como pacto entre propietarios que ceden algo de sí
mismos como aporte recíproco al sostenimiento del orden social.
El
trabajo, al mismo tiempo, sería también el elemento “originario” a partir del
cual el hombre (en términos genéricos) realizaba sus intercambios. En el marco
de los análisis realizados con el objeto de justificar esta aseveración, A.
Smith se referirá a un supuesto “estado natural” de la sociedad, a:
“Ese estadio primitivo y bárbaro de la
sociedad que precede tanto a la acumulación de capital como a la apropiación de
la tierra, donde el trampero de castores y el cazador de ciervos
intercambiarían sus presas según la cantidad de tiempo que hubieran empleado en
la caza. En ese estado de cosas, el total del producto del trabajo pertenece al
trabajador y la cantidad de trabajo comúnmente empleada en adquirir o producir
una mercancía cualquiera es la única circunstancia que puede regular la
cantidad de trabajo que se podría de ordinario comprar economizar e
intercambiar” (Op. cit: 52-3).
Esta
descripción del intercambio primitivo basada en un imaginario etnográfico que
se asemeja al ideal del “buen salvaje” roussoniano, (algo así como que el buen
salvaje nos mostraría las bondades naturales del intercambio) inaugura un
discurso antropológico económico anclado en una supuesta “naturaleza”
equitativa de los intercambios entre los hombres “en estado salvaje y puro”.
Esta referencia incorpora, como dato de interés, otro elemento más a la batería
de justificaciones en torno a la existencia de un orden natural inmanente,
esencial en la sociedad: se pretende buscar en el orden supuestamente natural
de las sociedades “primitivas” la medida natural, el “valor natural” al cual
deben tender, sobre el cual deberían oscilar, los precios en la sociedad
capitalista. La conocida fábula de A. Smith sobre el estadio primitivo ofrece
muchos elementos para el estudio del dispositivo ideológico de la economía
política (fue retomada en su momento por Ricardo y a ella hace también
referencia K. Marx), volveremos sobre ella más adelante.
Ahora
bien, aquella situación a la que
remitirían los intercambios primitivos, según A. Smith bajo las condiciones de
producción capitalista cambia puesto que:
“Tan pronto como el capital se haya
acumulado en manos de personas particulares, algunas de ellas lo emplearán como
es natural (sic) poniendo a trabajar a gente industriosa, a la cual proveerán
de materiales y de los medios de subsistencia, a fin de obtener un beneficio
por la venta del trabajo de ellos o por lo que el trabajo de ellos añade al
valor de sus materiales (en este caso este valor se resuelve en dos partes:
salarios y beneficios... en este estado de cosas, no siempre pertenece al
trabajador la totalidad del producto, debe en la mayor parte de los casos
compartirlo con el propietario del capital que lo emplea”
(ídem).
Este
cambio, se produce entonces cuando
intervienen “otros factores” aparte del trabajo y es por ello que en la
constitución del valor de la mercancía deberían ser consideradas las distintas
retribuciones que “confluyen” en la constitución del “valor natural”:
“Cuando el precio de una cosa es ni más
ni menos que suficiente para pagar la
renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital
empleado en obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus
precios corrientes, aquella se vende por lo que se llama su precio natural”.
(Op. cit: 54)
Esta
teoría del precio natural es a la que P. Sraffa denominaría teoría aditiva, es
decir, aquella que deriva una teoría de los precios como simple adición de las
retribuciones necesarias a los factores de producción intervinientes: al
trabajador se le debe recompensar por su trabajo mediante el salario, al capital mediante el interés y al terrateniente por la renta; a la suma de estas tres
retribuciones correspondería el
precio natural de A. Smith como el “valor”. Es decir la medida del valor de las
mercancías en el capitalismo, un valor que es distinto al precio del mercado,
incluso anterior en su constitución. Los precios de mercado fluctúan siempre en
torno a este precio natural:
“El precio natural viene a ser, por
esto, el precio central, alrededor
del cual gravitan continuamente los precios de todas las mercancías.
Contingencias diversas pueden a veces mantenerlos suspendidos, durante cierto
tiempo, por encima o por debajo de aquel; pero cualesquiera que sean los
obstáculos que les impidan alcanzar su centro de reposo y permanencia,
continuamente gravitan hacia él”
(Op. cit. 56-57).
Desde
nuestro punto de vista, este cambio entre una supuesta teoría del valor a
partir del trabajo contenido en una mercancía y una segunda teoría basada en la
suma de los factores intervinientes en la constitución del precio “natural” por
el que se cambian las mercancías no necesariamente parece constituir una
contradicción dentro de la lógica smithiana. Es que si tenemos en cuenta que
para este autor la renta y el capital
intervienen como retribuciones naturales a aquellos sectores que aportan a la
formación de la riqueza ( es decir, que intervienen en la producción de las
mercancías aportando sus capacidades
específicas “naturales”) podemos entender su análisis como la participación de
tres tipos de propietarios que intervienen en la formación del valor . Además,
para Smith el trabajo incorporado es trabajo asalariado y por lo tanto trabajo exigido. La producción de mercancías
“exige” un trabajo valorizado en términos de la forma precio del valor del
trabajo es decir en términos de salario, al capital también se le exige un
“sacrificio” del ahorro; con respecto a la renta dirá:
“A los terratenientes, como a todos los
demás hombres les gusta cosechar donde nunca sembraron y demandan una renta
hasta para su producto natural” . (op. cit: 58)
Esta
justificación de la renta en tanto demanda de una retribución por la tierra sólo se sostiene por el presupuesto de
que la propiedad legal de la misma es consustancial a determinados agentes (los
terratenientes). Es así también que se analogiza la noción de propiedad (en
tanto derecho del agente al usufructo) con propiedad en tanto capacidad propia
de aporte del agente a la producción de mercancías. Esta analogía no es
exclusiva de A. Smith. Recorre todo el horizonte fisiocrático (tal como se lo
ha observado anteriormente) y se inscribe en
los principios filosóficos de J.
Locke en torno al tema:
“La hierba que ha comido mi caballo, la
tierra que ha labrado mi siervo, el mineral que yo he extraído de un lugar
sobre el que tengo derechos no compartidos por nadie, se convierten en mis
propiedades sin designación ni consenso de nadie. Es mi trabajo (sic) lo que ha
sido mío, es decir, el mover aquellas cosas del estado común en que se hallaban
es lo que ha determinado mi propiedad sobre ellas” (Citado por U. Cerroni ; 1977:271)
La
exigencia de la producción de mercancías es entendida por A. Smith y los
clásicos ante todo como una exigencia moral en tanto que supone a la
circulación de los bienes como el basamento de toda riqueza. Sin embargo una
moral que ya no era explicada en términos religiosos o de un deber ser del
estado o autoridad pública sino inscrita en el orden natural al que
necesariamente tienden las acciones de los individuos o agentes
independientemente de alguna voluntad exterior a sus propios intereses. Es este
nuevo modelo de moralidad el que se constituye en la base para una medida
natural (como hemos visto) del valor. ( [26])
Es
esta necesidad de medición la que se transforma en la explicación del valor del
trabajo o, en términos de Marx:
“El valor se convierte aquí (en A.
Smith) en medida y explicación del valor, se trata por lo tanto de un círculo
vicioso (cercle vicieux)” (1979:62)
Es
decir, en la medida que la mercancía es la forma predominante de la producción
capitalista, el valor del trabajo surge explicado desde el hecho (social por
cierto) de que sólo puede ser evaluado, medido, valorado en términos de
salario. Hemos planteado que algunos analistas de la historia de la teoría
económica que discuten las propuestas de A. Smith lo hacen resaltando la
contradicción señalada anteriormente. Siguen en tal sentido a lo que ya había
indicado al respecto D. Ricardo:
primero parece asumir (A. Smith)
un patrón de medida del valor, el tiempo de trabajo necesario, y luego plantea
otra, la cantidad de trabajo que compra una mercancía. Pero mas allá de la
pertinencia o no de este señalamiento la única noción de valor que puede
encontrarse sobre el trabajo en toda la economía clásica es la de cantidad
necesaria de trabajo que resulte suficiente para la producción de
mercancías.
Es
que el trabajo contenido en el horizonte
clásico no es otra cosa que trabajo
exigido por la producción de mercancías ya que si la medida del valor trabajo
está dada por el valor de los bienes que intervienen en la reproducción física
del trabajador, como veremos, entonces lo que contiene una mercancía será un
conjunto de capacidades del trabajo exigidos por la producción de las mercancías.
No es el trabajo el que exige la compensación de su aporte a la producción sino
es la exigencia del capital, que al
comprarlo como mercancía, usufructúa su valor de uso y lo remunera a una tasa
de cambio (salario) que presupone una determinada reproducción física como
garantía para dicho usufructo y sin la
cual desaparecería toda capacidad de compra de dicho trabajo.
Esta
reproducción física no está dada por determinadas relaciones naturales sino
sociales como propondría Marx, es decir por las características de la forma
mercancía que determina no únicamente la cantidad necesaria de trabajo sino la
necesidad misma de medir a este en términos de su valor de cambio: la cantidad
de la mercancía trabajo que compra cualquier otra mercancía.
Lo
expresado se vincula con lo anticipado en la introducción en torno a la teoría
de los tres factores. Ciertamente, el modelo de la economía política
fisiocrática y smithiana es también
circular puesto que parte de una noción de sociedad organizada en clases (y las
clases concebidas como ordenamientos sociales) que si bien tienen intereses
específicos, la persecución de dichos intereses no implica emergencia de
conflicto alguno. Mediante la libre circulación de sus productos y capacidades, la tendencia que genera el proceso de oferta
y demanda es hacia el orden, como se dijo un orden natural. Precios altos o bajos por encima de la retribución
“natural” ( heredera de la noción medieval-cristiana de “precio justo” aunque
expresada en códigos de la física social inaugurada por la economía política)
de los factores y precios tenderán a
equilibrarse por esa mano invisible que ya no es la de Dios sino una supuesta
capacidad de los mercados de regular los desequilibrios sociales.
Respecto
a la caracterización de lo que es trabajo productivo e improductivo, A. Smith
difiere de los fisiócratas en tanto que intenta señalar la capacidad de
producir riquezas que posee la manufactura. Recuérdese al respecto que la
producción industrial en Francia era esencialmente de tipo artesanal y los
artesanos considerados como la clase estéril. Por el contrario, reflexionando
en pleno proceso de desarrollo de la producción en los talleres manufactureros
A. Smith intentará proponer que es precisamente el trabajo industrial el que
genera excedentes.
En
relación a esto, en el capitulo III del libro II de la Riqueza de las Naciones escribe:
“Hay una especie de trabajo que añade
valor a la materia a la cual se incorpora, hay otra que no tiene dicho efecto.
El primero en cuanto valor puede ser llamado productivo... el trabajo de un
sirviente doméstico no añade ningún valor”.
y
más adelante:
“El trabajo de los sirvientes domésticos
(a diferencia de artesanos e industriales) no asegura la continuación de la
existencia del fondo que los mantiene
y los emplea. A expensas de sus dueños está su manutención y el trabajo que
realizan es de tal naturaleza que no puede reembolsar ese gasto. Este trabajo
está constituido por servicios que perecen por lo general en el mismo instante
en que se realizan y no quedan
fijados ni concretados en alguna mercancía que sea vendible. Al tomar
esto en cuenta he clasificado a los artesanos, industriales y comerciantes
entre los trabajadores productivos y a los sirvientes domésticos entre los
estériles o improductivos”. (Op. cit)
Al
igual que los fisiócratas, lo determinante para la distinción entre trabajo
productivo e improductivo es el criterio de la producción de excedentes: aquel
valor que excede la “manutención” del trabajador y que tal manutención pueda
ser pagada por el propio trabajador. Es
productivo, entonces, en este esquema aquel trabajador que mediante su
trabajo añade, agrega valor a la materia
y al mismo tiempo esta materia configura un producto intercambiable, una
mercancía.
Lo
importante en este contexto es entonces garantizar “el fondo que los mantiene”
(a los trabajadores) , es decir los “adelantos” según los fisiócratas ya que
por “naturaleza” el trabajo tiene la específica particularidad de reproducirse
a sí mismo, pagar su propia retribución y además pagar una retribución al
capital que lo emplea. En cambio a los sirvientes los mantiene el amo y sus
servicios “no quedan concretados en alguna mercancía vendible”. Sólo de esta
manera se explica que para A. Smith el trabajo “del artesano, industrial y
comerciante” sean productivos. Por ello, la tipologización entre trabajo
productivo e improductivo guarda coherencia lógica con sus planteos respecto a
la “teoría de la suma” como teoría del valor.
La limitación central de estos planteos, expresada
principalmente en los intentos de clasificación de lo que es trabajo productivo
y trabajo improductivo fue enunciada adecuadamente por Marx en tanto que:
“La producción capitalista no es
simplemente la producción de mercancías sino en lo esencial es la creación de
una plusvalía. Ese trabajador sólo es productivo si produce una plusvalía para
el capitalista y de esta manera trabaja para la autoexpansión del capital”
(1980:517)
Lo
que se oblitera detrás de las clasificaciones en torno a los tipos de trabajo
es que son al mismo tiempo calificaciones y, como tales, pertenecientes a un
dispositivo legitimador. Esto es así ya que la definición de trabajo productivo
y trabajo productivo no pertenecen a la naturaleza misma de la actividad sino
al contenido específico que estas adquieren en una formación social
determinada. Nuevamente, según Marx:
“El trabajo productivo, según su
significado para la producción capitalista, es el trabajo asalariado que
intercambiado por la parte variable del capital...reproduce no sólo esta parte
del capital (o del valor de su propia fuerza de trabajo) sino que además
produce plusvalía para el capitalista(...) sólo es trabajo productivo el que
produce un valor mayor que el suyo propio” ( [27])
Para
Marx, entonces, la definición del trabajo productivo o improductivo no
pertenece a la naturaleza misma de la actividad sino por el contenido
particular de las relaciones sociales de una formación social determinada, en
este caso el contenido que el trabajo adquiere, bajo las relaciones sociales
capitalistas de producción. De esta manera, a lo largo de su obra intenta poner
en claro ante todo el significado histórico-social de las categorías de la
Economía Política, siendo ésta una de las claves para su crítica, llevando
hasta las últimas consecuencias las contradicciones internas a las
aproximaciones teóricas y metodológicas construidas por aquella.
Para
A. Smith, al igual que para los fisiócratas, no es el trabajo el productor de
la ganancia, sino el capital en tanto agente activo y autónomo capaz de generar
las condiciones de la producción. Esta sería la relación entre ganancia
(excedente) y trabajo productivo e improductivo:
“Cualquier porción del capital empleado
por el hombre en este concepto, espera siempre poder ser recuperado con un
beneficio. Lo emplea, por consiguiente, en mantener manos productivas
solamente, y después de haberle servido a él como capital, constituye un
ingreso para aquellos. Ahora bien, cuando emplea una porción de su capital
cualquiera que sea, en mantener mano no productivas, desde aquel momento la
retira de su capital para ser situada en el fondo que se reserva para el
consumo inmediato” (Op. cit. : 98)
El
trabajo es, entonces, productivo sí y
sólo sí es movilizado, puesto en producción por el capital. Así, la teoría del
valor trabajo en el universo smithiano se limita al trabajo en tanto mercancía
al servicio del capital. ( [28])
Un
enfoque relacional
La
economía política clásica estuvo preocupada por construir un modelo de
explicación de la sociedad que fuera coherente con una axiología que pautara
las bases del funcionamiento de la nueva sociedad emergente. La revolución
industrial, lejos de configurar una situación caótica indicaba el inicio de una
nueva forma de prosperidad basada en la producción industrial y su legitimidad
como modelo de orden social. Si bien sus distintos autores compartían este
universo y produjeron formas de interpretación semejantes, sus diferenciaciones
al interior de ese nuevo campo intelectual que iba conformando la Economía Política,
también fueron de cierta significación. Es importante inmiscuirse en algunas de
sus diferencias para también comprender el alcance de aquellas semejanzas que,
desde una mirada antropológica y crítica, nos interesa señalar.
En
una primera aproximación en tal sentido, puede decirse que, si A. Smith se
preocupaba fundamentalmente por darle sustentabilidad a los principios morales
que postulaba en torno al comportamiento
y las motivaciones individuales de los hombres y de qué manera la búsqueda de
los intereses individuales tenderían hacia situaciones de equilibrio social, D.
Ricardo, por ejemplo, centró mas su atención
en el análisis específico de las relaciones entre Ganancia, Renta y
Salarios y, en este sentido, expresar algunas discrepancias con aquel. ( [29])
Un
tema central del debate era la preocupación en torno al decrecimiento del
beneficio. Si para A. Smith, cualquier tendencia hacia el decrecimiento de la
tasa de beneficio, debía ser explicada a partir de la competencia en el
mercado, para D. Ricardo en cambio lo fundamental era la relación (inversa) que
existiría entre el beneficio y la renta:
“Los beneficios del capital decrecen
solamente debido a que no se encuentran disponibles tierras que se adaptan en
igual forma a la producción de alimentos. Y el grado de la caída de los
beneficios y del alza de las rentas depende totalmente del gasto incrementado
de la producción. (...) Si por lo tanto en el progreso de los países, en
materia de riqueza y población pudiera añadirse a ellos nuevas porciones de
tierra fértil, con cada incremento de capital, nunca caerían los beneficios ni
se elevarían las rentas” ( [30])
Las
primeras conclusiones que podemos extraer de la presente cita son:
1)
La tasa de beneficios no se determina por la competencia en el mercado, sino
por la disponibilidad de tierras productivas lo que configura la tendencia de
la capacidad productiva del trabajo. 2) La relación inversa entre renta y
beneficio que implica una transferencia de los beneficios del agricultor (y
como veremos todos los agentes que Ricardo consideraba productivos) hacia el
terrateniente: una de sus inquietudes mas fuertes fue precisamente ofrecer una
justificación teórica contra el interés
de los terratenientes en mantener elevadas las rentas.
La
forma de estudio de la economía por parte de Ricardo se aproximaba,
metodológicamente hablando, a la de los fisiócratas, aunque en su teoría de los
beneficios y por su crítica a los intereses terratenientes difería tanto de
éstos como de A. Smith. ( [31])
En
cuanto a las causas que daban lugar a la formación de los beneficios su
preocupación dominante fue:
“señalar que los beneficios dependían de
la diferencia entre el producto marginal de la mano de obra dedicada al
cultivo, y la subsistencia de esa mano de obra siendo ambas expresadas en
grano. En consecuencia, el beneficio estaba expresado como una simple
proporción del producto respecto a los salarios, proporción que iba
disminuyendo a medida que el margen se extendía y declinaba el producto de un
día de trabajo.” ( [32])
Hay
entonces una postulación en torno al beneficio, el cual es entendido como la
razón entre el producto general (nacional) de granos y los salarios (expresados
también en cantidad de granos) en el margen menos productivo de la producción
agrícola. ¿Cómo explica Ricardo lo anterior? La formulación es un tanto
compleja por lo que haremos una exposición lo más simplificada posible sin
perder las ideas centrales del autor. Como dijimos anteriormente, Ricardo se
preocupará por las relaciones entre la renta, el beneficio y el salario en la
producción. Así, para el autor, la tendencia al alza de la renta se produce en una situación de aumento, de la demanda
de granos a consecuencia de un incremento en la tasa de población o bien en las
necesidades de consumo de la misma (aquí hay una clara vinculación entre la
teoría de Ricardo y los postulados de Malthus).
Partiendo
entonces del supuesto de que existe un límite “natural” en la productividad de
las tierras cultivadas. Estas no pueden producir más debido a sus rendimientos
decrecientes ya que las tierras no pueden aumentar su producción en términos
proporcionales a un aumento en la inversión de capitales y trabajo productivo.
Se impone, entonces, la necesidad de
cultivar nuevas tierras, las cuales serán menos fértiles y, como aumentará el
nivel global de las rentas mientras que el nivel del excedente (beneficio)
global disminuirá, se producirá necesariamente una traslación de estos
excedentes en favor de la clase terrateniente . ( [33])
Estas
relaciones pueden ser descritas mediante el siguiente gráfico:
GRAFICO 2
RELACIÓN RENTA- PRODUCTO-COSTO SEGÚN D.
RICARDO
(de acuerdo al tipo de tierras)
Tipo de tierra |
Nivel de la
producción |
1 |
2 |
3 |
4 |
5 |
Costo |
a |
100 |
0 |
10 |
20 |
30 |
40 |
60 |
b |
90 |
- |
0 |
10 |
20 |
30 |
70 |
c |
80 |
- |
- |
0 |
10 |
20 |
80 |
d |
70 |
- |
- |
- |
0 |
10 |
90 |
e |
60 |
- |
- |
- |
- |
0 |
100 |
Las
relaciones entre renta y beneficio se desprenden del cuadro anterior y se
explican partiendo del supuesto de que hay cinco categorías de tierras
ordenadas de arriba hacia abajo de mayor a menor fertilidad (a, b, c, d, e).
Suponiendo también que los niveles tanto de inversión de capital como de
trabajo son iguales, el nivel de la producción disminuye en relación a la
disminución de las fertilidades: 100 es la producción máxima en el tipo “a”
(las tierras mas fértiles y 60, la producción
mínima en el tipo “e” (las tierra menos fértiles). El costo por el
contrario evoluciona inversamente: va siendo mayor cuanto menor es la
fertilidad del suelo. Esto último es así ya que las tierras menos productivas
requieren de una inversión mayor, por lo que es la producción en este tipo de
tierras menos productivas la que determina el nivel de precio en el mercado. en
este caso hipotético y suponiendo que la producción sea trigo, entonces la
producción de trigo se venderá a $100. Dado que el costo disminuye a medida que
aumenta la fertilidad de la tierra, la renta de estas tierras tenderá a
aumentar también. Las etapas de la renta muestran que esta se va elevando en la
medida que se van utilizando nuevas tierras, siempre menos fértiles, y van
absorbiendo los beneficios (diferencia entre los niveles de producción y los
costos).
Es
posible observar entonces dos planteos centrales de la teoría de Ricardo a los
que ya hemos hecho cierta referencia:
1)
La renta es una especie, un desprendimiento del beneficio y la relación entre
ellos es inversa.
2)
La producción en el margen agrícola (las tierras fértiles) determinan por sus
costos más elevados, los precios del mercado.
A
diferencia de A. Smith, entonces, hay una determinación que parece ser anterior al funcionamiento del mercado tanto de la
tasa de beneficio, como de los precios. Pero es necesaria una aclaración. Esta
determinación es anterior sólo en un primer análisis: para Smith lo que causa
la disminución de los beneficios, etc. es la competencia en el mercado; para
Ricardo es el aumento global de la renta y los rendimientos decrecientes. Esta
es una diferencia importante, que atañe incluso a las otras categorías que
hemos de analizar, pero si
profundizamos en los niveles de causalidad que explican el funcionamiento de la
sociedad en su conjunto, las semejanzas son más: en última instancia lo que
explica en Ricardo tanto la productividad decreciente y de allí el nivel del
beneficio, la renta y los “costos”, no es más que la demanda de alimentos,
producto de un aumento en la población.
Este
es el nivel de explicación causal que determina la construcción de los otros
conceptos. La teoría relacional de Ricardo (Beneficio/Salario), sin aludir a
las determinaciones del mercado, enfrentaba al menos teóricamente también los
intereses de la burguesía capitalista manufacturera con los intereses
salariales de los trabajadores: si el beneficio se desprende de los salarios y
ambos se determinan “constituyen” previamente a toda situación de mercado y
aun, si Beneficio y Salarios tienen una tendencia inversa, la interpretación
final podría conducir al descubrimiento del carácter contradictorio de los
intereses entre los que persiguen un aumento de los salarios y los que
persiguen un aumento de las ganancias o beneficios. Pero esta interpretación no
corresponde a Ricardo, sino a los que conocemos como “ricardianos de
izquierda”. ( [34])
Para
Ricardo, lo importante era determinar el nivel de la tasa de ganancia como un
desprendimiento del salario real
constante, y toda variación de los salarios proviene, de la variación del precio de las mercancías
que entran en su composición. Pues si bien hay una determinación anterior al
mercado de los niveles de los salarios, la ganancia y la renta, hay un razonamiento
en términos de precios que también es
anterior. De manera tal que para la determinación de este precio D. Ricardo
razona (aunque con modalidades distintas) en términos smithianos (que son los
términos de toda la economía política), es decir, el precio natural del
trabajo:
“El precio natural de la mano de obra es
el precio necesario que permite a los trabajadores, uno con otro, subsistir y
perpetuar su raza .. Esto no quiere decir que el precio natural de la mano de
obra, aun estimado en alimentos y productos necesarios, sea absolutamente fijo
y constante. En un mismo país varía en distintas épocas, y difiere
cuantiosamente de un país a otro. Depende esencialmente de las costumbres y los
hábitos de la gente ( Op. cit; 71-74).
Hay
que considerar que el fundamento de la explicación ricardiana acerca de la
relación inversa entre beneficio y renta se enmarcaba dentro de los límites de
la discusión de la época acerca de la conveniencia o no de incrementar las
tarifas aduaneras para la importación de granos. Para Ricardo las tarifas
aduaneras y otras limitaciones a la importación de trigo tenían el efecto
inevitable de aumentar las rentas y no los beneficios (por la relación inversa
ya analizada), es decir tendrían el efecto de la traslación del beneficio
global producido en la sociedad hacia la clase terrateniente en términos de
renta:
“Si los intereses de los terratenientes
tuvieran el peso suficiente como para decidirnos a no aprovechar todos los
beneficios que podrían resultar de la importación del grano a bajo precio,
también debieran influir sobre nosotros para hacer rechazar todas las mejoras
introducidas en la agricultura y en los instrumentos de labranza ; pues si se
afirma que disminuyen las Rentas y por lo tanto se reduce la capacidad de los terratenientes
para pagar los impuestos al menos por un tiempo, al abaratarse el grano en
razón de dichas mejoras o por causa de su importación, entonces para ser
consistentes, detengamos por medio de una misma ley las mejoras y prohibamos la
importación. (Op. cit; 75)
Esta
posición de Ricardo, de importancia política para su época, tiende a ubicarlo,
según hemos visto, como un detractor de los intereses de los terratenientes
enfrentándose a las propuestas de Smith y Malthus. Sin embargo esta perspectiva
debe ser relativizada pues a lo que Ricardo se oponía realmente era a la
continuación del desarrollo de la renta ,como consecuencia del efecto derivado
de la relación entre el aumento de la demanda de granos y las restricciones
propias de la productividad decreciente que implica la extensión de la
producción hacia nuevos márgenes de cultivo y de allí la creación de más altos
niveles globales de renta. Pero aún este análisis no es mas que una respuesta
“coyuntural” al papel de la clase terrateniente en la acumulación y de ninguna
manera un proyecto crítico de la organización socioeconómica, pues dentro de
los límites del racionalismo de la Economía Política no existía la posibilidad
del cuestionamiento profundo de los intereses de ninguna clase en el poder.
En
este marco, las concepciones ricardianas se proponían limitar coyunturalmente
la expansión de los intereses de la clase terrateniente para favorecer el
desplazamiento del destino de los excedentes hacia la “nueva” burguesía
manufacturera. En A. Smith, esta “tercera clase que vive de las ganancias” no
había recibido una defensa consecuente (sino contradictoria) de sus intereses:
se proponía la defensa a ultranza del interés individual, pero al mismo tiempo
sustentaba que:
“toda proposición de una ley nueva o de
un reglamento de comercio, que procede de esta clase de personas, deberá
analizarse siempre con la mayor desconfianza... (pues, ésta es) una clase de
gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los intereses de la
comunidad.” ( [35])
Ricardo
intentó “compatibilizar” el interés de la nueva burguesía con los intereses
generales de la comunidad, pero estas posiciones no invalidaban
estratégicamente la posición de poder de la clase terrateniente ni sus
intereses en el largo plazo, pues si bien este autor se ubica como un lúcido
exponente de los intereses de la burguesía manufacturera, según Dobb, planteaba
también que:
“A largo plazo los terratenientes podían
llegar a beneficiarse en la medida en que las mejoras hicieran posible un aumento
de la población, y el aumento de la población elevara eventualmente la demanda
de granos y de tal forma aumentaran las rentas”. (Op. cit.; 88).
La
propuesta de Ricardo estaba dirigida por la necesidad del aumento del beneficio
y, coyunturalmente, este aumento sólo era posible por la disminución de las
barreras aduaneras y el desarrollo tecnológico en el campo, pues estas medidas
tendrían el efecto de reducir los costos de producción (el valor de los
salarios) para consecuentemente aumentar los beneficios.
Ahora
bien, al instaurar un discurso relacional (como se lo ha llamado), Ricardo pone
en contradicción (al menos teórica y coyunturalmente) un proyecto de expansión
de la renta (extensión de la reproducción del interés de la clase
terrateniente) con el beneficio (que se supone necesario para la riqueza de la
nación), pero también relaciona inversamente los beneficios con los salarios:
la tendencia decreciente de la tasa de ganancia está relacionada con el aumento
del “valor” del salario por el deterioro de las condiciones de producción de
las mercancías que componen el salario real. ( [36])
Algunos
antropólogos contemporáneos han planteado la necesidad de retornar a los
economistas clásicos con el objeto de reconsiderar algunas de las limitaciones
de las teorías formalistas y sustantivistas en el ámbito de la Antropología
Económica, en este sentido, tanto las obras de Smith corno de Ricardo se
constituyeron en objeto de análisis pormenorizado. ( [37])
Sin
detenernos por el momento en las teorías mencionadas, las cuales serán
analizadas posteriormente, adelantamos aquí una cuestión que nos permite
introducirnos brevemente en los usos que se pretende hacer de esta relectura de
los clásicos en el denominado campo de la Antropología Económica. Las diferencias de Ricardo con Smith en torno a
la constitución de la teoría del valor se han puesto de relieve para analizar
la eficacia operativa tanto de una como de otra para el estudio de las
“economías primitivas”. En este sentido frente a la perspectiva individualista y atomista de
Smith (que en definitiva le hace adoptar la teoría del valor precio frente al
valor trabajo, como hemos visto), se resalta el análisis relacional de Ricardo,
su teoría del valor trabajo y la determinación de este valor previamente a cualquier intervención del
mercado. Para S. Gudeman, esta situación ha implicado la posibilidad de retomar
los análisis de Ricardo para las “economías sin mercado” o, mejor dicho, sin
mercados constitutivos de precios:
“Resulta pues, una deliciosa paradoja
que la obra de Ricardo, que pone los cimientos de la economía moderna...se
escribiera sin hacer la menor referencia a los precios monetarios. El método no
puede menos que ser un martirio de Tántalo para los antropólogos”
(1981: 240).
La
paradoja aludida, parece remitirse al debate producido en el seno de la
Antropología Económica en torno a la validez operativa o no de los conceptos y
categorías de la Teoría Económica en sociedades que no estarían reguladas por
mercados formadores de precios. Ahora bien, lo anterior debe ser considerado un
tanto detenidamente pues, a nuestro entender, las diferencias entre una
economía de tipo capitalista, por ejemplo, con sus mercados formadores de
precios y una “economía sin mercados” de este tipo van más allá o son más
profundas que las resultantes de la existencia de precios monetarios o no,
según lo que intentaremos mostrar en adelante.
Hemos
ya observado que si bien en D. Ricardo el nivel de subsistencia de los
trabajadores está determinado en forma independiente del mercado (al igual que
el nivel de la tasa de ganancia y la renta). En este enfoque, el mismo estaría
determinado en forma “natural” es decir por la naturaleza misma de la
producción de las mercancías de subsistencia ( en este caso la producción
agrícola), que en razón de la tendencia decreciente de la productividad de la
tierra eleva sus costos. Es así que en semejante perspectiva la renta
diferencial se constituye como una categoría “natural” de toda producción y
como tal sujeta a mecanismos supuestamente universales.
El
mismo Gudeman, con sagacidad plantea que “la renta diferencial es la categoría
ecológica por excelencia del capitalismo”, de lo que se desprendería que el
ambiente “natural” (agrícola) bajo las condiciones impuestas por el capital es
un ambiente “producido” y al mismo tiempo un ambiente de producción de bienes
salariales y por lo tanto sujeto a la ley de los rendimientos decrecientes. Sin
embargo y mas allá de esta expresión se queda sin analizar los efectos que
semejante cuestión tiene para el análisis de las “economías primitivas”.
Los
mecanismos que Ricardo plantea de la renta diferencial y que produce
consecuencias determinantes en la constitución de la Tasa de beneficios y
salarios, es explicada bajo la forma de ley universal. Los resultados
provenientes de la extensión de los márgenes de cultivo hacia espacios menos
fértiles tenia que ver en la Inglaterra de Ricardo con el desarrollo de la
urbanización acelerada creada por la expansión manufacturera, con el
consiguiente aumento de la demanda de mercancías de subsistencia para los
trabajadores y la población en constante crecimiento. Este razonamiento,
herencia de Malthus, era la base de las construcciones teóricas de Ricardo. En
este sentido, el planteo que sustentamos es que, por un lado, fuera de tales
condiciones, el análisis ricardiano en conjunto pierde su valor heurístico para
la interpretación etnoeconómica, y éste se hace extensivo al conjunto de la
Economía Política clásica y posterior, como así también muchos de los postulados
del propio Marx en tanto crítico de aquella. Entendemos además que el propio
Marx era consciente de ello al afirmar:
“Formas semejantes constituyen
precisamente las categorías de la economía burguesa, se trata de formas del
pensar socialmente válidas y por lo tanto objetivas, para las relaciones de
producción que caracterizan ese modo de producción social históricamente
determinando: la producción de mercancías. Todo el misticismo del mundo de las
mercancías, toda la magia y la fantasmagoría que nimban los productos del
trabajo fundados en la producción de mercancías, se esfuma de inmediato cuando emprendemos el camino hacia otras
formas de producción” (1974:93).
Ahora
bien podemos decir también que la pertinencia o no de la categoría de renta
diferencial como objeto de la Antropología Económica no debería referenciarse
únicamente en el análisis de “otras formas de producción”, si entendemos por
ello a formas o modos de producción “primitivos”, “precapitalistas”, etc.
La renta diferencial tampoco parece ser una
categoría universalmente válida incluso en el modo de producción capitalista.
Es decir, ésta categoría no es necesariamente la categoría ecológica del capitalismo ya que en determinadas
formaciones sociales contemporáneas la producción en los márgenes de las
tierras mas aptas, lejos de producir un incremento en los costos de producción
y por lo tanto una suba en los precios agrícolas, puede significar lo
contrario. Ello ocurre en muchos casos cuando nos encontramos con formas
campesinas de producción que produciendo en situaciones mayor precariedad en la
fertilidad del suelo y/o condiciones tecnológicas menos competitivas que otros
productores capitalistas tiende por un lado a producir bienes salariales a
menor precio y fuerza de trabajo por debajo de su costo en el mercado.
No
hubiéramos podido plantear esto sin haber analizado las relaciones internas
existentes entre las distintas categorías de los economistas clásicos y en
particular Ricardo pues, aún invalidando su teoría de la tendencia decreciente
de la productividad de la tierra como ley universal de todo sistema, podríamos habernos contentado con esta
aseveración, pero dejaríamos la posibilidad de utilización de otras categorías
y teorías como válidas.
Nuestra
posición es que tal planteo no es posible en la medida que el conjunto teórico
y metodológico de Ricardo (como el de Smith, etc.) constituye un todo
interrelacionado. Es decir, al desarrollar Ricardo un modelo de relaciones
entre beneficio y renta, y beneficio y salarios, como hemos visto, estos
análisis parten del supuesto, implícito (de allí en gran parte se desprende su
carácter ideológico) de que la organización social “natural” y por lo tanto
universal del hombre es la sociedad capitalista tal cual se les aparecía
Inglaterra en los inicios del siglo pasado. Esta situación queda evidenciada
cuando Ricardo, en aras de justificar su critica a Adam Smith, retoma el
ejemplo de éste sobre el ciervo y el castor (cfr. supra). En tal sentido dirá:
“Si es corriente que cueste el doble de
trabajo matar a un castor que a su ciervo, un castor debe naturalmente
cambiarse por el equivalente de dos
ciervos”.
La
incorporación del Capital al proceso no alteraría para Ricardo este hecho
puesto que:
“El valor estaría en proporción al
trabajo real incorporado tanto en la formación del capital (construcción de
trampas, etc.) como en la destrucción (trabajo de caza) de los animales”.
Ni
tampoco sería afectado por una situación en la cual:
“Los implementos necesarios para matar
al castor y al ciervo pudieran pertenecer a una clase de hombres y el trabajo
empleado en su destrucción pudiera ser realizado por otra clase y tampoco si
aquellos que proveen el capital pudieran tomar la mitad, una cuarta parte o un
octavo del producto obtenido”
Esta
crítica de Ricardo a Adam Smith sólo encuentra fundamento dentro de los límites
racionales del intento de medición del valor (o el valor del trabajo como
medida) propio de la Economía política. Nos hemos detenido en ella en tanto
esta proposición ha sido retomada recientemente , según hemos observado, por un
conocido antropólogo que intentando construir un modelo de antropología
económica no puede dejar de caer en estas limitaciones. De esta manera S.
Gudeman intentará justiticar la propuesta de Ricardo frente a la de Smith
planteando que:
“En ninguna sociedad real el trabajo sin
ayuda crea mercancías. Habitualmente los castores se cogen mediante trampas y
alguien debe construir esas trampas, mientras que el cazador a buen seguro
utilizará algún arma destructiva o instrumento para cercar. Además, el trampero
y el cazador mientras atrapan la presa, deben poseer una reserva de alimento
para subsistir. No obstante tanto la comida como el equipamiento deben haber
sido producidos mediante un proceso de trabajo anterior que a su vez se
emprendió utilizando comida y equipamiento y así sucesivamente en una regresión
ilimitada. En ningún caso el trabajo puro sin ayuda de una anterior acumulación
puede producir ninguna clase de objeto”.
Como
puede observarse la confusión que puede crear la economía política a los
antropólogos que pretenden una antropología económica , sin replantearse los supuestos en que se funda la economía
política como ciencia, es profunda. Podemos estar de acuerdo que no existe
ninguna sociedad conocida por la Etnología en la cual el trabajo esté
organizado en forma de cooperación social, pero de allí a inferir que de tal
cooperación el resultado sea la producción de mercancías dista mucho de la
realidad. La producción de mercancías es una forma específicamente capitalista
de producción de bienes, confundir la caza de un castor de una determinada
organización etnoeconómica (nunca especificada)
con la producción de, por ejemplo, castores para el mercado capitalista
es confundir la producción capitalista con cualquier tipo de producción y, por
lo tanto, naturalizar el significado de la forma mercancía para todo tipo de
producción . Es, en definitiva , cometer el mismo error pseudouniversalista de
la economía política clásica. En otras palabras, ver dichas sociedades a través
del fetichismo de la mercancía y, entonces,
ver acumulación donde pudiera haber socialización, división del trabajo
en clases donde podría existir división sexual del trabajo, trabajo productivo
donde encontramos rituales mágicos, etc.
Incluso,
sabemos que no es sólo un problema que
involucra a las categorías observacionales de la realidad, sino que abarca toda
una forma de teorizar sobre una determinada sociedad. Regresando a Ricardo,
preocupado como estaba del costo del trabajo para establecer el valor (de
intercambio) de lo producido, difícilmente podía plantearse situaciones donde
los “costos de producción” no fuesen salarios y donde el intercambio no fuese una función de la cantidad de trabajo
contenida en los objetos. Es decir, difícilmente hubiera podido razonar fuera
de los límites de la producción y el intercambio capitalistas. Por ello retomar
los análisis de Ricardo para utilizar sus categorías en la construcción de una
Antropología Económica cuyo objetivo sea el estudio de las “Economías tribales”
es una forma de retorno a la ideología de corte idealista y al formalismo
universalista de los clásicos. Esto es muy importante en tanto, como dijera
Marx, tampoco Ricardo está exento de robinsonadas:
“Hace que de inmediato el pescador y el
cazador primitivos cambien la pesca y la caza como si fueran poseedores de
mercancías, en proporción al tiempo de trabajo objetivado en esas valores de
cambio. En esta ocasión incurre en el anacronismo de que el pescador y el
cazador primitivos, para calcular la incidencia de sus instrumentos de trabajo,
echen mano a las tablas de anualidades que solían usarse en la Bolsa de Londres
en 1817.” (1980:93)
La
economía política significaba para Marx el desarrollo de una nueva ciencia cuyo
carácter contradictorio se expresaba por un lado en el avance significativo en
el campo de las ciencias sociales como interpretación de los fenómenos
económicos de la sociedad moderna, pero a su vez dicho conjunto teórico
adolecía de los límites ideológicos propios de la clase que lo sustentaba y
desarrollaba, es decir su conciencia posible y por lo tanto histórica. Es por
ello que su método fue totalmente distinto e incluso la antítesis del seguido
por los economistas. Para éstos el análisis de los fenómenos económicos se
planteaba como una necesidad de interpretación coyuntural de ciertos
acontecimientos, y las conclusiones obtenidas se extrapolaban en forma de
“leyes naturales”, tanto hacia el futuro (impulsando medidas de política
económica) como hacia el pasado (intentando comprender mediante dichas
categorías tomadas como universales y “naturales” supuestos estadios primitivos
de la sociedad). Para Marx la orientación metodológica debería ser la opuesta:
“La reflexión en torno a las formas de
vida humanas y por consiguiente el análisis científico de las mismas, toma un
camino opuesto al seguido por el desarrollo real. Comienza ‘post festum’
(después de los acontecimientos) y por ende disponiendo
ya de los
resultados últimos del proceso de desarrollo. Las formas que ponen la impronta
de mercancías a los productos del trabajo y por tanto están presupuestas a la
circulación de mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas naturales de la
vida social, antes de que los hombres procuren dilucidar no el carácter
histórico de esas formas, que más bien ya cuenta para ello como algo inmutable,
sino su contenido” . ( 1973: 92)
La
referencia a un “estadio primitivo” realizada por la Economía Política clásica,
adquiere la forma de representación teórica y antropológica de la esencia
humana y de la naturaleza de la sociedad. La “universal” propensión del hombre
a trocar sus bienes y la viabilidad de conseguir (mediante políticas económicas
adecuadas) un equilibrio social a través de los mecanismos de “regulación” del
mercado, se basaba en aquellas representaciones. Hay en la Economía Política
clásica un doble movimiento en la configuración de los modelos y categorías
sociales y económicas utilizadas. Por un lado la referencia a un orden natural
y a determinadas propensiones humanas se asienta en una visión de “lo
primitivo” en analogía con “lo natural”, y por el otro, la voluntad, encarnada
en la razón y el conocimiento científico que mostrará la lógica y
funcionamiento de dicho orden para que la política económica siga sus pasos. La
teoría económica neoclásica, principalmente marginalista, retomará estas
elaboraciones, aunque en relación a la construcción y análisis del
comportamiento de “sujetos económicos”.
7. La economía subjetivista y la noción
de utilidad marginal
Para
los historiadores del pensamiento económico, hacia las tres últimas décadas del
siglo XIX se produce un importante viraje en el desarrollo de la teoría
económica. Se plantea, en general para el campo de la teoría económica, el pasaje de una forma “objetiva” de concebir
el análisis de lo económico, tal como lo habían hecho los economistas clásicos
(en cuyo horizonte se inscribiría el análisis de Marx), hacia concepciones
subjetivas. Es decir, se postula que en los clásicos las preocupaciones pasaban
fundamentalmente por el descubrimiento de las leyes que regían el sistema
económico, mientras que a partir de ese entonces, el énfasis pasó a estar
puesto en el comportamiento de los sujetos o agentes económicos.
Los
economistas subjetivistas partieron del sujeto económico como unidad de
análisis e intentaron formular principios y modelos sobre su comportamiento. En
este sentido, se plantearon analizar las reacciones que se producen en dichos
agentes económicos (empresarios, trabajadores, consumidores) al enfrentarse a
la satisfacción de sus necesidades mediante recursos siempre existentes en
cantidad limitada para cumplir aquel objetivo, de allí sus dos categorías
principales: la escasez y la elección.
La
escasez fue concebida como un principio ordenador del comportamiento humano,
basada en el presupuesto de que las necesidades del hombre son ilimitadas. La
relación entre necesidades ilimitadas y recursos escasos constituyó la premisa
clave a partir de la cual podían enunciarse y modelizarse los comportamientos
de los sujetos económicos.
En
los economistas clásicos los sujetos económicos eran analizados en relación a
su rol en la producción, la circulación y la distribución en el ingreso, por lo
que las categorías económicas intentaban reflejar dichos roles (salario, renta,
beneficio). De manera tal que las categorías económicas intentaban dar cuenta
del funcionamiento del sistema. Incluso en el caso de Ricardo, su análisis de
la relación entre salario renta y beneficio en términos de sus relaciones
opuestas, sentaba las bases para el
análisis de las tendencias contradictorias propias del sistema.
Los
economistas clásicos partían también, tal como fue analizado, de una teoría del
valor-trabajo que si bien resultaba por momentos poco coherente (Smith) tendía
a reflejar los mecanismos de generación de la riqueza en la sociedad
capitalista para luego poder dar cuenta de los mecanismos de circulación y
distribución de dicha riqueza entre los agentes económicos.
Sin
embargo, así como en Marx podemos detectar un proyecto de profundización de las
categorías de la economía política con el objeto de demostrar que las
relaciones opuestas entre ellas esbozadas (por ejemplo en Ricardo) respondían
en último análisis al carácter profundamente contradictorio del modo
capitalista de producción; en los economistas neoclásicos y fundamentalmente en
toda la economía subjetivista, se retomaron las categorías mas funcionales al
sistema para enunciar sistemáticamente su cohesión y tendencia hacia el orden
social.
En los
economistas posteriores a los clásicos el análisis de los valores y sus
transformaciones en precios dio lugar a su referencia respecto de los precios
formados en los mercados. Del análisis de la oferta y la demanda como
mecanismos del sistema para regular en el largo plazo los desequilibrios se
paso casi exclusivamente a priorizar los mecanismos por los cuales opera la
demanda y esta concebida desde modelos del comportamiento individual de los
sujetos. Estos cambios, apenas esbozados y en lo que no es nuestro objetivo
detenernos profundamente, no pueden ser señalados como una oposición total al
sistema teórico clásico, ya que gran parte de los supuestos de los que
partieron los economistas subjetivos estaban ya formulados en aquel.
Recordemos
someramente que A. Smith reflexionaba también sobre la sociedad como sumatoria
de sujetos individuales que, de acuerdo con sus producciones y sus consumos, hacían funcionar los
mercados. La mano invisible (la capacidad tendencial de regulación de los
precios del mercado mediante los mecanismos de la oferta y la demanda) era una
deducción hipotética basada en gran parte sobre especulaciones en torno a la
“naturaleza” de tos intercambios en
la sociedad. En los economistas modernos tales especulaciones dejaron de hacerse
y tales presupuestos se convirtieron en “datos”, puntos de partida
incuestionables y por lo tanto que no requerían fundamentación alguna. También
los análisis de Ricardo en torno a la renta marginal y los rendimientos decrecientes, fueron retomados por los teóricos
de la economía subjetiva, aunque despojados de su aplicación a realidades
concretas.
El
análisis marginalista, según veremos, parte del supuesto de que todo bien posee
una utilidad decreciente para los sujetos;
a partir de allí construyen sus modelos de comportamiento racional único
y supuestamente predecible para todos los agentes económicos. La hegemonía de
la economía subjetivista, hacia finales del siglo pasado y que continúa en la
actualidad tiene, en palabras de analistas del tema, fundamentos objetivos en
las condiciones operantes en la realidad social y en el pensamiento científico
(Pesenti;1980).
Incluso,
nos atrevemos a sostener que existe una relación estrecha entre ambos niveles,
pues los cambios en la teoría económica son un producto también de
transformaciones en la realidad social. Transformaciones en el campo de las
ciencias económicas que en el marco de sus paradigmas son concebidas como
“radicales” pero que, en relación a los cambios reales producidos en la
sociedad, implican “profundizaciones”. Según Pesenti:
“Hoy se reconoce que la dificultad de
los posricardianos en resolver las contradicciones del sistema clásico tenia su
origen en la oposición a descubrir la plusvalía como corolario de la teoría del
valor trabajo (lo que habría significado admitir la explotación propia del
sistema capitalista). De aquí nacen todas las acrobacias lógicas, basadas sobre
la “formula trinitaria”, como la llama Marx, de Senior, Mac Culloch y del mismo
John Stuart Mill, que tienden a explicar y justificar la ganancia y el interés
y a determinar el ‘valor’ sobre la base de estas categorías. en los economistas
de la época se encuentran afirmaciones explícitas sobre la ‘peligrosidad’ de la
teoría del valor-trabajo por las implicaciones sociales que contiene”
(op. cit.: 87)
Se
plantea así que en aquel período el sistema ricardiano deja de ser interesante
para las clases dominantes. Se asume ( a nuestro entender en forma demasiado
voluntarista) que el sistema ricardiano se tornaba peligroso porque ponía al
descubierto las relaciones entre las categorías económicas al revelar los antagonismos que expresaría la
relación renta/ganancias y ganancias/salario.
Quizá,
y desde nuestra perspectiva, el hegemonismo de la economía subjetiva se deba
más a razones instrumentales que a la
peligrosidad de descubrimientos
ricardianos, ya que si bien importantes, semejantes propuestas no cuestionaban
la tendencia general al equilibrio en el sistema. Y decimos razones
instrumentales por el hecho de que si bien la economía subjetiva es
eminentemente abstracta y especulativa, asume como enfoque central el
comportamiento de los sujetos económicos, principalmente desde la óptica de un
modelo ideal de “empresario”.
La
economía política y en general, la teoría económica, se erige a partir de
entonces en referencia ineludible de la política. La intervención política
queda restringida a generar las
condiciones contextuales para que las mismas den lugar al comportamiento
“racional” de los agentes económicos . Dicha racionalidad presupone a un
individuo con necesidades ilimitadas que operando en un contexto de recursos
escasos se comportaría previsiblemente asignando dichos recursos a fines
alternativos. Es este modelo de comportamiento racional tomado del empresario
capitalista el que se trasplanta al conjunto de los sujetos sociales para ser
producidos como sujetos económicos (el trabajador, el consumidor, el
empresario, etc.)
En
la Economía Política clásica, los análisis justificaban la toma de decisiones a
nivel del estado para incrementar la riqueza nacional, lo cual generó las
polémicas conocidas. En la economía subjetivista en cambio, el modelo a seguir
era el del tipo ideal de empresario que se movía en una escala de
preferencias tendientes a maximizar sus ganancias o minimizar costos.
Trasladado este comportamiento al conjunto de los sujetos sociales
(consumidores, trabajadores, etc.) . De esta manera, la riqueza nacional no
sería más que el resultado de la suma de riquezas individuales existentes en una sociedad en un momento
determinado y por lo tanto el comportamiento adecuado a la producción y
enriquecimiento social aquel orientado por la supuesta racionalidad empresaria. Más
adelante retomaremos esta cuestión y sus implicancias para el análisis en la
Antropología Económica; por el momento nos detendremos someramente y a modo ejemplificador en algunos
conceptos y modelos dei comportamiento de los agentes económicos desarrollados
por la economía subjetiva.
8. La noción de utilidad marginal ( [38])
Tal
vez el concepto más representativo de esta corriente del pensamiento económico
sea el de utilidad marginal. Los presupuestos lógicos de los marginalistas son
bastante simples. Se parte de la premisa de que el hombre (siempre genérico)
tiene diferentes necesidades, las cuales, en términos generales, son
ilimitadas, pero siendo que los bienes se le presentan en forma escasa los
individuos en particular deben optar. de allí que la demanda de bienes puede
ser jerarquizada en una escala de preferencias. Necesidad sería, en este caso,
cualquier sensación penosa susceptible de ser eliminada por un bien que siempre
se encontrará en forma escasa (ya que, como se dijo, las necesidades son en
general ilimitadas), excepción hecha de elementos como el aire, por ejemplo,
que se encuentra en forma ilimitada y simplemente se usa, no tiene un precio,
no es objeto de cálculo económico, no es un bien económico.
De
la relación entre dichas premisas surge una primera definición subjetiva: son
bienes económicos aquellos que satisfacen una necesidad y cuya cantidad es
limitada en relación a tal necesidad. A su vez, la utilidad de un bien, o sea
su capacidad de satisfacer una necesidad, depende también de la cantidad
disponible del mismo. Pero paralelamente a su escasez, la utilidad de un bien
es también decreciente respecto al grado de satisfacción de la necesidad por la
que fue requerido. De lo anterior se deduce un concepto de utilidad: la
utilidad de un bien no responde a su genérica capacidad de satisfacer una necesidad. En tal caso un diamante debería ser
menos útil que, por ejemplo, el carbón que en términos generales satisface un
número creciente de necesidades (cocción, calefacción, etc.). Al contrario, para la economía subjetiva la
utilidad económica de un bien concreto deriva de la cantidad disponible del
bien (escasez) y las necesidades que en realidad se subsumen en una escala de
valores o preferencias de los individuos en las que se inscribe dicho bien.
Pero
para llegar al cálculo de la utilidad económica, o cálculo marginal es necesario
detenerse un poco más en la noción
de utilidad decreciente. Consideremos inicialmente y en forma teórica la
relación entre la satisfacción de una necesidad concreta y un bien único capaz
de satisfacerla. Así, podemos suponer teóricamente que dicho bien es
susceptible de ser dividido en tantas unidades como sea necesario y que la
primera cantidad satisfacerá el primer grado de necesidad, el cual puede
ser considerado mas alto que el que
satisface la segunda cantidad y este mas alto que la tercera, y así
sucesivamente hasta satisfacer plenamente dicha necesidad. El ejemplo mas
típico que se encuentra en lo manuales de economía para dar cuenta de esta
relación es el del hambre y los alimentos en donde semejante situación tomada a
nivel del individuo aparecería mas clara.
La
noción de utilidad decreciente puede graficarse, como se lo hace generalmente
mediante una curva decreciente que une los puntos de contacto entre los grados
de satisfacción de una necesidad y la cantidad del bien:
Gráfico
3
Curva decreciente de la utilidad
marginal de un bien
Donde UMD = Utilidad Marginal Decreciente
Dos
conceptos se derivan de lo anterior. Utilidad total, que sería la suma de las
utilidades de cada dosis y utilidad marginal, que sería la utilidad de la
última dosis disponible de un bien. La utilidad marginal de un bien será mas
elevada mientras menor sea la cantidad disponible del mismo respecto a la
necesidad que se intenta satisfacer. A partir de esta definiciones mínimas resultaría
posible deducir las decisiones de un individuo en la satisfacción de sus
necesidades. Supongamos que nuestro sujeto económico debe optar para
satisfacerlas entre cuatro usos de un mismo bien. Por ejemplo para una bolsa de
granos de trigo los usos alternativos podrían ser los siguientes: hacer pan
para alimentarse, sembrarlos para una nueva cosecha, venderlos para obtener
dinero, o regalarlo para devolver una atención con utilidades marginales
diferentes para cada uso (que clasificamos en A, B, C y D), según se desprende
de las respectivas curvas:
USO
A USO B USO C USO D
Inmediatamente
observamos que la Utilidad marginal de “B”
es 2 unidades menor que la de “A”, la de “C” dos unidades menor que la de “B” y
la de “D” dos unidades menor que la de “C” (obviamente estas cifras son
convencionales habiéndose mantenido estas proporciones a los fines didácticos).
Supongamos además que el conjunto de necesidades de nuestro individuo puede ser
resumida en esos cuatro usos alternativos y que dicho bien puede ser dividido
en diez unidades a los efectos de cualquiera de esos usos alternativos.
Entonces podríamos construir la siguiente tabla (denominada Tabla de Menger).
A |
B |
C |
D |
10 9 8 7 6 5 4 3 2 1 |
- - 8 7 6 5 4 3 2 1 |
- - - - 6 5 4 3 2 1 |
- - - - - - 4 3 2 1 |
De
acuerdo con lo anterior podemos considerar que el individuo en cuestión va a ir
optando entre los usos alternativos de su bolsa de trigo de la siguiente
manera. La primera unidad la utilizará en la alternativa “A” pues tiene la
utilidad mas elevada, con la segunda unidad hará lo mismo ya que la utilidad
decreciente de la primera alternativa es aún mayor que la de la alternativa
“B”, con la tercera unidad hará lo mismo. Al llegar a la unidad quinta ya no
será racional la elección de la alternativa A pues la alternativa “B” tiene una
utilidad mayor, y así sucesivamente hasta llegar a la última unidad que será
aplicada a la alternativa “D” Calculando las distintas asignaciones que ha
realizado en el conjunto de alternativas de uso del bien en cuestión tenemos
que se utilizaron tres unidades en la alternativa “A”, tres unidades en la
alternativa “B” tres unidades en la alternativa “C” y una unidad en la
alternativa “D”. Únicas asignaciones posibles en el marco de la teoría de la
utilidad marginal. ([39])
Hemos
observado cómo, a partir de las premisas de la teoría de la utilidad marginal
y, aún sin inmiscuirnos con los precios,
se ponderan las opciones de elección entre usos alternativos de un bien
determinado. Trasladado el esquema básico a una teoría del consumidor, las
opciones o alternativas de elección están dadas (a) por los precios de los
productos (que vienen dados por el mercado) y (b) las restricciones del
ingreso. De acuerdo con esto, el objetivo de un consumidor racional será
maximizar la utilidad total o satisfacción que obtiene al emplear su ingreso.
Se dice que este objetivo se alcanza cuando gasta su dinero en forma tal que la
satisfacción del último peso gastado (la utilidad marginal de su ingreso) por
los diversos artículos es la misma. Veamos esto también con otro ejemplo.
Supongamos ahora
que un individuo (consumidor) tiene un ingreso determinado de $ 10 y, como
únicas opciones para gastar totalmente dicho ingreso, tiene dos artículos: “X”,
“Y”. A su vez los precios de cada uno de esos artículos es X= $2, Y= $1.
Supongamos
además que las utilidades marginales de X, Y son las que figuran en la
siguiente tabla:
Q |
UM(x) |
UM(y) |
1 |
14 |
10 |
2 |
12 |
9 |
3 |
10 |
8 |
4 |
8 |
7 |
5 |
6 |
6 |
6 |
4 |
5 |
7 |
2 |
4 |
8 |
1 |
3 |
9 |
0 |
2 |
Donde:
Q=
cantidad de “dosis” del bien ( para X o
Y)
UM
(x) = Utilidad Marginal de X . UM(y)= Utilidad Marginal de Y.
Partiendo
del supuesto que este consumidor va a comportarse intentando maximizar la
utilidad de cada peso que gaste, realizará las siguientes elecciones:
a)
Con los primeros dos pesos adquirirá dos unidades de Y ya que su utilidad
marginal es 19. Si decidiera comprar una unidad de X (X=$2), su utilidad sería
sólo 14.
b)
Con los siguientes dos pesos adquirirá también dos unidades de Y, obteniendo
así una utilidad de 15, valor que aún continúa siendo superior a la utilidad
marginal de la primera unidad de X (UM de la primera unidad de X=14).
c)
Con los dos pesos siguientes compraría la primera unidad de X ya que UM (x)
cuyo valor es 14 resulta superior a la utilidad marginal de las siguientes dos
unidades de Y cuyo valor es 11 (6+5).
d)
Con los dos pesos siguientes adquiriría otra unidad de X ya que la UM (x)
en este caso es 12, la cual es mayor a 11 que continúa siendo la utilidad
marginal de la 5ta. y 6ta. unidades de Y.
c)
Con los últimos dos pesos se decidiría a adquirir dos unidades mas de Y ya que la UM de dichas unidades es 11 y
por lo tanto superior a la utilidad marginal de la tercera unidad de X cuyo
valor es 10.
Así,
las opciones de compra este virtual consumidor de acuerdo con el presupuesto de
$10 y considerando las preferencias por cada artículo medidas en término de las
utilidades marginales, siempre decrecientes, de los mismos se resumen la
adquisición de 2 artículos X y 6 Y.
Tendríamos
también que la utilidad total (UT) que recibe será igual a la suma de las
utilidades marginales de los primeros dos artículos X y de los primeros 6
artículos Y . Por lo que UT=71 utilidades, lo cual representa la máxima utilidad
posible en la asignación de su ingreso o presupuesto.
Una
forma de determinar si este proceso es el correcto, según esta aproximación,
sería comprobar si satisface dos requisitos teóricos de lo que se denomina “el
equilibrio del consumidor”:
1) Que la suma del precio de los artículos X, Y
adquiridos sea igual a su ingreso, es decir:
P(x). Q(x) + P(y) Q(y) = M (Ingreso)
O sea
(2) (2)+ (1) (6) = 10;
2)
Que la diferencia entre la utilidad marginal de X y el precio de X sea igual a
la diferencia entre la utilidad marginal de Y y el precio de Y, es decir:
UMx/Px =
UMy/Py
Este
razonamiento de comparación entre las utilidades marginales de los bienes y
recursos es utilizado para explicar el comportamiento de todos los agentes
económicos considerados en forma individual incluyendo las decisiones del
empresario para evaluar las distintas combinaciones de factores que resulten en
la máxima utilidad posible, de acuerdo al “equilibrio del productor”. También
se deriva de las premisas y postulados anteriores una teoría del intercambio y
del equilibrio económico y, en general, todos los modelos de la teoría
económica subjetivista. Así, para un empresario dedicado a la producción, su
función de producción quedará definida como la cantidad máxima del articulo que
se puede producir en una unidad de tiempo de acuerdo a una serie de insumos
alternativos, utilizando para ello las mejores técnicas de producción
disponibles, es decir la mejor combinación de las mismas. Las elecciones del
productor podrán entonces estar expresadas de la siguiente manera: primero,
dada una cantidad determinada de factores productivos, por ejemplo, capital
constante fijo (maquinarias), capital circulante (materias primas) y mano de obra,
la pregunta del productor será: ¿cuál es la combinación de esos factores que me
permite obtener la máxima cantidad de producción? y segundo, dada una cantidad
del producto que deseo obtener: ¿cuál es la combinación técnica de los factores
que me permita obtener dicha cantidad al menor costo? El razonamiento del
empresario será similar al que analizamos respecto del consumidor; intentará
llegar al “equilibrio del productor” teniendo en cuenta los rendimientos
decrecientes de los factores y también lo que se denomina el “costo marginal”
que sería el costo de incrementar en una unidad la cantidad producida de un
producto.
En
función de estos datos nuestro productor realizará las elecciones pertinentes.
Pero, como no es nuestro objetivo detenernos pormenorizadamente en más ejemplos
de este tipo, remitimos al lector a los manuales de teoría económica más
difundidos. ( [40])
Es
interesante, no obstante, señalar algunas cuestiones más en torno a los
análisis y modelos de la economía subjetiva, por ejemplo, la forma de deducir
de los comportamientos individuales las situaciones a nivel de la economía en
general. Así, derivada de las premisas y conceptos de utilidad marginal, la
demanda individual será la cantidad de mercancías que el sujeto, en tanto
consumidor, esta dispuesto a adquirir a un determinado precio, dado por un
mercado en un momento determinado.
Se
supone entonces la factibilidad teórica de construir las curvas individuales de
demanda que, sumadas, nos darían la demanda colectiva. Semejante construcción
es obviamente un supuesto ya que este paso de un nivel que pretende dar cuenta
de los comportamientos individuales a otro que pretende dar cuenta de los
comportamientos colectivos de los sujetos es una inferencian
hipotético-deductiva.
De
esta manera el análisis macroeconómico pretende sustentarse sobre los mismos
supuestos del comportamiento individual. Este razonamiento no es meramente una
hipótesis que intenta ser demostrada mediante procedimientos metodológicos
definidos, sino un dato, un punto de partida de los modelos. Es evidente que si
se parte de la relación de equilibrio entre un sujeto consumidor y un conjunto
limitado de mercancías especificas (y además si todo lo demás queda igual, es
decir caeteris paribus) al hacer variar el precio de una mercancía,
puede resultar lógica la deducción de que el comportamiento de la demanda
también variará. Pero, si, como ya lo habíamos observado en las propias
premisas, las variaciones en el precio de una mercancía vienen “dadas” por el
mercado, la variable fundamental que determina el comportamiento de los agentes
económicos, es decir el precio, queda sin explicar, recurriéndose meramente a
un principio tautológico. En este sentido, podemos recurrir a la crítica que
realiza M. Dobb a esta economía subjetiva:
“Si dos personas están igualmente
colocadas continuarán, por hipótesis, realizando el acto de intercambio, una
con la otra, hasta que deje de convenirles seguir adelante con la transacción;
se desprende, por lo tanto, que su provecho común será menor si lleva sus
transacciones mas allá o si las suspenden mas acá de dicho punto. Si, por otro
lado, las dos partes están en una situación desigual, no hay para que decir que
el resultado de un libre intercambio
entre ellas no representará un provecho menor que si hubieran estado situadas
menos desigualmente, ni para que afirmar que el “laissez-faire” no haría mas
que perpetuar este desventajoso orden de cosas. Además, el profesor J.B. Clark
puede asegurarnos que es capaz de demostrar plenamente (por la teoría de la
productividad marginal) que existe una ”ley natural ”que hace que la libre
competencia tienda a dar al trabajo lo que el
trabajo crea, al capital lo que el capital crea, y a los ’entrepreneurs’
lo que la función coordinadora crea, pero persiste el hecho de si la sociedad
no fuera una sociedad de clases, en donde el ’trabajo’ lo suministra una clase
proletaria que no posee tierra ni capital, ’la creación’ que se atribuye al
trabajo y la ’creación’ que se atribuye al capital serían considerablemente distintas
de lo que son. En este punto particularmente, la demostración de una ’armonía
económica’ es solo un juego de palabras” (1975:72)
Partir
del presupuesto de la posición de igualdad de los agentes económicos frente a
los mercados es una arbitrariedad frente a la realidad del modo de producción
capitalista. Ello sólo es posible mediante la abstracción del sujeto social en
tanto individuo que opera en razón de sus preferencias para lograr satisfacer
necesidades que se conciben ilimitadas en función de una construcción
ideológica: la que se expresa en la
pretensión de que los distintos agentes económicos, al comportarse
racionalmente, es decir buscando sus situaciones de equilibrio parciales,
construirán una sociedad en equilibrio general. Esta construcción ideológica,
realizada sobre la negación de la estructura de clases de la sociedad capitalista profundiza en términos de supuestos lo que
los propios economistas clásicos construyeron bajo la noción de la existencia de “leyes naturales”
intrínsecas al comportamiento humano en tanto “homo economicus” y, si bien los
economistas subjetivistas construyeron una teoría económica pretendidamente muy
distinta a la de los economistas clásicos, llevaron hasta las últimas
consecuencias algunas proposiciones de los clásicos que Marx ironizó como
“robinsonadas” (de Robinson Crusoe).
La
expresión máxima de estas robinsonadas es la deducción de los hechos sociales
generales desde suposiciones en torno a los comportamientos individuales, tal
como lo hemos observado en e! análisis de la demanda. Sin embargo, se ha
afirmado en distintas oportunidades, que las formulaciones de la economía
subjetiva han permitido un análisis más preciso sobre la demanda y las
variaciones cuantitativas sobre los precios de mercado ya existentes, aunque
como lo señala A. Pesenti:
“Estos análisis tienen escaso valor. Ya
los clásicos destacaron que las variaciones globales de la oferta y la demanda
ejercían influencia sobre los precios, determinando variaciones positivas y
negativas en torno al valor, ya que existía una continua tendencia al aumento
de la oferta provocada por las
mismas características de la sociedad capitalista, que empujaba al productor
capitalista a desplazar a los concurrentes, esto es, conquistar el mercado”
(Op. cit. :97)
La
problemática en torno a las variaciones en la demanda, que constituyó la
preocupación fundamental de toda la teoría económica neoclásica y en particular
por parte de sus expresiones mas subjetivistas, plantea ante todo cuestiones
referidas al sistema económico en su conjunto. Es posible pensar que alteraciones grandes en la producción
general de una mercancía en particular como, por ejemplo, portalápices, no
afecta de un modo apreciable la demanda de los “factores” de producción
(tierra, trabajo y capital) y que,
por lo tanto, no altera el precio de ellos. Supuesto que será válido si, como
es este el caso, la mercancía en cuestión, por un lado, ocupa un lugar muy
pequeño en el presupuesto de un consumidor y además es altamente substituible;
y por el otro, ocupa solo una parte
muy pequeña de los factores de producción de toda la comunidad. En cambio,
cuando se tiene en cuenta una mercancía como por ejemplo la carne o el trigo,
que ocupan un lugar importante tanto en el gasto medio de los individuos como
en el empleo de alguno de los factores de producción, el sencillo supuesto del
marginalismo que sólo entiende de equilibrios parciales (por productos y por
agentes económicos) pierde sentido.
Para
los clásicos, el objeto de la Economía Política fue la investigación sobre los
procesos económicos generales en el campo de la producción, la distribución y
la circulación. El análisis de la oferta y la demanda tendía mas a ser un punto de llegada y no, como en los economistas
neoclásicos, un punto de partida. Por ello también, a pesar de sus profundas
diferencias y consecuencias para el análisis social, radican allí sus
correspondencias. No por casualidad los subjetivistas hacen referencia a los
autores clásicos para erigirse como sus “continuadores”.
Es
así que, autores de esta corriente como:
“Wickstedd (en Inglaterra) dedica muchas
páginas a enunciar su tesis de que la teoría ricardiana de la renta era
solamente un caso especial de la mas amplia teoría de la productividad
marginal, y de que lo que puede decirse respecto a la tierra se puede decir
igualmente, con los mismos supuestos, respecto a cualquiera de los demás
factores de producción” (M. Dobb, op. cit.:65)
Lo
cual, si bien puede decirse que es una falacia respecto a la especificidad
social de la categoría renta del suelo tal como la analiza Ricardo no lo es
respecto a que aquel y los economistas
clásicos en general también reflexionaron en torno a “factores de producción” y
la “participación” de los mismos en la producción de la riqueza social.
Retomando la problemática en torno a la demanda y en contraposición con las
premisas de las que parte de la economía subjetiva, podemos sostener, en
acuerdo con A. Pesenti, que:
“La demanda total depende tanto de la
producción global total que determina la demanda de los capitalistas, como del
modo en que el ingreso social se distribuye entre las clases sociales que
intervienen en la producción; es decir, en términos monetarios, de la
distribución de los ingresos” (op.cit: 99)
Tanto
las variaciones de los precios de las mercancías, resultado de las variaciones
en la oferta y la demanda como la distribución del ingreso son, para nosotros,
la expresión en términos de precios de los procesos y relaciones de producción
sociales. Siguiendo al autor citado, podemos decir que en la economía
capitalista la separación entre productores y consumidores entre oferta y
demanda es en parte la expresión en términos de categorías económicas de la
división en clases de la sociedad y esta división en clases sociales es la que
reproduce permanentemente el proceso de producción capitalista, expresándose
también allí la forma que adquiere la distribución del ingreso.
Hemos
realizado aquí una brevísima síntesis de los planteamientos de fa economía
subjetiva postclásica con el objetivo
de mostrar los presupuestos más significativos desde los cuales sus autores han
construido los modelos que tienden a utilizarse en los ámbitos académicos.
También se hace referencia a ellos para la elaboración de políticas tendientes
a “controlar” (o, como se propone en la actualidad, a disminuir en lo posible
sus efectos) las variables “exógenas” con el objeto de que los modelos
funcionen (fundamentalmente disminución de las regulaciones estatales sobre
precios y otras variables, limites a la acción gremial para permitir la “libre”
movilidad de la mano de obra, etcétera.). También hemos intentado un esbozo de
critica de dichos postulados que nos permitirán comprender algunas de las
limitaciones del empleo de las categorías de la economía subjetiva en
Antropología Económica. Al respecto y en tanto el tema es central para la
comprensión de las problemáticas que se abordan más adelante, nos detendremos
por un momento y nuevamente en la cuestión de la construcción de las
preferencias del consumidor. Notamos anteriormente que el juicio sobre la
utilidad de una mercancía presupone un conocimiento del sistema de precios.
También hicimos referencia al significado tautológico de considerar que la
demanda de un articulo pueda se considerado como resultado de las denominadas
utilidades marginales individuales de ese artículo y que el precio, dato
fundamental para la toma de decisión, se lo considere como dado.
El
precio sería, entonces, la referencia del sujeto económico; sin embargo muchas
discusiones se han generado en Antropología Económica en torno la eficacia
científica de trasladar los conceptos y categorías de la economía subjetiva a
las llamadas “sociedades primitivas”, es decir sin mercados formadores de
precios. Para tener una referencia sobre esta
cuestión, hemos realizado al comienzo un análisis de las opciones de un
individuo en relación no a los precios sino a los usos de un bien, observando
que el análisis del comportamiento del sujeto económico si se parte de los
supuestos subjetivistas no pasa necesariamente por el reconocimiento de la existencia de un sistema de precios.
Este
planteo resulta del hecho de que la noción de utilidad esta referida a la
satisfacción de necesidades guiadas ante todo por “preferencias” y, si bien
estas preferencias tienen un referente en el precio, es posible construir otros
indicadores de preferencia. Hacemos esta salvedad ya que, tal como lo
analizaremos más adelante, la validez o no de la teoría económica subjetiva en
Antropología no gira en torno a la existencia o no de precios sino al hecho de
que, por un lado, el precio no es meramente un indicador para las
decisiones del sujeto económico sino un
producto de los procesos sociales ligados a la oferta y la demanda en la
sociedad capitalista; al mismo tiempo, dichos procesos sociales tienen su
anclaje en el hecho concreto, por
ejemplo, de que la oferta de mercancías de un productor capitalista y la oferta
de fuerza de trabajo de los trabajadores,
responden a fenómenos de estratificación social, al lugar que dichos
sujetos sociales ocupan en la sociedad y que por lo tanto si bien pueden ser
agregados cuantitativamente (mediante los precios), representan una distinción
cualitativa. Distinción que radica en el hecho fundamental de que el
propietario de los medios de producción (capitalista) tiene a su vez la
propiedad (por capacidad) de decidir sobre el valor de uso de la fuerza de
trabajo de quien es considerado el “propietario” de la misma: el trabajador.
Por lo tanto este trabajador no “interviene” en la producción sino a costa de relegar su capacidad
decisoria sobre la mercancía convirtiéndose, entonces, bajo el comando del
capital, en una mercancía mas quedándole para sí aquella única capacidad que le
asigna este: la de reproducirse como fuerza de trabajo .
Pensemos
por el momento también en el hecho de que un trabajador y un capitalista tienen
posibilidades de elección en su consumo muy distintas en relación con su
ingreso; ejemplo claro de ello sería el hecho de que la parte del ingreso
correspondientes a alimentos será muy alta en el primero y muy baja en el segundo por lo que la gama de
elecciones variará substancialmente, a pesar de que teóricamente, ambos
tendrían la posibilidad de “economizar”. Por el lado de la oferta tenemos
también que la gama de posibilidades de ofrecer mercancías que tiene un
capitalista difiere profundamente de las posibilidades que tiene un trabajador
de ofrecer su fuerza de trabajo (cuando lo encuentre) a pesar de que
teóricamente ambos pueden realizar opciones para alcanzar el mejor empleo
técnico de sus recursos.
Semejantes
cuestiones quedan “fuera” del análisis económico subjetivista, cuya limitación
no consiste solamente en analizar los comportamientos en términos de precios
sino, fundamentalmente, en pretender que la “sociedad” o “la economía” son el
resultado cuantitativo de la suma de decisiones individuales de los agentes
económicos cuando, en la práctica, el sistema económico esta compuesto por un
grupo de agentes económicos que toman decisiones (capitalistas) y de otros que,
si algunas opciones decisionales tienen, las mismas deben encuadrarse en el
campo de posibilidades y limites que configura el resultado de las decisiones
de aquellos.
Mas
allá de los precios son estos los parámetros de las “elecciones” de los sujetos
económicos, en todo caso los precios también son un producto de las complejas
relaciones entre los sujetos económicos.
9. ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y ECONOMÍA DEL
SUJETO. Confluencias y divergencias.
Hasta
el momento hemos hecho una revisión sintética de los planteos clásicos en
economía política y en la teoría económica subjetivista con el objetivo de
indagar sobre las concepciones del hombre y la sociedad que explícitamente
surgen de los conceptos y categorías que utilizaron sus exponentes principales.
En este apartado nos detendremos en el análisis de la forma en que la
Antropología Social ha indagado, o bien, ha intentado “capturar” a las
categorías y conceptos de la ciencia económica para construir una especialidad
como la Antropología Económica.
La
Antropología Económica es, en ese sentido, una especialidad de reciente data.
Cuando decimos esto no pretendemos desconocer que ya en los antropólogos
clásicos existía una preocupación por el estudio de las “prácticas” y
“costumbres” del intercambio, el trabajo, la distribución, el consumo, etc. en
las sociedades “ágrafas”. Pero tales preocupaciones parecían no ir mas allá de
producir intentos de clasificación de datos etnográficos dispersos bajo
aquellos “rubros” que se suponían “económicos” y ello con el objetivo, típico
de la antropología evolucionista, de hipostasiar “estadios” de la evolución de
la sociedad.
Así,
Karl Buecher (1890) planteaba que, al menos en los pueblos de occidente,
existieron tres estadios en la evolución económica. Un estadio de la economía
doméstica, donde la producción personal se realiza en forma aislada, la
economía no conoce el intercambio y los bienes son consumidos allí donde se
producen; otro estadio de la economía urbana, donde la producción es para unos
clientes mediante intercambio directo, los bienes pasan inmediatamente del
productor al consumidor; y finalmente, el estadio de la economía nacional donde
encontramos que la producción de mercancías y los bienes pasan generalmente por
una serie de economías antes de entrar en el consumo (op. cit. : 85).
Esquemas
evolutivos como el precedente constituyeron el andamiaje metodológico
característico de las investigaciones clásicas en Antropología. De esta manera
las prácticas más diversas y heterogéneas, recolectadas de diarios de viaje,
comentarios y textos de viajeros y misioneros hacia territorios “exóticos”
fueron ordenadas y clasificadas para intentar dar cuenta del continuo progreso
social en la que se habría visto envuelta la humanidad a lo largo de su
existencia. Idea de progreso que permeaba toda reflexión e investigación sobre
las “otras culturas” ya que se indagaba sobre éstas desde la vivencia y
creencia de que el nuevo orden que
parecían imponer las relaciones capitalistas de producción a escala mundial era
el resultado de un proceso “natural” de evolución social.
Así,
las instituciones del occidente moderno e industrialista lejos de ser, al
menos, estudiadas en su funcionalidad respecto al nuevo orden burgués
imperante, fueron tomadas como un mero dato de la realidad y sobre el que había
que rastrear sus “orígenes”. A tales reflexiones fueron sometidas instituciones
como el estado, la propiedad, la
religión y,
como hemos observado, también la economía.
Se
intentaba demostrar que tales instituciones habían evolucionado de lo simple a
lo complejo y que en general, todos los pueblos y culturas habrían pasado casi
necesariamente por estadios cada vez mas desarrollados hasta arribar al orden
social contemporáneo. La antropología clásica, al igual que la economía política
clásica, se desarrolló como la producción de un conocimiento que intentaba
erigirse en gran medida como un modelo racionalizador y a la vez justificador
del nuevo orden en expansión.
Cuestión que no fue ajena al pensamiento
crítico de Marx, quien certeramente llegó a opinar sobre algunos de los antropólogos de la época de
esta manera:
“leyendo las historias de las
comunidades primitivas escritas por burgueses hay que andarse con cuidado
porque no retroceden ante nada, ni siquiera ante la falsificación. Sir Henry
Maine, por ejemplo. que fue un colaborador ardiente del gobierno inglés en su
obra de destrucción violenta de las comunidades hindúes. nos cuenta con
hipocresía que todos los nobles esfuerzos por parte del gobierno para apoyar
aquellas comunas fracasaron ante la fuerza espontánea de la. leyes económicas”
(1979:34)
Para
aquellos etnólogos clásicos, la fuerza espontánea de las leyes económicas no
era otra cosa que aquella contenida en los estudios de los economistas de la
época. Es de hacer notar nuevamente que en los economistas clásicos la búsqueda
de validación científica de sus modelos, ligados fundamentalmente a las
problemáticas de la circulación, el intercambio y la distribución, pasaba en buena medida por determinadas
referencias y analogías a un “orden natural” el cual de ninguna manera podía
ser demostrado empíricamente en tanto las nuevas relaciones sociales imperantes
no solo desestructuraban al régimen antiguo sino que inauguraban también nuevas
relaciones de dominación y explotación. Según hemos visto, aquella búsqueda se
sustentaba también a partir de reflexiones en torno a una supuesta “naturaleza
de los intercambios en los pueblos primitivos”.
En
los antropólogos clásicos la pretensión era semejante aunque el recorrido
parece haber sido el inverso: validar, esta vez desde su lugar de “conocimiento” de los pueblos primitivos, la
necesariedad histórica de la sociedad moderna. Cuando la Antropología abandona
como preocupación principal el estudio de los “orígenes” y la reconstrucción de
los estadios de la evolución, lo hace tras argumentos metodológicos. El
principal de todos ellos se sostiene en el hecho, constatable, del escaso y poco fiable material etnográfico con
que contaban aquellos autores clásicos. Fue por ello que la Antropología social
inglesa posterior, representada principal mente por B. Malinowski y
Radcliffe-Brown, calificarían al evolucionismo de “antropología conjetural”.
Respecto al planteo de K. Buecher la critica de Malinowski se orientaba en un
sentido similar:
“Un estudioso de la economía, equipado
de una teoría sistemática, podría muy lógicamente sentir la tentación de
investigar si es posible y hasta que punto, aplicar sus conclusiones a un tipo
de sociedad totalmente diferente a la nuestra. No obstante, trataría en vano de
encontrar respuesta a la pregunta sobre fa base de los dalos etnográficos
existentes, o si formula una respuesta, no podría ser correcta”.
(1920:87)
Fue
así que, desde el conocimiento directo de los aborígenes de las islas
Trobriand, a partir de su trabajo de campo discutiría:
“La asunción de Buecher de que la única
alternativa (se refería a la población de las Trobriand) es una fase
pre-económica donde el individuo o una sola unidad doméstica satisface sus
necesidades primarias lo mejor que puede, sin ningún otro mecanismo elaborado
que el de la división del trabajo según el sexo y, de vez en cuando, cierto
regateo. En vez de ello nos encontramos con un estado de cosas donde la
producción, el cambio y el consumo están organizados socialmente y regulados
por la costumbre y donde un sistema especial de valores económicos
tradicionales gobiernan sus actividades y les estimula a esforzarse. Este
estado de cosas... podría llamarse economía tribal”. (1920:100)
El
argumento metodológico de la antropología británica del periodo de
entreguerras, se sustentaba en la critica al carácter especulativo de las
construcciones evolucionistas clásicas. Fue por ello que el programa de
Malinowski se centró en los estudios empíricos de las “sociedades tribales”
inaugurando las técnicas etnográficas de la observación participante, es decir,
la observación en el terreno de las prácticas y costumbres de dichas
sociedades, intentando no solo registrar sistemáticamente las observaciones
realizadas sino también intentar captar el sentido de dichas prácticas y
costumbres. Dicho sentido solo sería aprehensible al etnógrafo si este lograba
insertarse en la cotidianeidad de la vida tribal y desde allí si se esforzaba
en comprender los nexos internos entre las distintas prácticas, que en primera
instancia aparecían ante sus ojos desprovistas de significado.
La
antropología clásica había trabajado hasta ese momento en dos sentidos: por un
lado, se clasificaban los materiales etnográficos provenientes de distintas
comunidades tribales contemporáneas con el objeto de clasificarlos mediante
técnicas comparativas en estadios evolutivos y por el otro, explicaba la
existencia de prácticas y costumbres tradicionales en la actualidad mediante la
noción de “supervivencias”, es decir que determinados comportamientos
“exóticos” (siempre a los ojos del observador) era adjudicado al mantenimiento
o persistencia de prácticas y/o concepciones del mundo de estadios
anteriores. ( [41])
Si
bien esta antropología basaba sus planteos en información poco fidedigna, hacía
gala de una erudición y capacidad interpretativa verdaderamente elogiable,
pero, al mismo tiempo, poco eficaz para la administración y el planeamiento de
las colonias. No es casual, entonces, que las criticas más importantes a esta
forma del quehacer antropológico hayan provenido de los antropólogos que se
desempeñaron profesionalmente, en relación estrecha con los planes de la
administración de las colonias inglesas.
Cuando
Malinowski intenta captar ’el punto de vista del indígena”, lo hace desde la
búsqueda persistente de las “funciones” de cada práctica y costumbre con el
objeto no ya de remitirlas a un pasado sino de hacerlas inteligibles en tanto
elementos de una totalidad social actual. De encontrarnos frente a un comportamiento
que se nos presenta en lo inmediato desprovisto de sentido, diría Malinowski,
la tarea del investigador no debe
desligarse del problema de su explicación científica, calificándolo de
relicto o supervivencia de antiguas costumbres (función de estadios anteriores)
sino persistir en la indagación de su función actual, por ello y apuntando
hacia un principio de antropología económica plantearía que:
“EI análisis de las concepciones propias
de los indígenas sobre el valor, la propiedad, equivalencia, honor y moralidad
comercial, abre un nuevo horizonte a la investigación económica, indispensable
para una comprensión más profunda de las comunidades indígenas. Los elementos
económicos entran en la vida tribal en
todos sus aspectos social, de costumbres, legal y mágico-religioso- y a su vez
están controlados por estos. No incumbe al observador de campo encontrar
respuesta o reflexionar sobre el problema metafísico de cuál es la causa y el
efecto, el aspecto económico o los otros. Es, no obstante, deber suyo, estudiar
su articulación y correlación” (1920 :100)
Frente
a ciertas aproximaciones especulativas del evolucionismo, esta propuesta
resultaba de cierto interés desde el punto de vista metodólogico. Comparada con
las atrevidas generalizaciones evolucionistas la búsqueda de correlaciones
funcionales entre cada aspecto de la vida tribal introdujo criterios de
prevención y control que hicieron
avanzar a la Antropología como ciencia social, sobre todo al establecer límites
al comparativismo acrítico típico de la antropología clásica y a los intentos
metodológicamente imperialistas de trasladar categorías económicas
“occidentales” al análisis de las prácticas tribales. Un ejemplo de su
intención crítica aparece, por ejemplo, en relación al concepto y práctica del
uso del dinero :
“Cuando se leen referencias etnológicas
sobre el ”dinero” de los indígenas -como por ejemplo, sobre las conchas diwarra
de Nueva Bretaña o las grandes piedras de las Carolinas- las afirmaciones me parecen singularmente poco convincentes.
A no ser que se muestre que el mecanismo entre los indígenas de aquellas partes
requiere, o incluso permite, la existencia de un articulo que se usa como
medida de valor común o como expediente en el intercambio, todos los datos que
se den sobre un artículo, por mucho que se presten a fáciles comparaciones con
dinero deben de considerarse sin ningún valor. Naturalmente, cuando una
comunidad salvaje entra en relaciones comerciales con una cultura superior
[sic.] el dinero puede, e incluso debe existir. Algunas de las formas de lo que
se denomina ‘dinero’ en los Mares del Sur, tal vez ha adquirido recientemente
este carácter bajo la influencia europea, y la diwarra es quizás un ejemplo de
esto”. (Op.cit. :99)
Tal
como es posible inferir de la cita anterior, los recaudos metodológicos
propuestos por el máximo referente de la antropología británica contemporánea
significaron en cierto sentido una crítica a la traslación mecánica de algunas
categorías (por ejemplo, “dinero”), pero en otro sentido inauguraron nuevos
límites al conocimiento antropológico. Desde nuestro punto de vista, la
cuestión del traslado de categorías no es meramente un fenómeno de carácter
epistemológico sino también y, fundamentalmente, una cuestión social. El propio
Malinowski lo deja entrever al plantear que el dinero, en determinadas
circunstancias, aparece en la vida tribal asociado a las influencias del
comercio europeo en esas sociedades. No obstante, interesado fundamentalmente
en la especificidad de las prácticas y concepciones indígenas en torno al
valor, el trabajo, el comercio, etc.; Malinowski, y con él la mayor parte de la antropología británica de la época, no se dedicará al análisis de las
profundas y específicas transformaciones a las que estaban siendo sometidas por
los procesos de colonización las sociedades “tribales” que estudiaba.
En
realidad, puede decirse que mediante argumentos que sostenían diferencias de
orden metodológico y que separaban al programa funcionalista de las
aproximaciones clásicas anteriores, se obliteraban ciertas preocupaciones
comunes en torno al tipo de conocimiento del que debía dar cuenta la
antropología.
El
objeto de investigación continuaba siendo el descubrimiento de las leyes que
regulan la naturaleza de las instituciones “primitivas” y entre ellas aquellas
que se consideraban pertenecientes al campo de lo económico comenzaban a tener
un espacio de consideración. El mayor rigor metodológico que se imponía el
programa funcionalista perdía eficacia crítica al quedar encerrado en la reproducción
de aquel paradigma clásico, pero contenía a su vez una propuesta cuya
eficiencia se asentaba en la funcionalidad de su empirismo respecto a los
requerimientos de la administración colonial.
Fue
así que la práctica antropológica funcionalista fue inmediatamente asumida y
apoyada por el gobierno británico que incorporó a una parte significativa de
sus profesionales a la gestión y administración de las mismas, sea en la forma
de asesores o directamente como funcionarios (cfr. J. Llobera 1975; D. Kaplan y
R. Manners, 1975). También es
importante señalar que si, para los antropólogos clásicos, la noción de
progreso ligada al desarrollo de las relaciones de la producción capitalista en
todos los ámbitos del planeta, de acuerdo con lo ya expresado, se les imponía
como una realidad incuestionable desde su rol de intelectuales burgueses, para
los antropólogos funcionalistas esta situación no debió de ser tan clara, si
pensamos que su producción comenzó a desarrollarse en forma sistemática durante
la Primera Guerra Mundial y se extendió durante todo el periodo de
entreguerras.
En
semejante contexto, al que debería agregársele el impacto de la crisis del 29 y
30, la profesión de fe en torno a la “fuerza espontánea de las leyes
económicas” debió ceder ante la emergencia de lo real convertido en espanto por
la guerra. De manera tal que el programa de la antropología británica se
configura en el entrecruzamiento de dos situaciones que marcarán profundamente
sus posibilidades y limitaciones. Por un lado, la emergencia de una crisis de
valores en relación a la idea de bienestar progresivo y constante que había
inaugurado doctrinariamente la economía política y a la que habían adscripto
como dato de la “realidad” las ciencias sociales en su conjunto y en particular
la antropología. Por otro lado, los requerimientos de información y
conocimientos empíricos de los pueblos y culturas sometidos por parte de la
administración colonial. Pero mas allá
de esta última cuestión política central, es decir del carácter de instrumento
de la planificación y administración coloniales en que fue convertida la
antropología postclásica, en algunos trabajos etnográficos mas relevantes se
formularon propuestas que produjeron un llamado de atención a determinadas
teorizaciones demasiado apriorísticas y generales en torno al carácter del
trabajo, el valor, el intercambio en las sociedades y grupos sociales
estudiados por los antropólogos. Así, en su obra mas importante Los Argonautas del Pacífico Occidental
el mismo Malinowski escribía:
“(Los Trobriandeses) no trabajan
expoliados por la necesidad ni para ganarse la vida, sino impulsados por su
fantasía, por el placer que obtienen ellos creyendo que su talento es un
resultado de la magia (...) por eso, arrastrados por su interés por la obra bien
hecha, desarrollan y elaboran algunos productos artesanales, invirtiendo en
ello un exceso de trabajo una cantidad de trabajo desproporcionada [...]
creando de esta manera una especie de monstruosidad económica, demasiado
grande, con una ornamentación excesivamente recargada hasta el punto que
resultan inútiles para el uso práctico y, sin embargo y por lo mismo se le
valora mucho más”
(1922:173).
Es
que el sistema de intercambios “Kula” practicado por los aborígenes de las
islas del Pacífico occidental, según la descripción malinowskiana, distaba de
responder a las premisas que sobre el valor había planteado tradicionalmente la
teoría económica principalmente clásica. También, en Estados Unidos, los
trabajos etnográficos de F. Boas (1921), E. Curtis (1915) y posteriormente H.
Codere (1950) daban cuenta por la misma época de instituciones como el
“Potlatch” entre los indios Kwakiutl de la costa noroccidental y la isla de
Vancouver. El Potlatch Kwakiutl fue descripto como una elaborada “economía de
prestigio” que implicaba la realización de fiestas y ceremonias por parte de
los jefes de algún linaje (numaym en la descripción etnográfica) hacia otros
numaym con el objeto de acrecentar el prestigio de los primeros. En estas
distribuciones, cuanto más ofrecía el anfitrión, más prestigio recibía,
llegándose en muchos casos incluso a la destrucción de objetos (mantas,
blasones, etc.)
Los
ejemplos del Kula y el Potlatch, reconocidos como modelos etnográficos, dieron
lugar á descripciones de instituciones semejantes por parte de la antropología
de la época, a las cuales, mas allá de reinterpretaciones más recientes y
críticas a algunos postulados, debe reconocérceles el impacto que produjeron
para el tratamiento de las cuestiones “económicas” en antropología.
Significaron,
tal vez, como ya lo expresamos, un llamado de atención en torno a la viabilidad
de los conceptos de escasez, necesidad, utilidad, etc. que de alguna manera
articulaban (y en parte lo hacen aún) las concepciones predominantes en la
teoría económica. Pero fundamentalmente, nos interesa rescatar su importancia
en el intento (mas implícito que explícito) de cuestionar el supuestamente
sólido edificio que mostraba el modelo de orden natural construido por la
economía política y una de sus bases de sustentación: las concepciones en torno
a la naturaleza de los intercambios primitivos cimiento de la teoría del valor
basada en la noción de un precio natural de las cosas. Un valor que, siendo
preexistente al precio, se configurara como el sentido del orden al que debía
tender necesariamente la sociedad
capitalista.
Este
somero recorrido por algunas concepciones de la antropología clásica lo hemos realizado para dar cuenta de algunos
intentos preliminares de tratar los “aspectos económicos” de las sociedades
primitivas ya que la designación de Antropología Económica como especialidad de
la Antropología Social corresponderá a autores mas recientes, de la “época de
posguerra”. Sin embargo, antes de entrar en el terreno propio de la
Antropología Económica como especialidad, haremos referencia a dos intentos
previos de utilización de categorías económicas para el análisis antropológico.
Una es la obra de Thurnwald Economics in
Primitive Communities, publicada en 1932, que constituye un esfuerzo de
clasificación y discusión de materiales etnográficos diversos, retomando el
análisis comparativo mediante una matriz evolucionista. Otra, es el meticuloso
trabajo de R. Firth We the Tikopia de
1937 que tiene la particularidad de ser quizá la primera monografía antropológica
donde la cooperación en el trabajo, las formas de tenencia de la tierra, el
intercambio etc. adquieren tanta relevancia como otras “variables”
tradicionales de la antropología (parentesco, ritos, mitos, etc.). Luego de
este esfuerzo etnográfico, R. Firth incursionaría en el debate teórico y
metodológico de la Antropología Económica asumiendo, como observaremos,
distintas posiciones.
Surgimiento de la Antropología Económica
El
término Antropología Económica fue empleado por primera vez en 1952 por
Melville Herskovits, antropólogo norteamericano, con el objeto de retitular
luego de revisarla una de sus obras mas conocidas: La vida económica de los pueblos
primitivos (cuya primera edición data del año 1940). Un cambio de
denominación sugestivo si se tienen en cuenta, por un lado, el período en que
se produce dicho cambio de denominación y, por otro, los ajustes realizados al
texto inicial. Respecto a los contenidos de la obra, el autor nos plantea parte
de sus formulaciones de esta manera:
“En lo fundamental, he intentado
ajustarme a las categorías convencionales de la economía, indicando los puntos
en que las economías de que hemos de tratar difieren tan marcadamente de las
nuestras que no es posible seguir estas convenciones. Nos hemos atenido en
general a los términos técnicos especializados tanto de la antropología como de
la economía, de tal modo que nuestra obra pueda ser accesible a todos los que
se interesen por la dinámica de la cultura y por la variedad de formas en que
pueden captarse las instituciones comparables propias de diferentes tipos de
vida” (1952:9)
El
“ajuste” del material etnográfico a las
categorías económicas, con el sentido de que aquel pueda ser objeto de un
análisis comparativo, implica, desde el comienzo, un cambio relevante respecto
a las incursiones funcionalistas en los
aspectos económicos de la vida tribal, ya que se retoman tanto las prácticas
comparativas como la intención (acorde a dichas prácticas) de pronunciarse en
torno a una teoría general, esta vez en estrecho vínculo, según veremos, con
determinada teoría económica. La Antropología Económica nace así como una
interdisciplina, un intercambio de información y, conocimientos entre las
ciencias económicas y las antropológicas. Intercambio con características
particulares ya que desde el comienzo se propone una específica direccionalidad
de dicho intercambio: el ajuste de los datos etnográficos a determinadas
categorías económicas.
Digamos,
para comenzar, que en dicho programa interdisciplinario la ciencia económica
aporta conceptos y modelos (teoría) y
la antropología estudios de campos (etnografía). Esta división del trabajo
interdisciplinario fue asumida por los propios antropólogos economistas con la
intencionalidad manifiesta de superar las “debilidades” propias de la teoría
antropológica, que hasta ese momento había dado escasa cuenta de las cuestiones
teórico-metodológicas implicadas en el conocimiento de las “variables
económicas” en los estudios de las sociedades “primitivas”. Debilidades que
fueron cargadas a la cuenta de los programas funcionalistas y particularistas
que hegemonizaron las investigaciones antropológicas en el período de
entreguerras. Raymond Firth, quien fuera alumno de B. Malinowski, se expresaría
así en torno a los análisis económicos de este:
“Su terminología (la empleada por
Malinowski) no es la de los economistas, es más bien el lenguaje de las amas de
casa [...) : se aprecia aquí de nuevo igual sensibilidad que antes ante la
repercusión que la inversión de tiempo y de energía en el trabajo de esos
productos pueda tener en su valor [ ..] si el trabajo fuera realmente excesivo.
si realmente se produjeran los bienes -mas allá de su utilidad- y luego no se
usaran, el análisis económico demuestra que se seguirían rápidas alteraciones
en los valores del trabajo y los bienes y la energía se desviaría hacia otras
cosas” (1981:227-248).
Estas
expresiones marcan una preocupación muy fuerte en los antropólogos, que
comenzaron a percibir que la teoría económica podría llegar a constituir una
especie de “tabla de salvación” para las limitaciones teóricas que se le
achacaban a la antropología de entreguerras, pero semejante percepción los
indujo a considerar a aquella en forma acrítica y descuidando también, entre
otras cuestiones, las diferencias de
enfoque entre las distintas “doctrinas” económicas.
Respecto
al comentario sobre algunas formulaciones Malinowski y tal vez orientado por el
auge prevalenciente ya en épocas mas recientes, Firth termina distorsionando
las propias palabras de aquel, puesto que en ningún momento Malinowski expresó
que los bienes no se usaran, sino que su valor de uso no estaba orientado por
el valor de cambio y este valor no era el resultado, o no se sometía a la regla clásica de la equivalencia entre objetos de acuerdo a la cantidad de trabajo
(socialmente necesario) contenido en
ellos. Si bien es cierto que el lenguaje de Malinowski tampoco era este, su proposición estaba
dirigida en tal sentido.
Lo
que sí tal vez sea válido señalar es que
Malinowski planteó esta cuestión en términos generales y nunca se dedicó a su
demostración sistemática, a pesar de su exhaustivo trabajo etnográfico,
preocupado como estaba en cuestiones que “indiscutiblemente” integraban el
campo de interés de la antropología (la vida sexual, el parentesco, los
rituales, etc.).
La
preocupación por el análisis comparativo, entonces, retornaba a la antropología asumiendo como
modelo ordenador los conceptos y categorías de la teoría económica
prevaleciente: la economía postclásica o neoclásica. El propio R. Firth propondría un programa de
Antropología Económica orientada hacia:
“El análisis de los materiales
procedentes de comunidades no civilizadas, de tal forma que sea directamente
comparable con el material de los economistas modernos, encajando supuesto con
supuesto y permitiendo de esta forma que, en última instancia, las
generalizaciones se ajusten de manera que subsuman los fenómenos tanto
civilizados como no civilizados de las comunidades con precios y sin precios,
en un cuerpo de principios sobre el comportamiento humano que sea verdaderamente universal”
(1939:12)
Pero
la economía, tal como lo hemos intentado señalar en el capitulo anterior, no
constituye necesariamente un cuerpo único y homogéneo de conceptos y
categorías. Las disciplinas económicas están atravesadas, al igual que
cualquier proyecto de producción de conocimientos con pretensiones
sistemáticas, de escuelas y teorías alternativas para dar cuenta en forma
diferenciada de los contenidos de sus conceptos, modelos y categorías y esto es
independiente de la pretensión, omnipresente en los denominados por el propio
Herskovits “economistas institucionales” (1954:451) o, en nuestras palabras, hegemónicos, de
conformar un corpus doctrinario e
incluso moral.
Doblemente
moral, podríamos decir, ya que al intentar anclar sus elaboraciones en
pretendidas mimetizaciones con los modelos preponderantes en las ciencias
físico-naturales, los intelectuales orgánicos de la economía política dominante
pretenden encontrar allí legitimidad a sus construcciones hipotético-deductivas
sobre el devenir social y, por otro lado, al ocupar un lugar hegemónico en la formación de discursos
políticos ajusta los presupuestos de sus categorías para hegemonizar la
producción del sentido común, el deber
ser de todo buen ciudadano codificado en términos de agente económico. La
teoría económica hegemónica tiende a configurarse así a la manera de aquellas
profecías autocumplidas, a generar modelos de condiciones ideales para la
producción del orden social que al recibir respuestas antitéticas del campo
“social” no necesariamente llegan a implicar revisiones de los postulados
previos sino paradójicamente su autoafirmación. El desliz es atribuido entonces
y por lo general a condiciones contextuales adversas.
Retomando
la obra de Herskovits, en la que nos detenemos por su carácter en cierta medida
fundante, su autor describe en los
primeros capítulos las definiciones sobre la economía o “lo económico” dando
por válidas total o parcialmente cada una de ellas sin introducirse en las
consecuencias de tal validación irreflexiva, en las diferencias de programas
que ellas implican. Así, por ejemplo, este autor toma una de las definiciones
genéricas de la época como la de Alfred Marshall a la que considera “probablemente
la definición más conocida”:
“La economía política es el estudio de
la humanidad en cuanto a los negocios ordinarios de la vida, examina la parte
de la acción individual y social que guarda una relación mas estrecha con la
obtención y el uso de los requisitos materiales del bienestar”.
(op. cit. :50)
Esta
definición, de carácter general es comentada por Herskovits diciendo que aquel
autor abandona dicho carácter general de la definición sobre el campo de los
estudios económicos, para luego circunscribirse al análisis de los fenómenos
del precio y las actividades de mercado, típicos de las sociedades
“occidentales” (op. cit.: 51). Es posible realizar una observación similar a la
anterior, cuando nuestro autor adscribe, quizá con mayor énfasis, a la
definición de economía que realiza L. Robbins:
“La relación entre los fines y los
escasos medios susceptibles de usos alternativos” (op. cit. 51),
aunque suscribiendo al mismo tiempo la propuesta de otro economista
contemporáneo a su obra, A. G. Papandreu, quien relativizaría aquella
formulación, sosteniendo en tal sentido que:
“No basta con postular la norma
racional. Debemos apelar, además a los sistemas de valores que son ‘idealmente
típicos’ en la cultura analizada” (op. cit. 721).
Ahora
bien: ¿ Cómo es posible compatibilizar el principio general que contiene la
definición de la norma racional con ‘sistemas de valores’ de la ‘cultura
analizada’?. Puesto que, o se postula que dicha norma racional no es un sistema
de valores específico y por lo tanto responde a una premisa de comportamiento
universal o bien la Antropología Económica se configura como una descripción
mas o menos detallada de lo que se supone como distintos sistemas de valores.
Sin embargo, este problema de la compatibilidad apenas es esbozado como un
recurso metodológico de relativización antes que una pregunta orientadora
eficaz para la investigación.
Así,
la obra de Herskovits transita permanentemente sobre semejante cuestión desde
una pretendida crítica al etnocentrismo de los teóricos de la economía llamando
a ampliar los datos para producir una Antropología Económica comparativa:
“Los datos en que los teóricos de la
economía han basado sus definiciones y principios pertenecen a una determinada
cultura, que es la nuestra. Lo que significa que, desde el punto de vista del
estudio comparado de la cultura, las ‘leyes’ derivadas de estos datos son el
equivalente a un promedio estadístico basado en un caso concreto ( la economía
de mercados formadores de precios)”. (op. cit.:
60)
Es
de destacar la inauguración de un espacio de debate con la economía por parte
de la antropología al que remite la propuesta citada. Dos son, al menos, las
consideraciones que pueden hacerse a la misma. La primera remite al lugar de
producción de un saber “empírico” al que quedaría reservado a la antropología.
Es decir, el sostenimiento de un criterio por el cual aportando datos de “otras
culturas” es posible ampliar el horizonte teórico de la Economía. Este
razonamiento de orientación inductivista, independientemente de su eficacia
epistemológica, no repara en el carácter prioritariamente deductivista de la
teoría económica subjetivista dominante en la que se apoya el propio
Herskovits. Tal como lo ha expresado en su momento uno de los premios Nobel mas
reconocidos de esta escuela de la economía M. Friedman y como puede leerse en
muchos textos, los modelos económicos no pretenden dar cuenta de que manera los
hombres se comportan en la realidad sino de como estos debería comportarse
dadas determinadas condiciones contextuales. En segundo lugar, el soslayamiento
de que semejantes condiciones, asociadas
en general a la disponibilidad
plena de información por parte de los agentes económicos, la libre movilidad de
los recursos, la competencia perfecta, etc. son el resultado de construcciones
hipotéticas ideales desarrolladas para de demostrar mediante modelos de
ecuaciones, la factibilidad tendencial del
“equilibrio general” como teoría universal.
El
carácter hipotético-deductivo, que caracteriza a las formulaciones neoclásicas
en economía, adquieren ( no obstante
las pretensiones empiristas e inductivistas de
Herskovits e incluso muchos otros antropólogos económicos según veremos)
cierta eficacia explicativa por cuestiones que han sido soslayadas por gran
parte de la producción en el campo de la Antropología Económica. Desde nuestro
punto de vista, dicha eficacia responde precisamente antes a cuestiones de
índole sociológica que epistemológicas (o en una combinación específica de
ambos niveles sobre el cual es preciso detenerse). Una eficacia asociada a la
progresiva hegemonía de la economía subjetivista cuyos paradigmas neoliberales
se han instalado como sentido común y
configurando una moral burguesa en tanto modelo exclusivo de
cultura global.
Las
orientaciones preponderantemente empiristas y las actitudes antiteóricas de la
antropología funcionalista y particularista de entreguerras (M. Harris, 1982)
pretendieron ser superadas, en nuestro caso, mediante un proyecto de asociación
con las formulaciones mas deductivistas del campo teórico de la economía
intentando contrarrestar supuestos “excesos” empíricos de saberes de aldea con
los “excesos” hipotéticos de la teoría general que portaba la economía como
tradición. Esta construcción por adición del trabajo interdisicplinario,
constituye aún hoy una de las cargas mas pesadas y difíciles de superar en la
mayoría de los intentos por construir una Antropología Económica sistemática y
crítica. Interesa detenernos en tres cuestiones para reflexionar al respecto.
La
primera, surge de la constatación de que si es real el reconocimiento de que,
mas allá de formulaciones generales sobre conductas supuestamente
racionalizantes, la teoría económica no puede dar cuenta de la variedad
universal de comportamientos y sistemas de valores y, al mismo tiempo se
reconoce que los trabajos etnográficos de los antropólogos de entreguerras no
lograban analizar en forma teóricamente aceptable las prácticas “económicas” de
las sociedades estudiadas, el resultado debería haber conducido a la
formulación de un conjunto de conceptos, categorías y modelos (una teoría y un
método) que pudieran promover un nuevo conocimiento de la problemática así
planteada. Pero este paso solo hubiera sido posible si se formularan
explícitamente y con mayor profundidad de análisis los límites y posibilidades
de ambas disciplinas.
La
segunda, siempre a nuestro entender, radica en que estos primeros antropólogos
economistas han ocupado un espacio en la producción de conocimientos no
reconocido firmemente por el otro “campo” del saber: la teoría económica
dominante en los ámbitos académicos e institucionales en general. Esto no sería
discutible si independientemente de dicha situación se hubieran asumido
proposiciones teóricas y metodológicas acordes con las problemáticas sugeridas.
Por otro lado y a contramarcha de lo anterior, se intentó validar algunas
proposiciones y principios generales de algunos economistas contemporáneos a
sus obras, por lo que incluso el posicionamiento inductivista (el trayecto
metodológico que va del caso y el resultado a la regla) quedaba desdibujado (o,
para decirlo mas claramente, expresado como una “contradictio in adjecto”).
Esta segunda cuestión resulta clara nuevamente en Herskovits:
“Hay que reconocer con toda justicia
que, desde los primeros días de la historia de la economía, los economistas,
tal vez desanimados por la inmensidad de la tarea de descubrir por si mismos la
verdadera imagen de la vida ‘primitiva’, dejaron al hombre ‘primitivo’ en la
soledad mas espantosa, volviéndole la espalda. Las referencias a ciertas
hipotéticas tribus moradoras de una isla y que empleaban conchas en función de
dinero han sobrevivido, ciertamente hasta nuestros días, por lo menos en las
discusiones de clase de una prestigiosa institución de enseñanza, donde se ha
emprendido una investigación igualmente hipotética encaminada a estudiar los
efectos de las conchas, consideradas como bienes libres, digámoslo así, sobre
el valor de una moneda inexistente”. (op. cit.: 57)
Este
interés por dotar de bagaje empírico y con datos de “la verdadera imagen” de
las instituciones primitivas construye a la antropología en aquel lugar de
saber empírico ya señalado. Pero mas allá de esta cuestión observamos en la
obra de Herskovits un tratamiento de los datos etnográficos (que obviamente
conoce con mayor detalle que los economistas) codificados a partir de los
conceptos y categorías que se reconocen como mas habituales de la economía. Ese
sentido común construido en la forma de categorías como pautas de trabajo, división
del trabajo, comercio y trueque, dinero y riqueza, etc. que son llenadas, completadas, por datos
etnográficos provenientes de “distintas culturas”. Entonces, toda la
Antropología Económica propuesta parecería asentarse en esta actitud
comparativista aunque manteniendo incólumes el significado de tales categorías.
Aún mas, aquella petición de principios formulada hacia los economistas no sin
cierta ironía, parece concluir meramente en una petición de principios en torno
a la autoridad etnográfica del antropólogo para reproducir en forma ampliada
los mismos saberes (el mismo diseño del cuadro aunque, esta vez, con el
colorido y el impresionismo que brinda el detalle etnográfico).
La
tercera cuestión nos aproximará a la problemática metodológica mas importante
para nosotros y, además, nos permitirá hacer un vínculo con situaciones que la
trascienden, es decir, aquellas que nos remiten a las relaciones entre
determinados posicionamientos teórico-metodológicos y sus implicaciones
sociales y políticas. En este sentido transcribiremos otra cita de Herskovits
que, aunque un tanto extensa, expresa con claridad estas relaciones:
“habrá tal vez quienes busquen en estas
páginas algún estudio acerca de los efectos del contacto con las economías de
Europa y América sobre los sistemas tratados en la presente obra. Se trata de
un aspecto de la escena contemporánea que tiene, evidentemente, un interés
cardinal para el problema de ajuste en el mundo. Sin embargo, quienes se ven
obligados a estudiar situaciones de este tipo parten con demasiada frecuencia del supuesto de que los cambios que en es te punto han de
manifestarse tienen que proyectarse necesariamente en una sola dirección; es
decir que la simplicidad de los sistemas ’primitivos’ sobre los que actúa el
orden industrializado plantea ante nosotros un problema mas bien de imposición
que de interdependencia. En la medida en que esto ocurre, nuestro libro podrá
tal vez contribuir a la comprensión de las fuerzas históricas en juego,
llevando a quienes tienen algo que ver con los problemas planteados fuera del
área de la tecnología y la industrialización euroamericana al reconocimiento
del fondo sobre el cual deben proyectarse estas innovaciones, para que
realmente pueda lograrse un ajuste factible. Pero estas situaciones del
contacto o los procesos que implican no caen dentro de los términos de
referencia de esta obra especial. Nuestro propósito consiste mas bien en dar al
lector un sentido de la variación que señala el modo en que los hombres
procuran alcanzar estas metas que consisten en aplicar medios escasos a fines
dados y que no puede ser sino el resultado del examen de los varios sistemas
puestos en práctica por la humanidad para ajustarse a esta fundamental
exigencia de la civilización humana”. (op. cit.: 9).
Al
igual que lo observado en Malinowski, aunque esta vez con pretensiones
comparativistas aparece enunciada aquí también la problemática del “contacto”
entre las comunidades estudiadas por los antropólogos y “el orden industrializado”, pero Herskovits,
si bien considera que esta cuestión es de un “interés cardinal”, decide no
abordarla, considerando que quienes se ven “obligados” a realizar tales
estudios parten del supuesto, que las transformaciones emergentes de estas
situaciones “se proyectan necesariamente en una sola dirección”. Aún suponiendo
que esto último sea cierto, a pesar que en ningún momento se cita a los autores
que han tratado semejante problemática de la manera descripta, a lo largo del
recorrido de su investigación no encontramos referencias que indiquen procesos
de cambio en otras “direcciones”.
Así,
tras justificaciones realizadas mediante una crítica abstracta a
investigaciones no especificadas, se
construye entonces una Antropología Económica que apunta a la
descripción, sobre fuentes de segunda mano, de prácticas e instituciones
“primitivas” con el objeto de dar cuenta “del fondo sobre el cual deben
proyectarse las innovaciones”. Comprendemos así que el programa de Antropología
Económica propuesto implica dar cuenta de determinadas instituciones y
prácticas económicas “primitivas” para que “las innovaciones que lleven
adelante planificadores, administradores y “quienes tienen algo que ver con lo
planteado...logren el ajuste factible” .
Dos
observaciones adicionales pero también elementales deben hacerse al respecto y
ambas trascienden las implicaciones metodológicas. Por un lado se reitera la
expectativa de instrumento de planificación colonizante que se tiene sobre el
conocimiento antropológico reservando para este el lugar de instrumento de
ajuste de la intervención política. Por otro lado, semejante propuesta se
cimenta sobre el desconocimiento (pues se niega a tratarlo como objeto
antropológico) de las transformaciones sociales “económicas” por las que han
atravesado las prácticas e instituciones de las comunidades y grupos sociales
analizados. Transformaciones que mas allá de la voluntad, conocimiento o
posición ideológica o política que sustente el planificador o administrador o
el antropólogo que les sirva, son el resultado histórico-concreto del
desarrollo y expansión de las relaciones de producción e intercambio
capitalistas a nivel planetario; hecho social que determinada forma de
producción del conocimiento antropológico insiste en dejar de lado como si no
perteneciera a su “campo” específico de análisis.
Desde
nuestro punto de vista y sin introducirnos en todos los significados de
semejante desinterés, señalamos esta recurrencia de planteos que aún
reconociendo la frecuencia de estudios sobre cambios y transformaciones en las sociedades tradicionales que los
analizan “en una sola dirección” dejan
de construir su indagación antropológica precisamente allí, es decir en las
múltiples configuraciones que pudieran resultar de la expansión de las
relaciones de producción capitalista a nivel global. Pero antes de
introducirnos en las consecuencias de tal posicionamiento para la antropología
económica, incursionaremos en los desarrollos teóricos y metodológicos que se
sucedieron en este campo a posteriori de los autores señalados hasta el
momento.
La Antropología Económica como campo
específico.
Uno
de los autores que mas reconocimiento ha obtenido respecto a la construcción de
la Antropología Económica en los ámbitos académicos de Inglaterra ha sido, tal
vez, Raymond Firth. Suponemos que dicho
reconocimiento se ha debido a su preocupación por hacer notar las falencias
teóricas respecto al tema que expresaban las etnografías de su maestro Malinowski , según lo hemos ya observado. No
obstante, y mas allá del valor etnográfico de su trabajo sobre Tikopia, cuando
este autor describe su “economía” lo hace mediante una serie de descripciones
tan o más generales que el primero:
“La economía de Tikopia, según la
observe en los años 1928 a 1929, puede razonablemente clasificarse como una economía
de tipo ‘primitivo’. El término primitivo es relativo. Mas estrictamente
aplicable a un sistema económico que a un sistema social, este término no tiene
un carácter definidor muy preciso y se utiliza en diversos sentidos. Mi opinión
personal es que implica un sistema de tecnología sencilla, no mecánica, con
escasa o nula innovación, dirigida más al mantenimiento que al incremento de
los bienes de capital y con una diferenciación relativamente baja de los
papeles económicos de la población en las funciones productiva, empresarial y
administrativa. Ordinariamente carece de instituciones de mercado definidas o
de medios de cambio generalmente aceptables para la conversión expedita de un
tipo de recurso en otro”. (1965:17)
Esta
descripción de la economía Tikopia, dista bastante por su sencillez de la forma
en que según sus propias adscripciones a la teoría subjetiva de la economía,
debería corresponder a la definición de lo económico. En este sentido, escribía
:
“El concepto básico de la economía es la
asignación de recursos disponibles escasos entre las necesidades humanas que
puedan satisfacerse, con el reconocimiento de que son posibles las alternativas
en cada esfera como quiera que se las defina. La economía trata, pues, de las
implicaciones de la opción humana. de los resultados de las decisiones” (1951:125)
Parecería
ser que, en el tiempo que media entre estos escritos, se produce un cambio en
sus concepciones sobre economía. Ciertamente, hacia 1958, R. Firth se muestra
bastante escéptico respecto a la capacidad explicativa de la teoría económica
para construir una Antropología Económica tal como el propio autor se la
prefiguraba. Tal es así que en una de sus obras publicadas en dicho año
expresaría:
“En las modernas sociedades industriales
los economistas han desarrollado una elaborada técnica de estudios para esta
organización y han creado un cuerpo de generalizaciones sobre ella. Todavía
está en discusión hasta que punto ésta técnica y estas generalizaciones pueden
aplicarse al estudio de las comunidades primitivas”
(1958:63)
Ya
habíamos planteado que las técnicas y las generalizaciones a las que adscribía
este autor se referían a las formulaciones neoclásicas en economía y más específicamente, a los conceptos
y categorías de las corrientes subjetivistas. La etnografía de la economía
Tikopia, mas allá de que no trasciende de una mera descripción de algunas
funciones del sistema y del hecho que este siga siendo considerado en forma
aislada de las relaciones de producción e intercambio que de una manera u otra
lo habían transformado, implica mas una descripción de tipo objetivista de la
economía, al hablar de sistema económico, tipo de tecnología, división del
trabajo, etc. Si nos hemos detenido, en algunos cambios de énfasis en este
autor, es porque dichos cambios nos resultan significativos para analizar las
temáticas alrededor de las cuales, una vez inaugurado el campo de la
Antropología Económica, comenzaron a perfilarse distintas corrientes de
pensamiento en su “interior”. El extenso y a veces intrincado debate entre los
antropólogos economistas que tuvo lugar hacia los comienzos de la década de los
sesenta, fue quizá motivo del escepticismo que encontramos en R. Firth en esa
época. Dicho debate giró, en aquel entonces, en torno a dos problemáticas
principales que ya estaban anunciadas en los estudios analizados
preliminarmente, estos son: (a) la viabilidad o no del uso de los conceptos y
categorías de las ciencias económicas para el estudio de las “sociedades
primitivas”, lo que nos remonta a las problemáticas entre universalismo y
particularismo en la teoría antropológica en general y (b) la definición o bien
delimitación de “lo económico”, lo
que nos remonta en parte a las distintas adscripciones a teorías económicas
distintivas y también a formas
alternativas de abordar la cuestión de la “racionalidad económica”.
Durante
la década de 1960 se produjeron una gran cantidad de trabajos de carácter
predominantemente teóricos en torno a las cuestiones enunciadas en un debate
que dividió a los antropólogos economistas en dos posturas encontradas, aunque
con matices de interés. Se trata de la polémica entre los autores denominados
“formalistas” y los autores denominados “sustantivistas”.
Los
autores formalistas intentaron demostrar la universalidad de los principios de
escasez y elección presentes en las definiciones “subjetivistas” en economía.
El propio M. Herskovits ya lo había sugerido al formular que:
“Los elementos de escasez y elección,
que son los factores sobresalientes de la experiencia humana que dan razón a la
ciencia económica se basan psicológicamente en terreno firme (...) nuestra
preocupación fundamental es comprender las implicaciones interculturales del
proceso de economizar”. (op. cit.:29)
No
nos detendremos aquí en un análisis pormenorizado sobre los contenidos de esta
controversia ya que su tratamiento está contemplado en el artículo de A.
Balazote en éste mismo libro, en el cual se desarrolla también algunas
elaboraciones recientes de la Antropología Económica reciente ( [42])
El
proceso de economizar, es decir aquel comportamiento que implica la asignación
de recursos escasos entre fines alternativos, se confunde en esta tesis con la
definición de economía. K. Polanyi, ha sido uno de los autores que ha criticado
la supuesta universalidad de principio de
escasez y, principalmente, su combinación con el principio de elección:
“Resulta fácil ver como hay elección de
medios sin insuficiencia y como hay insuficiencia de medios sin elección. La
elección puede estar inducida por una preferencia de lo cierto frente a lo
equivocado (elección moral) [...] En algunas civilizaciones las situaciones de
escasez parecen ser casi excepcionales y en otras desconsoladoramente
generales. En cualquier caso, la presencia o ausencia de escasez es una
cuestión de hecho” (1976.158)
Por
ello este autor, va a asumir una definición alternativa de “lo económico”:
“El origen del concepto sustantivo... es
el sistema económico empírico, puede resumirse brevemente como el proceso
instituido de interacción entre el hombre y la naturaleza (medio ambiente) que
tiene como consecuencia un continuo abastecimiento de los medios materiales que
necesitan ser satisfechos” ( op. cit.: 159)
Esta
definición que hace énfasis en lo empírico parece tener que ver mas con una
relativización de los principios de la economía subjetiva que con un intento de
crítica. Semejante preocupación por el sistema económico empírico lo lleva a
considerar incluso que:
“Para producir resultados cuantitativos
los movimientos de localización y de apropiación de que consta el proceso
económico, deben presentarse aquí como funciones de las acciones sociales con
respecto a medios insuficientes y orientada por los precios resultantes. Tal
situación solo se consigue en un sistema de mercado”
(op. cit.:159)
De
la postulación anterior, surge que, frente a la existencia de mercados
formadores de precios, la economía formal o subjetiva logra eficacia
explicativa. El problema de su validez
ocurriría cuando nos trasladamos a “otras”
sociedades. En las “economías” sin mercado, los mecanismos
institucionales, o (como el autor los denomina) las formas de integración son
específicas y fundamentalmente dos: la
reciprocidad y la redistribución. Así:
“La reciprocidad denota movimientos
entre puntos correlativos de agrupamientos simétricos; la redistribución
designa los movimientos de apropiación hacia un centro y luego hacia el
exterior; el intercambio hace referencia aquí a movimientos viceversa en un
sentido y en el contrario que tienen lugar como ‘entre manos’ en un sistema de
mercado”. (ibid.:162)
Estos
mecanismos, aunque el autor no lo explicita así, parecen haber sido formulados
con el objeto de construir “tipos
ideales” mediante los cuales clasificar y ordenar distintos tipos de economía. La
formulación avanza en relación a las genéricas definiciones subjetivas en la
medida que permite una mejor clasificación de tipos de economía o sociedad
recuperando el innumerable material etnográfico e histórico al respecto, pero
esto a contramarcha de los intentos de producir una teoría antropológica capaz
de considerarse “universal”.
Detengámonos
un poco más en este problema. Es un hecho que en las primeras formulaciones de
los autores que adscribían a las definiciones de la teoría subjetiva en economía
era posible encontrar contradicciones insalvables en sus propios textos. Tal es
el caso de M. Herskovits quien luego de su definición del proceso de
economizar, en otra parle del mismo libro nos sugiere, hablando siempre de las
sociedades “primitivas”, que:
“En estas sociedades la producción y la
distribución implican poco la motivación al beneficio [...] el proceso de
distribución se establece en muchas tribus en una matriz no económica (no
economizadora de medios) que adopta la forma de intercambio ceremonial y de
regalos” (op. cit. :11-30).
Esta
descripción que realiza Herskovits dista mucho de (y mas bien contradice) su
afirmación en torno al terreno firme en el que se asienta el comportamiento
“economizante” , por el contrario, se compagina perfectamente con la definición
sustantivista de la economía. Más aún, con el postulado de Polanyi en torno a
que la “economía humana esta incrustada en instituciones económicas y no
económicas (como) la religión o el gobierno”. Es por ello que M. Godelier llegó a plantear con sagacidad
que:
“De hecho, no es demasiado difícil
mostrar que en la práctica los formalistas abandonan su propia definición y de
hecho estudian lo que es objeto mismo de la ciencia económica según los
sustantivistas” (1976:284).
La
contradicción entre la teoría y la empiria, que se suponía era el centro del
problema, fue resuelta por los sustantivistas mediante una adscripción al
“relativismo cultural”, es decir proponiendo la inaplicabilidad de la teoría
económica en situaciones donde no encontrásemos mercados y precios (Dalton,
1961; Polanyi, 1976). En cambio, los autores formalistas en muchos casos
apelaron al universalismo: a la universalidad de la conducta economizante como
objeto de estudio. Así, luego de sostener las definiciones subjetivas, R.
Burling intenta resolver aquellas contradicciones formulando algunas
consideraciones que no dejan de ser interesantes:
“Si la economía se limita al estudio de
los bienes con precio, es una increible contradicción de términos hablar de ‘economía
primitiva’ cuando nos ocupamos de una sociedad
sin dinero. No obstante, lo que han hecho los antropólogos es observar el tipo
de bienes y servicios a los que nosotros ponemos precio y considerarlos
económicos incluso en otras sociedades, en lugar de comprender que es el
fenómeno mismo de ponerles precio lo que proporciona su unidad a estos
concretos bienes y servicios.
(1976: 108)
Afirmación
sugestiva porque nos remite inmediatamente a la siguiente pregunta: ¿cuál es
entonces el criterio alternativo que unificaría distintos comportamientos (ya
que de estos se trata) y que permiten construir el objeto de la Antropología
Económica?
Este
autor sostendrá, entonces, que el estudio de los fenómenos económicos no se
refiere a un tipo de conducta sino a un
aspecto de la conducta humana. La
especificidad de la Antropología Económica no radicaría entonces, al contrario
de lo que afirma el relativismo sustantivista, en el estudio de los sistemas
económicos específicos, sino en la demostración a escala universal de aquel
aspecto específico, economizante del comportamiento. Esta delimitación, del
campo de lo económico tiene a nuestro entender mayor solvencia lógica que el
mero recurso empirista al “dato” diferente para construir modelos teóricos
diferentes pero, al mismo tiempo, este autor coloca nuevamente a la
Antropología en ese lugar de saber empírico preasignado cuando propone que “...identificaría a la economía con la
antropología sino fuera cierto que los economistas se ocupan de la forma en que
la gente economiza y los antropólogos de (estudiar) si la gente economiza”
(1962:119).
En
este sentido, la Antropología Económica debería investigar la existencia o no
de dicha forma de comportamiento en cualquier aspecto de la vida social y, de
esta manera:
“Seria posible hablar de la oferta de
prestigio, demanda de poder y costo de autoridad. No veo razón por la cual no
se debe hablar incluso de la utilidad marginal de las muestras de cariño. Cada
hombre puede ser considerado como un empresario que manipula a aquellos que le
rodean, negocia el producto de su trabajo, atención, respeto, etc., cambiándolo
por lo mas que puede obtener” (1962:116).
Esta
exégesis de los comportamientos sociales a partir de un supuesto modelo de
comportamiento del “empresario moderno”, ratifica el presupuesto etnocéntrico
contenido en la economía subjetiva , el cual es llevado por este autor a su
máxima expresión. En este sentido, también va a señalar que el error de muchos
antropólogos, incluso hasta de quienes aceptan la definición subjetiva de la
economía, consiste en haber aplicado los principios de la conducta economizante
a un tipo de conductas: aquellas que involucran en su acción a bienes
materiales. Frente a lo cual es posible también sostener que, si bien definir
lo económico a partir de la constatación empírica de que lo que se intercambian
son objetos materiales ( y no p.e. servicios, cualesquiera que estos sean) es
una perogrullada; no lo es menos el prejuicio etnocéntrico de que un aborigen australiano, o cualquier individuo en general
puede llegar a comportarse como un empresario, a partir de tomar decisiones
“eficientes” . Decubrir la norma (supuesta) en el comportamiento y delimitar el
campo analítico hacia tales
“descubrimientos” ubicaría a la antropología económica mas como la legitimación
de una moral (la moral burguesa) que como una reflexión en torno a los
comportamientos diferenciales observables por la etnografía, si es que por el
lado del análisis de “comportamientos” construimos un programa de antropología
Económica.
Continuando
con las premisas teóricas de L. Robbins, nuestro autor nos da algunas pistas
más en torno a la construcción de su programa . En esa dirección, asume el
postulado de aquel economista planteando que no hay problema económico si se
dispone de medios ilimitados para alcanzar una meta y, además, no tenemos que
economizar si algo no tiene usos alternativos cualesquiera que sean. Pero
llegado a este punto y aun conservándonos en las premisas sugeridas cabría
preguntarse si existe alguna cosa, sea esta material o inmaterial, que no tenga
usos alternativos y, aun más, si el objeto económico es la relación
medio-fines, o más precisamente la elección entre medios que son escasos porque
los fines pueden diferenciarse en orden de importancia, queda claro, en primer
lugar, que es este orden de preferencias el que construye relacionalmente la
noción de escasez de los medios, por lo que el problema radicaría en establecer
el método mas adecuado para analizar dichas escalas de jerarquía. Sin embargo,
tal como ya lo hemos observado al analizar las teorías marginalistas en el
capítulo anterior, en los modelos formulados estos niveles se suponen “dados”,
así: “dado un conjunto de capacidades técnicas y de conocimientos y, dado un
conjunto de fines o valores escalonados, solo existe una forma óptima de
utilizar los unos para alcanzar los otros”. Supongamos aceptable la presunción,
necesaria en la teoría marginalista, de que sólo hay una forma susceptible de
economizar (optimizar) en la relación medios-fines, la posibilidad de respuesta
a la pregunta de la Antropología Económica según su propio autor, es decir,
saber si las personas economizan, solo sería posible conociendo aquella escala
de fines, pero al respecto este autor como otros autores formalistas en ningún
momento proponen una metodología para el conocimiento de dichos fines en los
agentes económicos, sobre todo, siendo que toda esta construcción esta
destinada a hacer operativa la teoría allí donde los sistemas de precios no
constituyen parámetros orientadores en la toma de decisiones. El propio Burling
se encarga de hacer notar que, par a la mayor parte de los economistas
(fundamentalmente los economistas subjetivistas a cuyas definiciones adhiere),
tiene poca importancia como toman las decisiones los miembros de cualquier
sociedad concreta. Ya hemos notado que, para que los modelos
hipotético-deductivos sobre el comportamiento de los agentes económicos (el
empresario, el trabajador, el consumidor) de la economía subjetiva se comporten
en la dirección óptima, se requiere de la premisa que un conjunto de variables
consideradas contextuales o exógenas sean controladas o se asuma su control
como un dato. Sin este prerequisito los modelos del comportamiento económico no
“funcionan”.
Así,
por ejemplo, se asumen como dadas variables de tipo “disponibildad absoluta de
información por parte de los agentes económicos”, que se presupone a través de
los sistemas de precios o bien “competencia perfecta en los distintos
mercados”, por lo que se supone o se alienta la inexistencia de oligopolios y
monopolios, para el caso de las empresas y de los sindicatos para el caso del
mercado laboral, etc. Como semejantes situaciones, por lo general, no se dan
objetivamente en la realidad, se presupone su existencia teórica para inferir,
deducir, como se comportarían tales agentes económicos de darse aquellas
situaciones.
Según
lo hemos expresado en el capitulo dedicado al tema, puede plantearse que a
estas construcciones de la economía subjetivista no les interesa “como” se comportan
los sujetos en una sociedad concreta, porque desde el comienzo parten del
supuesto de que dicho comportamiento no es empíricamente demostrable, con la salvedad, como se dijo de
que se den ciertas condiciones y, resultaría absolutamente falso sostener que,
por ejemplo, competencia perfecta o disponibilidad absoluta de información sean
supuestos realistas y no como lo asumen los propios economistas subjetivistas
modelos de situaciones ideales.
Si
esto es así, entonces el programa para una Antropología Económica que
retome como objetivo observar si los
agentes económicos se comportan de acuerdo con dichos modelos resulta, al
menos, y como ya se dijo, una ingenuidad empirista pero también una
contradicción respecto a las premisas de los economistas en quienes se
apoyan.
En
este sentido es valida la apreciación de Boulding respecto a que: “...el
análisis marginal, en su forma, generalizada, no es un análisis del
comportamiento (...) está mas próximo a un ética o a un análisis de posturas
normativas” (1976:224).
Pasar
de un modelo estrictamente deductivo a su comprobación por inducción al
interior del campo de análisis producido por los mismos presupuestos teóricos
involucra problemáticas que son materia especifica de la epistemología. Sin
recurrir dicha disciplina por confesión de ignorancia, y manteniéndonos en los
mismos presupuestos y principios de esta escuela de la Economía y la
Antropología Económica, nos propusimos aquí sugerir algunas de sus
limitaciones. De todas maneras no nos detendremos, por el momento, en otras
consideraciones posibles en torno al conjunto de consecuencias que para la
Antropología Económica han traído aparejados estos planteamientos.
Retomando
algunas de las concepciones sustantivistas en Antropología Económica, nos interesa
detenernos en los análisis de M. Sahlins realizados en “Economía de la Edad de Piedra” su principal trabajo en esta
materia (orig. 1972). En esta obra el autor se ubica en una posición sustantivista, o mas bien relativista, en torno a
la imposibilidad de extrapolar los comportamientos que supone corresponden al
“homo económico” moderno hacia dichas economías. El trabajo comparativo de M.
Sahlins apunta a explicar los mecanismos de lo que él denomina “modalidad
doméstica” de la producción. Para ello recurre a algunos datos comparativos de
una multiplicidad de etnografías intentando plantear en primera instancia que
lejos de una “racionalidad maximizadora” en los agentes económicos primitivos,
lo que encontraríamos es una actitud hacia la producción en relación directa
con las pautas de consumo. Al contrario de un criterio “maximizador de su
producción”, las economías tribales dejarían de producir cuando logran cierto
nivel de subsistencia, dado por sus pautas de consumo. A partir de esta
caracterización, y de ciertos datos etnográficos que indicarían que “en algunas
aldeas los hombres porductivos trabajan en promedio no mas de cuatro horas
diarias para lograr una subsistencia culturalmente aceptable”, va a definir a
estas economías como “economías de opulencia” en comparación, dice el autor,
con las horas de trabajo del obrero contemporáneo que debe trabajar muchas mas
horas para lograr su subsistencia.
La
noción de modalidad doméstica de la producción hace referencia a una forma de
organización del trabajo y la producción en la cual el nivel de producción
depende de la relación entre consumidores y trabajadores, Es decir, en la
medida a que trabajo y consumo no estarían separados, ya que la unidad familiar
es justamente una unidad de producción y consumo. Dicho nivel de la producción
sería entonces resultado de los niveles de consumo. Esta noción genérica sobre
la economía familiar fue retomada de los trabajos realizados por autores de la
llamada “corriente populista” de la economía que se desarrolló en Rusia en los
años previos a la revolución de octubre y cuyo representante mas destacado fue
V.I. Chayanov. ( [43])
Sin
embargo, y a contrapelo de este análisis en torno a la unidad doméstica. M.
Sahlins va a sostener que de acuerdo a sus observaciones (tomadas de un
conjunto de etnografías), la relación consumidores/trabajadores en tanto modelo
de reproducción doméstica no se cumple en la realidad. Por el contrario
“descubre” que empíricamente gran cantidad de unidades domésticas trabajan por
encima de lo que necesitarían y otro tanto lo hace por debajo de dichas
necesidades. Lejos de implicar esta situación tendencias hacia una
estratificación (por ejemplo, entre unidades ricas y pobres) y dispersión social, lo que sostiene |Sahlins
es la existencia mas allá de las unidades domésticas de la “comunidad doméstica” y esta comunidad
estaría siendo garantizada por la emergencia de la política basada a su vez en
la producción de jefaturas con capacidad de incentivar la producción y promover
la redistribución. el argumento de Sahlins es interesante ya que discute el
status de “lo económico” que es considerado antes que una estructura, una
“función” de la política.
Sus
sugerentes análisis, del cual obviamente hacemos una síntesis demasiado
escueta, tuvieron una relativa aceptación, ya que desde una posición
sustantivista el autor incursionaba en el análisis de las economías primitivas
incorportando modelos que se atrevían a discutir con los presupuestos
chayanovianos en boga, aún siendo su lectura de este autor bastante sesgada.
No
obstante hay varias cuestiones que señalar:
La
primera, de orden metodológico, y que ya fue realizada por C. Meillasoux
(1982), se refiere al hecho de que los materiales estadísticos que compara
responden a distintos tipos de actividades económicas (horticultores, ganaderos
nómades, cazadores recolectores, agricultores), las cuales indican distintos
niveles de desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto el modelo de la
comunidad doméstica se pierde en una serie de principios generales ahistóricos.
La segunda, tal vez mas importante para nosotros es la constatación de que los
modelos de economía familiar o doméstica basados en aquel principio general o
su crítica mediante el recurso a la política como incentivadora de la producción,
han servido como referencia para el análisis de determinados comportamientos
que se suponen “exteriores”, “ajenos”, “no contaminados” por la dinámica de la
producción y reproducción capitalistas actuales, y aquí el problema de la
ahistoricidad de esta categoría adquiere perfiles más concretos.
En
relación con esta cuestión, ha sido también C. Meillasoux quien ha brindado algunas propuestas orientadoras
que permiten analizar la existencia de estas actividades económicas como
insertos en los procesos de la producción y la reproducción propios del Modo de
producción Capitalista. Pero los análisis de Meillasoux corresponden ser contextualizados en el campo
de la denominada Antropología Económica marxista, o bien, dentro de los debates
en torno a profundizar el campo del materialismo histórico.
Antropología Económica y materialismo histórico
Paralelamente
a las discusiones entre formalistas y sustantivistas, autores que referenciaban
sus análisis en la tradición marxista incursionaron en la formulación de las
posibilidades y límites de una Antropología Económica.( [44])
Quizás el autor más influyente en esta corriente de pensamiento es M. Godelier
quien, además, sistematizó, desde el materialismo histórico una crítica a ambas
corrientes. Luego de hacer un cuestionamiento a las definiciones marginalistas
en economía y sintetizando los contenidos de las obras de aquellos primeros,
este autor plantea que en la práctica, es decir cuando describen
etnográficamente las sociedades estudiadas, los formalistas abandonan la
definición de economía que habían sustentado y de hecho, estudian lo que es el
objeto de la economía según los sustantivistas (1976:284). Sostiene además que
en estos autores, al asignar a la Antropología Económica el estudio de las
formas en que los hombres combinan sus recursos escasos para conseguir fines
específicos, lo económico se diluye en el estudio de todo comportamiento
finalista e intencional.
Respecto
a los sustantivistas, si bien este autor rescata en parte la definición del
objeto de la economía de los mismos, responde críticamente en el sentido de que
confunden el análisis del sistema económico con sus aspectos visibles, propios
de una metodología empirista. Critica también la orientación de estas
investigaciones hacia las problemáticas de la circulación de los bienes dejando
de lado el aspecto esencial de un sistema económico que, según sus propias
definiciones, estarían constituidas por las relaciones de producción:
“En
esta perspectiva lo que puede ofrecer una Antropología Económica
sustantivista es la descripción más o menos minuciosa de los aspectos
económicos de las estructuras sociales políticas, religiosas, de parentesco.
Pero, por otra parte, el criterio preferido por Polanyi para construir su
clasificación constituye en realidad algo más que un simple “reconocimiento” de
los hechos, algo más que una descripción neutra, inocente, de los diversas
tipos de integración económica que se encuentran en el seno de la historia.
Porque los tres principios aislados por Polanyi son tres formas de reparto de
los bienes, y al otorgarles una posición privilegiada hipostatiza de este modo,
como rasgo dominante del sistema “económico”, no las estructuras de la
producción, sino las estructuras de la distribución de los bienes materiales”
(1980.68).
De
acuerdo con esta crítica, Godelier va a sostener una analogía entre aquellos y
las posiciones de la economía política clásica anterior a “Ricardo y Marx”, que
confundieron bajo el mismo concepto de distribución, las formas de reparto de
los productos en la sociedad con las relaciones sociales involucradas en los
mecanismos de apropiación y/o propiedad de los medios de producción en una
determinado sistema económico. También, con el objeto de desarrollar una
perspectiva superadora del empirismo y en relación a lo anterior, este autor
propondrá que:
“La lógica interna y el lazo necesario
entre formas de producción y distribución de los bienes materiales no se
revelan directamente sobre el terreno, sino que deben ser reconstruidas
teóricamente, y además sabemos que, para que un sistema cualquiera se
reproduzca es necesario que el modo de distribución de los bienes corresponda
al modo de producción de esos bienes. Sabemos finalmente que, a un modo de
producción determinado corresponden estructuras sociales determinadas y un modo
de articulación especifica de esas diversas estructuras”.
(op. cit.:69)
Semejantes
postulados de orden metodológico estaban asociados, aunque con distintos grados
de consenso, a un esfuerzo teórico que en la década de 1960 comenzaron a
realizar una serie de intelectuales marxistas, fundamentalmente en Francia. Nos
referimos principalmente a las investigaciones de Althusser y Balibar (1985)
quienes, a partir de lo que ellos dieron en llamar una “lectura sintomática” de
los textos fundamentales de Marx y Engels, intentaron extraer los conceptos y
categorías fundamentales que conformarían, desde aquellas obras clásicas, la
“ciencia” del materialismo histórico. La propuesta de construir la ciencia dei
materialismo histórico, marcó una etapa fundamental en el estudio de las obras
de Marx y Engels al realizarse un esfuerzo crítico sobre sus obras. Sin ánimo
de introducirnos pormenorizadamente en este proyecto, plantearemos algunos
presupuestos del mismo y sus influencias principales en los análisis marxistas
en el campo de la Antropología.
En
lo que ha sido quizá la obra más importante de aquel proyecto; “Para leer el Capital” y a partir
de un conjunto de consideraciones epistemológicas en torno a la importancia que
debería tener para la militancia política de los partidos “marxistas” la
práctica teórica, aquellos autores intentan establecer lo que consideraban como
las claves teóricas y conceptuales de las obras de Marx y Engels. Ello fue
posible, en palabras de los propios autores, por el “descubrimiento” de la
siguiente propuesta (que insistimos es de carácter epistemológico): las obras
de los clásicos marxistas, sobre todo la del propio Marx, no debe ser leídas
como una continuidad o, mejor dicho, no todos los textos escritos y publicados
tienen el mismo status científico, ya que a partir de un conjunto de criterios es posible establecer que hay una “ruptura” (un salto cualitativo) en el
pensamiento de Marx. Ruptura epistemológica que los autores advierten principalmente a partir del clásico texto de Marx y Engels La Ideología Alemana. Es así
que textos previos como los
“Manuscritos económico-filosóficos” pasaron a ser considerados meros
antecedentes del Marx “joven”; elaboraciones teóricas que, si bien importantes, aparecían teñidas, permeadas por postulados de carácter ideológico; escritos que contrastaban, de acuerdo a esta perspectiva, con los estudios sistemáticos posteriores de El Capital considerada como la obra
verdaderamente científica de Marx. Este recorte y relectura de las obras
clásicas del “marxismo” ha producido un conjunto de debates en torno a su
validez y sentido. Como nos es imposible dar cuenta en estas páginas de dicho
debate, nos restringiremos planteando algunas cuestiones de relevancia para
nuestra perspectiva en la materia.
En
primer lugar, esta ciencia del materialismo histórico se construye con el
sentido de dar cuenta de los conceptos fundamentales que permitirían construir
con mayor rigor teórico los procesos de formación y transformación de los
“modos de producción” que se habrían
dado a escala histórica y mundial. Dos categorías que se consideraron claves en
este sentido fueron las categorías de Modo de Producción y Formación Social. La
preocupación por revisar y definir precisamente estos conceptos se relacionaba
con determinadas críticas que en los ámbitos intelectuales europeos venían
siendo realizadas a las concepciones de la historia que la academia soviética,
sobre todo a partir de Stalin, había legitimado. Una historia general y sucesiva de Modos de producción en
las que dogmáticamente se ponía al “socialismo real” como el máximo escalón
evolutivo de la sociedad humana. Visión dogmática y acrítica parangonable en
cierto sentido a la apologética de la sociedad capitalista “ideal” de los
manuales de Economía.
La
antropología social había realizado, como hemos observado, importantes
contribuciones de orden metodológico en contraposición a las “conjeturas” del
evolucionismo en sus construcciones sobre el desarrollo de la humanidad en
términos de estadios unilineales, es decir estadios que se habrían repetido a
escala universal siempre en la misma dirección. Por ello, esta disciplina
apareció como un campo propicio para indagar sobre estas temáticas, habida
cuenta del importante material etnográfico desplegado en dichos intentos.
Aquellos posicionamientos frente a la historia y el marxismo “oficiales”, al
margen de los profundos debates que generaron, motivaron propuestas académicas
concretas; fue por ello que uno de los discípulos de Althusser, E. Terray,
formularía así la tarea de una antropología marxista:
“La tarea actual de los investigadores
marxistas consiste en anexar el terreno hasta ahora reservado de la
Antropología Social al ámbito del materialismo histórico, para demostrar la
validez universal de los conceptos y de los métodos por él elaborados (se
refiere a Marx). Con esto confirmarán que la Antropología Social se ha
convertido en una sección particular del materialismo histórico consagrada a
las formaciones económico-sociales en las que el modo de producción capitalista
está ausente, sección en la cual colaboraran historiadores y etnólogos”
(1974:105)
Estas
propuestas dieron luz a una importante cantidad de debates y estudios
etnográficos que se vieron enriquecidos por aquellos aportes teórico-metodológicos,
pero que, a nuestro entender, dejaban sin cuestionarse presupuestos básicos que
de alguna manera ya veníamos observando en otras escuelas antropológicas y que
pueden retomarse en forma de preguntas, a saber: ¿no es cierto, acaso, que los
estudios etnográficos de la antropología moderna se refieren a “sociedades
primitivas” actuales? ; la respuesta es evidente ya que desde la época clásica
de la Antropología Social se hacia referencia a las sociedades “primitivas” en
tanto campo de análisis para elaborar predicciones en torno al comportamiento y
las instituciones en “otras” épocas. Si esto es así y si el aporte fundamental
de Marx ha sido sus investigaciones sobre la lógica de la sociedad capitalista
y la crítica a sus apologistas, ¿ no nos encontraríamos nuevamente frente a la
problemática de la traslación de categorías y conceptos tenidos por válidos
para este tipo de organización social?
En
su conocido trabajo escrito como introducción a la crítica de la economía
política y en referencia a la cuestión planteada, Marx proponía que:
“La economía burguesa facilita la clave
de la economía antigua, etc. Pero no según el método de tos economistas, que
borran todas las diferencias históricas y ven la forma burguesa en todas las
formas de sociedad. Puede comprenderse el tributo, el diezmo, etc. cuando se
conoce la renta del suelo. Pero no hay que identificarlos. Como además la
sociedad burguesa no es en si más que una forma antagónica de desarrollo,
ciertas relaciones pertenecientes a formas anteriores volverán a encontrarse en
ella completamente ahiladas, o hasta disfrazadas, por ejemplo la propiedad
comunal. Si es cierto por consiguiente, que las categorías de la economía
burguesa resultan ciertas para todas las demás formas de sociedad, no debe
tomarse esto sino ‘cum grano salis’. Puede contenerlas desarrolladas, ahiladas,
caricaturizadas etc. pero siempre esencialmente distintas. La llamada evolución
histórica descansa, en general, en el hecho de que la última forma considera a
las formas pasadas como grados que conducen a ella, siendo capaz de criticarse
a si misma alguna vez, y solamente en condiciones muy determinadas”
(1979: 265).
Transcribimos
este extenso párrafo de Marx, no con el ánimo de erigirnos en exégetas de sus
textos, sino porque la propuesta aquí planteada nos sugiere algunas
proposiciones en torno a la pregunta planteada. Consideremos en primera
instancia el caso de los desarrollos críticos de la misma Antropología, ¿ en
qué condiciones surgieron por ejemplo, las críticas hacia el evolucionismo?.
Como hemos observado estas criticas se formulan tanto a partir de los
requerimientos de una ciencia antropológica mas instrumental (para el gobierno
colonial) como una pretensión de producción de conocimientos funcionales para
el planeamiento, pues el recurso a la confianza en las “leyes del mercado”
resultaba insuficiente frente a las “resistencias” aborígenes. Primeras grandes
crisis del modelo de acumulación cuyas expresiones mas elocuentes fueron las
grandes guerras y la debacle económica del 29/30, período que contiene a las
primeras y más importantes elaboraciones etnográficas de la antropología
social.
Quizá
allí, es decir “en tiempos de crisis”, como lo planteaba Marx, la sociedad
burguesa moderna logró interesarse por un conocimiento más específico de las
“otras culturas”, a partir de la emergencia, de cierto “eclecticismo” respecto
a sus propias categorías, entre ellas la misma nociones de progreso, orden y paz social que implicaban una
confianza prácticamente absoluta a las leyes de la economía política ; y ello
sólo circunstancialmente, ya que la historia reciente nos ha demostrado que,
mas que una crisis en términos absolutos, aquello puede ser leído hoy como una
expresión de las tendencias contradictorias y permanentes inscritas en la dinámica de la acumulación
capitalista configurando el campo de límites y posibilidades de su modo de
instituir la dominación sobre el trabajo.
Llegado
a este punto, es necesario preguntarnos sobre el tipo de Antropología, es decir
de conocimiento social, que aparece en la propuesta de Terray. Suponiendo que
el máximo nivel de crítica posible que ha llegado a producir la sociedad
burguesa contemporánea fuesen los desarrollos contenidos en el “materialismo
histórico” de Althusser y Balibar (lo cual no deja de ser una posibilidad si
tenemos en cuenta las producciones de los teóricos de la economía hegemónica o
de la antropología de la época), remitir la investigación antropológica a la
reconstrucción del pasado histórico a partir de las “sociedades primitivas
contemporáneas” no puede más que pensarse como un ejercicio del método ya
practicado por los antropólogos burgueses, aunque se lo haga esta vez, con
métodos quizá más eficaces desde el punto de vista del conocimiento histórico.
Desde
nuestra perspectiva, ciertas formas del conocimiento histórico apuntan en
direcciones distintas a las que sostenemos para la Antropología, y esto por el
hecho fundamental de que las denominadas “sociedades primitivas” contemporáneas
son antes un producto, no de una historia en general, sino de la particular
historia del desarrollo de las relaciones de la producción capitalista a escala
mundial. Es decir, sólo un prejuicio etnocéntrico, que no en pocas ocasiones ha
reproducido la misma antropología, puede dar lugar al análisis de las sociedades “primitivas contemporáneas” en
tanto referentes de “relictos” o “supervivencias” de modos de producción
“anteriores” al capitalismo contemporáneo. Por ello y en este caso es importante
reconocer junto con Godelier que:
“ (...) el antropólogo está más intima y
dramáticamente ligado a las contradicciones de la historia que se está
haciendo, de la historia viva, que el historiador que estudia la historia ya
hecha, un pasado del que siempre se conoce por adelantado el resultado y que
inquieta menos por estar ya superado. El antropólogo pues, se ve comprometido,
obligado a tomar partido en la historia, a justificar o criticar las
transformaciones de las sociedades que estudia y, a través de ellas a
justificar o criticar su propia sociedad que impone en lo esencial estas
transformaciones” (1976:294)
Si
es cierto que no existe una ‘verdadera’ esencia del hombre, tal y como lo
expresa también Godelier, entonces todo programa antropológico que pretenda su
reconstrucción debe reconocer que su punto de partida está vinculado a premisas
parciales, sujetas a criticas y, por lo tanto, de contenido ideológico. Afirmamos entonces que, pretender
desconocer dicho contenido ideológico implica caer en contradicciones
irresolubles, propias de los que los antropólogos llamamos etnocentrismo. Pero
si no hay esencias verdaderas tampoco hay orígenes verdaderos, o más bien, sólo
hay problemáticas en torno al origen de tipo ideológico. Las Ciencias
Antropológicas han dedicado un considerable esfuerzo a discutir y problematizar
cuestiones en torno a las esencias y los orígenes de la humanidad para
universalizar abstractamente un ideal de hombre, sea justificando las
transformaciones y contradicciones que produce la sociedad capitalista en
nombre del progreso, o bien planteando la decadencia de aquella esencia
originaria atribuida al primitivo. Estos posicionamientos ideológicos
constituyen dos caras de la misma moneda: la visión burguesa de su propia
sociedad en períodos da crisis o de auge respecto a su capacidad de reproducir
las relaciones sociales que garantizan su hegemonía.
Es
por ello, también, que asignar a la antropología social el rol de sección
especial del materialismo histórico que debería dar cuenta de las sociedades en
las que el modo de producción capitalista está ausente, no puede constituir un
programa que avance más allá de dar algunas orientaciones a determinadas
investigaciones históricas precapitalistas. Pero de ninguna manera podría
producir un conocimiento sistemático y por lo tanto critico en torno a las
formas particulares que adquiere la dinámica de la expansión capitalista a
nivel mundial al enfrentarse a las poblaciones tradicionalmente estudiadas por
los antropólogos. Semejante aproximación asume de esta manera una formulación
clásica del objeto antropológico como reflejo de un hecho empírico constatable:
la existencia en la actualidad de prácticas, instituciones, cosmovisiones
“diferentes” en distintos lugares del planeta que se supone permitirían
encontrar las claves del funcionamiento y transformación de sociedades
anteriores en tiempos “primitivos”. Más allá del nivel de complejidad mayor que
pueda dar cuenta determinada forma de conceptualizar las relaciones y los
sistemas sociales (p.e. los conceptos de Modo de Producción y Formación Social), se
tendería a perpetuar, de esta
manera, el estigma clásico de los programas antropológicos que pretenden
“descubrir” supuestos estadios originarios del hombre y la sociedad a partir de
determinados grupos poblacionales cuyas prácticas e instituciones actuales se
las supone “primitivas”.
Si,
con Marx, es posible sostener que la historia
de la humanidad alcanza su máxima expresión de dimensión universal en la historia particular
de la universalización de las relaciones capitalistas de producción, entonces
el hombre genérico más que el resultado de una reflexión
filosófico-antropológica sería ante todo el resultado de la forma específica
que adquiere su configuración en el marco de la generalización de dichas
relaciones a escala mundial.
De
aceptarse la premisa anterior, la cuestión de la traslación de determinadas categorías (por ejemplo, de la
economía) que explicarían determinados comportamientos individuales o
colectivos o bien procesos de producción, distribución y consumo de la sociedad
capitalista, hacia “otras sociedades”, más que un problema de orden
metodológico sería el producto de un hecho social; el hecho
social constituido por las formas particulares que adquiere las relaciones de
producción capitalista al desplegarse hacia todos los rincones del planeta. Son
las relaciones sociales resultantes de este hecho la causa principal de la
traslación de categorías y no los enunciados más o menos sistemáticos de
algunos antropólogos o economistas. M. Godelier ha señalado también que dado
que no es posible formular una “verdadera
naturaleza humana, el antropólogo no
está investido de la tarea privilegiada y sublime de penetrar en su secreto”
y esto porque “un indio de la Amazonia víctima del genocidio y de
la paz blanca no esta más cerca de
la verdadera esencia del hombre que un obrero de la Renault o que un campesino
vietnamita en pie de guerra contra el imperialismo”. (Ibid.: 294)
Pero
si esto es cierto, también lo es el hecho social de que los tres sí están más
cerca de los procesos de explotación producidos por la dinámica de la
acumulación capitalista, que de algún Modo de Producción “primitivo”. Esta
cuestión es de suma importancia ya que si lo que se pretende es construir una antropología económica, su paorte
crítico no residiría únicamente en la manera en que definimos “lo económico”
(como análisis del comportamiento, sea de agentes o instituciones o como
análisis del sistema económico o Modo de Producción), sino también en el hecho
de que dichas definiciones incluirán necesariamente también una definición de
“lo antropológico”.
M.
Godelier ha expresado también esta cuestión con criterios que compartimos,
planteando que:
“no existe ningún principio ni axioma
teórico que permita atribuir un contenido exclusivo a la antropología
constituida en un dominio de investigación concretamente limitado, cerrado
sobre sí mismo por estar dedicado al análisis de realidades específicas y
concretas” (op.cit.: 291).
Se
refiere, obviamente, a la construcción de la antropología como estudio de las
“sociedades primitivas”, un campo que sin embargo es configurado, también en
palabras del mismo autor, “por razones
prácticas más que teóricas”. Las razones prácticas esgrimidas resultan de
la permanente expansión colonial e imperialista de las relaciones capitalistas
a nivel mundial. Razones que para nosotros son también de dominación. Pero a pesar de la afirmación anterior, de aquel
hecho social fundamental para comprender y explicar las condiciones de
existencia, transformación y/o desaparición de las “sociedades”
tradicionalmente estudiadas por los antropólogos, el objeto de la Antropología
y en particular la Antropología Económica pretendidamente sostenida desde la
construcción del materialismo histórico, vuelve a ser, según la práctica etnográfica
conocida del propio Godelier, por ejemplo, el estudio de la causalidad
estructural de la economía sobre otras instancias de la vida social, causalidad
estudiada a partir de determinada forma de definir los “sistemas económicos”
como Modos de producción y estos Modos de Producción reconocidos en aquellas
sociedades primitivas tradicionales.
Es
decir, de un conjunto de elaboraciones teórico-metodológicas sugestivas se pasa
a retomar “en la práctica” el campo de la antropología tradicional. En realidad,
es necesario admitirlo, M. Godelier no ha investigado únicamente las “condiciones estructurales e históricas de aparición,
reproducción y desaparición en la historia” de Modos de Producción
precapitalistas. En una de sus primeras obras “Racionalidad e irracionalidad en
economía” (orig. 1966) hay un capítulo dedicado a las relaciones de
correspondencia y compatibilidad de las distintas estructuras del Modo
Capitalista de Producción, a partir de una relectura de las obras clásicas de
Marx y Engels. Pero aquí, los “Modos de producción” de las “sociedades”
estudiadas tradicionalmente por los antropólogos no aparecen.
Es
que, recorriendo sus producciones vemos un doble movimiento de afirmación y
negación del objeto antropológico-económico: cuando analiza las sociedades
primitivas desaparece del análisis el modo de producción capitalista y, cuando
analiza el modo de producción primitivo desaparece del análisis la sociedad
capitalista.
En
este sentido, su concepción de Antropología se asemeja a la de E. Terray. La
Antropología es, finalmente, también para esta construcción del materialismo
histórico, una disciplina regional que estudiaría aquellas sociedades en las
que el Modo de producción capitalista no se encuentra o, si “aparece”, lo hace
en tanto hecho “externo”, y por lo tanto sus consecuencias no se constituyen
en objeto de investigación . ( [45])
Esta
perspectiva, esta forma de concebir el materialismo histórico, o bien los
“usos” de los escritos de Marx y Engels para los estudios en antropología económica
por parte de la mayoría de los antropólogos que hacia fines de la década de los
sesenta se definieron como “marxistas”, implica aceptar la posibilidad de
construir una “ciencia” histórica capaz de dar cuenta en el tiempo de las
formas sucesivas de organización de las relaciones de producción y sus
transformaciones con el objeto de mostrar el proceso histórico general.
No
nos corresponde discutir aquí el status epistemológico y teórico de tal
concepción de la historia, pero, tal como lo advertimos, al asignarle a la
Antropología Social el rol de sección
particular del materialismo histórico dedicado a las formaciones
económico-sociales en las que está ausente el modo de producción capitalista,
priva a esta de cualquier intento de análisis de las vinculaciones entre estas
“sociedades” y el modo capitalista de producción.
Si
bien es cierto que la antropología, a lo largo de la historia particular de su
construcción como disciplina, no hizo más que reiterar este des-conocimiento,
su anexión a una teoría general del ”materialismo histórico”, sin un replanteo
de semejante construcción del objeto, no puede más que reproducir sus formas
mas estigmatizadas, independientemente que se hable desde una teoría critica de
la sociedad como ha pretendido serlo siempre el materialismo histórico.
La cuestión de la articulación de Modos
de Producción
El
reconocimiento del hecho real en torno a las problemáticas de las
transformaciones que los antropólogos observaban en las comunidades que
estudiaban, produjo en la disciplina serios cuestionamientos respecto a su
“objeto” de estudio tradicional, es decir la reconstrucción más o menos
sistemática de dichas “sociedades”. No era ya suficiente decir con Godelier que
el antropólogo al investigar estas sociedades presentes en la “historia viva,
actual de estas sociedades” no puede más que asumir una actitud de
justificación o de critica frente a su “destrucción”. Cualquiera de las dos
actitudes requeriría de estudios sistemáticos en torno a los procesos por los
cuales se operaban semejantes transformaciones. De otra manera aparecería
negada en la práctica la formulación teórica de que no le corresponde a la
antropología indagar sobre supuestas esencias humanas o sociedades originarias
y tampoco, considerar determinadas actividades “económicas” que emplean
técnicas y métodos tradicionales como meros relictos o supervivencias de un
pasado a reconstruir. Si el funcionalismo,
a pesar de su “ingenuidad” teórica, había formulado correctamente, que
si determinadas prácticas e instituciones existen en la actualidad, es porque
cumplen alguna función en la totalidad social, antes que discutir
metodológicamente la noción vaga de función, se hacía más interesante discutir
en torno a qué realidad nos estamos refiriendo cuando hablamos de totalidad
social.
Plantearse
como problemática de investigación el porqué los sistemas de parentesco dominan
en las sociedades primitivas, más que un problema conceptual sobre la noción de
función, es reproducir, ahora si, la ideología funcionalista de considerar a un
grupo étnico contemporáneo, cualquiera que sea, como una totalidad social,
susceptible de reproducirse a si mismo. Interesados en desarrollar una teoría y
un método que pudiera dar cuenta de las relaciones y transformaciones
detectables a partir de los procesos “económicos” que vincularían a aquellas
prácticas e instituciones sociales tradicionales con la dinámica de la
expansión capitalista a escala mundial, un conjunto de autores que también se
reconocen principalmente en la tradición marxista del análisis social,
formularon propuestas alternativas de Antropología Económica (aunque quizás por
precaución no denominaron bajo este rubro a sus investigaciones).
Es
así que a partir de la década de los años 70, comienzan a cobrar importancia un
conjunto de investigaciones en Antropología Social que intentan explicar la
existencia de aquellas prácticas e instituciones sociales “primitivas” a partir
de concebirlas “articuladas” con el
“Modo de Producción capitalista”. El concepto de “articulación de modos
de producción” que está en la base del concepto formación económico-social,
había sido planteado también por Althusser
para dar cuenta de la heterogeneidad empírica que caracteriza al sistema
capitalista, pero sus análisis no avanzaron en torno a establecer los
mecanismos específicos por los cuales se vinculan orgánicamente dichos “modos
de producción”.
Es importante destacar los
aportes que sobre las formas de reproducción del proceso de dominación del modo
de producción capitalista, principalmente en las estructuras rurales realizaron una gran cantidad de autores
analizando el fenómeno de la articulación de modos de producción, aunque con
perspectivas variadas. (A. Bartra,
1982; P. Phillipe Rey, 1971; S. Amin,1975; A. Palerm, 1980; C. Meillasoux,
1985; entre otros).
Un
esfuerzo destacable en este sentido está contenido en el trabajo de C. Meillasoux Mujeres. Graneros y Capitales, en el cual
realiza un análisis de lo que él considera como “economía doméstica” y sus
relaciones especificas con distintos Modos de Producción, aunque va a detenerse
más precisamente en los mecanismos de transferencia de valor entre aquel
“sector doméstico” y el sector capitalista:
“La comunidad doméstica es el único
sistema económico y social que dirige la reproducción física de los individuos,
la reproducción de los productores y la reproducción social en todas sus
formas, mediante un conjunto de instituciones y que la domina mediante la
movilización ordenada de los medios de reproducción humana, vale decir de las
mujeres (...) En última instancia todos los modos de producción modernos, todas
las sociedades de clase, para proveerse de hombres, vale decir de fuerza de
trabajo, descansan sobre la comunidad doméstica y, en el caso del capitalismo a
la vez sobre ella y su transformación moderna, la familia, la cual esta
despojada de funciones productivas pero conserva siempre sus funciones
reproductivas” (op. cit.: 9)
Con
el análisis de las funciones de la “economía doméstica” en el capitalismo
contemporáneo, Meillasoux se propone explicar determinados mecanismos de
transferencia de valor entre este sector de la economía y el sector
capitalista, formulando una propuesta programática interesante. Este autor,
coincidiendo con investigaciones marxistas continuadoras de Marx (p.e. los
análisis de Lenin sobre el Capitalisrno en Rusia o los de Rosa Luxemburgo en
torno a los procesos de reproducción ampliada del Capital) va a proponer el
requisito de una teoría que cuenta, no solo de los mecanismos de transferencia
de valor entre modos de producción que implican la destrucción del modo de
producción dominado, sino que también pueda dar cuenta de aquellas situaciones
en que el Modo de producción dominado es preservado y bajo que condiciones.
El
análisis de Meillasoux apunta explicar los mecanismos por los cuales el sector
doméstico o la “comunidad doméstica”, a partir de su capacidad para producir un
plustrabajo, transfiere valor al sector capitalista o, más específicamente:
dada la capacidad de reproducción de fuerza de trabajo propio de la economía
doméstica, el capital se apropia del valor contenido en dicha capacidad
reproductiva, configurando uno de los mecanismos mas importantes y extendidos
de transferencia de valor.
“La transferencia de la fuerza de
trabajo desde el sector no capitalista hacia la economía capitalista se realiza
de dos maneras. La primera bajo la forma de lo que se llamó el éxodo rural, la
segunda, más contemporánea, mediante la organización de las migraciones
temporarias”, y más adelante: “Estos enormes movimientos de población que
marcan el desarrollo del capitalismo industrial, estas transferencias de
millones de horas de trabajo hacia el sector capitalista, fueron y son aún el
motor de todas las expansiones” (op. cit.: 152-154).
La
duración relativamente larga de la denominada “estación muerta” de la comunidad
doméstica agrícola facilita los movimientos campesinos en provecho de las
clases explotadoras, así es que dependiendo del tiempo de duración de dicha
estación muerta, es decir aquel tiempo en que el trabajador campesino está
“librado” de las actividades productivas directas en su comunidad, será mayor o
menor la transferencia, o bien la apropiación de plustrabajo que realiza el
sector capitalista. Meillasoux, denomina “renta en trabajo” a esta alícuota de
valor que se transfiere del sector doméstico hacia el capital. Más allá del uso
un tanto arbitrario de esta categoría propia del denominado “Modo de producción
feudal” el razonamiento nos parece válido como descripción de la problemática.
La
economía doméstica sería entonces un prerequisito del capital para extraer, no
solo una plusvalía proveniente del empleo de la fuerza de trabajo durante el
proceso productivo sino que también extrae un plusvalor “extraordinario” al
depositar la reproducción de la fuerza de trabajo en el sector doméstico, lo
que se expresa a nivel de los precios, en los bajos salarios que perciben estos
obreros, por lo general, temporarios. Para este autor, entonces, las
denominadas “sociedades primitivas” contemporáneas están articuladas al
capitalismo mediante dichos procesos de transferencia de su capacidad de
producción de un plustrabajo, pero ello no se realiza sin contradicciones;
contradicciones que se expresan en el doble movimiento que ejerce el capital:
por un lado se reproduce apropiándose cuando puede de esa alícuota
extraordinaria de valor contenida en
el plustrabajo que aportan las economías domésticas a escala mundial, pero
simultáneamente al buscar por dichos mecanismos una ganancia extraordinaria,
pone en crisis a las capacidades reproductivas de las mismas economías
domésticas.
Este
razonamiento, en el que no profundizaremos más aquí, contiene dos premisas de
interés fundamental, para nuestro programa de Antropología Económica: En primer
término porque instala la problemática antropológica en aquel lugar clave en
torno al rol de las denominadas “economías primitivas” o la “modalidad
doméstica de la producción y el consumo” en su relación (que no es otra que de
explotación) con el proceso de reproducción capitalista, superando de alguna
manera la noción etnocéntrica de “supervivencias” y permitiéndonos a su vez
construir nuestro objeto de investigación a partir de las preguntas emergentes
de dicha situación. En segundo término, porque nos introduce en la posibilidad
de producir conocimientos que consideramos mas profundos sobre las dinámicas
específicas y, como observamos, contradictorias entre los procesos de
reproducción del capital y de reproducción de la vida humana en los distintos
rincones del planeta.
Hacia una propuesta de Antropología
Económica
El
recorrido que hemos realizado, de ninguna manera ha intentado ser un balance
exhaustivo en torno a los planteamientos de los distintos autores y trabajos
que se reconocen en la construcción del campo de la Antropología. La revisión
realizada ha apuntado, ante todo, a ir señalando aportes y limitaciones que en
el plano teórico y metodológico, y siempre desde nuestra perspectiva específica
observamos que existen en dichas producciones para arribar paulatinamente a una
propuesta de acuerdo a nuestra orientación programática de la materia.
Vamos
a sintetizar ahora algunas premisas que a modo de Conclusiones provisorias
orientan nuestra propuesta y que hasta el momento fueron sugeridas a partir del
análisis de un conjunto de autores y textos que consideramos de cierta
“representatividad” en el campo de la Antropología Económica.
La
antropología económica intentó construirse como una interdisciplina, pero esta
confluencia ha observado las siguientes características: (a) Se produce en un
período del desarrollo de la Antropología Social en el que la mayoría de los
especialistas requerían una teoría más generalizadora, de mayor alcance
explicativo, con el objeto manifiesto de “superar” las limitaciones del
particularismo y el funcionalismo que
caracterizaban a la Antropología Social de entreguerras; (b) Semejante interés
divide a los antropólogos de acuerdo a las adscripciones a determinada forma de
concebir la teoría económica, aunque la teoría dominante es la teoría económica
subjetiva, principalmente la escuela de
la utilidad marginal; (c) Los autores críticos de esta concepción de la teoría
económica, al posicionarse tal vez en forma excluyente en respuesta a la
problemáticas consideradas “epistemológicas” que se derivan de ella (p.e.
estudio del comportamiento de los sujetos, de las instituciones o del sistema
económico), no logran superar críticamente la construcción tradicional del
objeto antropológico: “el estudio de
las sociedades primitivas”. Pero entonces, la presencia a nivel mundial y
actual de prácticas y actividades
económicas tenidas en primera instancia como no correspondientes a las
prácticas y actividades típicas de la sociedad capitalista, no son otra cosa
que un campo de indagación para la reconstrucción, más o menos sistemática, de
determinada organización socioeconómica en la historia y la historia concebida
como la sucesión en el tiempo de formas diferenciales de “sociedad”.
Entendido
como teoría general de los modos de producción, el materialismo histórico
pareció no poder superar por el lado de la historia la construcción de una
historia general universal y por el lado de la antropología una teoría de lo
económico referido a al particular “Modo de Producción primitivo” . Por un lado
porque relega en el campo de la historia el análisis de las transformaciones
particulares y regionales que produce
la dinámica de la expansión y reproducción ampliada de las relaciones
capitalistas de producción, al apropiarse de territorios, procesos de trabajo,
productos, etc. preexistentes a su intervención; y por el lado de la economía, el conocimiento de los procesos de
valorización, es decir la sanción mercantil que impone la lógica capitalista a
través de los precios a aquellas expropiaciones permanentes. Es por ello
también que la cuestión de la validez o no de la traslación de las categorías
de la Economía Política hacia formas organizativas del trabajo, la producción,
distribución o el consumo, se convierte en un mero juego de palabras que tiende
a soslayar el hecho fundamental de que, más allá de sus categorías, las
relaciones sociales de la producción capitalista y con ellas sus
contradicciones, se reproducen en forma cada vez más ampliada a nivel mundial.
Sin
embargo esta expansión, es visibilizada académicamente como un proceso lineal,
sin conflictos, como si la reproducción ampliada de las relaciones sociales de
la producción capitalista tendiera a configurar el orden presupuesto por sus
intelectuales orgánicos. Es decir como si “las sociedades primitivas” fuesen
ese relicto no alcanzado por el nuevo orden imperante y no un producto de sus
propias contradicciones, soslayando el rol histórico que le compete a la
Antropología en la producción de esa otredad primitiva.
(d) Frente a la
construcción de la noción de “aislado primitivo” que distinguió a las
construcciones de la Antropología clásica y contemporánea y se reprodujo en
un sector muy amplio del campo de la
antropología Económica de los años 60 y 70, surgieron líneas de trabajo que
plantearon, en un comienzo, la necesidad de analizar las formaciones sociales
como articulaciones de modos de producción. Independientemente de los aportes
realizados desde esta concepción articulacionista, nuestra posición es que la noción de
“articulación entre modos de producción” expresa de forma inadecuada los
“componentes” que definen una formación social.
Esto es así ya que el Modo
de producción capitalista (como cualquier modo de producción histórico) es al
mismo tiempo un “modo de dominación”. El Modo de producción capitalista domina
mediante la extracción del valor por la apropiación de los medios de producción
y reproducción del trabajador directo. Al extraer valor, el capital en tanto
relación social extrae las capacidades de trabajo y reproducción de “otros” modos
de producción que se le enfrentan históricamente, transformándolos para
adecuarlos al proceso de valorización
(tal y como lo indica la experiencia histórica del proceso de expansión
del modo de producción capitalista a escala mundial). ([46])
Si el sentido
del concepto de Modo de Producción es construir un “concreto de pensamiento”
capaz de dar contenido a la noción de totalidad social y significar, entonces,
los elementos centrales que componen “una estructura capaz de reproducirse”
(Cfr. M. Godelier; 1976). Dicha totalidad social no puede ser hoy otra cosa que
el modo de producción capitalista. Por otro lado si tal como se ha analizado se
acepta que las relaciones sociales que configuran las transformaciones de las sociedades etnográficas implican a su
vez determinadas relaciones económicas (principalmente relaciones de
producción), no será la “economía primitiva” o el “modo de producción
primitivo” el que de cuenta de ellas.
El Modo de
producción capitalista, siguiendo a Marx, se caracteriza por la producción
generalizada de mercancías: forma generalizada que expresa la expansión de las
relaciones de producción capitalista a escala planetaria, es decir el proceso
histórico de expropiación del productor directo de sus condiciones de trabajo y
reproducción de la vida. Proceso que está en la base de la dominación de las
clases poseedoras de los medios de producción sobre las clases desposeídas.
Si se acepta que en la
dinámica de su expansión, el modo de producción capitalista “transforma” los
demás “modos de producción” y les “arrebata su funcionalidad para someterla a
la suya” (S. Amin, 1975: 16) debería asumirse también que aquellos ya no pueden
ser concebidos como “modos de producción articulados al modo de producción
capitalista que los domina”, pues sus niveles de funcionalidad y de
contradicción se expresan en una “totalidad social mayor”.([47])
Si se insiste con cierto énfasis en estas cuestiones, es porque en el campo de
la Antropología Económica de tradición “marxista” el concepto de articulación
de modos de producción ha inducido también, como se dijo, a reiterar en cierta
forma el dogma aislacionista de la Antropología clásica al considerar a las
sociedades etnográficas como laboratorios que permitirían reconstruir
totalidades sociales ordenables en el tiempo como “Modos de producción” para
luego reinscribir su análisis en una formación social determinada. ([48])
Si lo que algunos autores
autodenominados marxistas conciben como “materialismo histórico” debe
constituir el núcleo teórico-metodológico de una antropología económica
sistemática en la producción de categorías y aproximaciones para el análisis
crítico de lo real, dicha construcción no pasa a nuestro entender por la
formulación de una teoría general de la historia o una teoría general de los
sistemas económicos (M. Godelier, 1982:313).
En este sentido recuperamos
el planteo de Marx respecto a que:
“No
se trata del lugar que las relaciones económicas ocupen históricamente en la
sucesión de las diferentes formas de la sociedad(...) se trata de su conexión
orgánica en el interior de la sociedad burguesa moderna” (1979:267)
Es en el reconocimiento
crítico del soslayamiento hacia el análisis de las conexiones orgánicas al
interior de la formación social capitalista que había producido la Antropología
Económica marxista y ciertas reminiscencias de la noción de “aislado primitivo”
que implicaba el concepto de modo de
producción aplicado a las “sociedades etnográficas” que hicieron derivar los
planteos de la cuestión articulacionista hacia la denominadas “teorías del sistema mundial”. Es decir, hacia el análisis
de las relaciones de producción que expresan las formas en que
determinadas fracciones del capital ejercen su dominio mediante aquel
movimiento contradictorio ya señalado por Meillasoux y que permite explicar lo
que este autor denomina como “sector doméstico” no ya como un rasgo residual,
atípico o exterior a la racionalidad capitalista, sino como resultado de las
formas que va adquiriendo históricamente el proceso de acumulación.
Lejos, entonces, de producir
estructuras sociales y procesos históricos homogéneos, la reproducción simple y
ampliada del capital produce y reproduce estructuras sociales , movimientos
históricos y, en definitiva, sujetos sociales de una gran heterogeneidad. La
expresión de dicho movimiento contradictorio de expansión involucra a actores sociales distintos
insertos en relaciones de producción y relaciones interétnicas con una
historicidad concreta. Relaciones que fueron vinculando conflictivamente
espacios territoriales y movimientos poblacionales diferentes que han ido
configurando el mapa etnográfico del “sistema mundial” actual (I. Wallerstein,
1987; R. Robertson y F. Lechner; 1985; F. Lechner, 1984; E. Wolf; 1984).
Ahora
bien, es un hecho conocido que la perspectiva de análisis del sistema mundial
han recibido críticas en distintos sentidos,
y en particular desde determinada antropología social. Nos interesa aquí
analizar algunos planteos críticos de M. Sahlins referidos a la obra de Wolf
citada anteriormente. Refiriéndose al mismo Shalins objeta “(...) parecería que solo quedaba para la Antropología la tarea de
hacer una etnografía global del capitalismo(...) porque apenas se menciona el
modo en que los pueblos nativos trataron de organizar aquello que los afectaba
en los términos de su propia cultura”. (1990:95)
Pareciera
ser, también, que cuando se formulan análisis, que tienden a dar cuenta de
aquellas conexiones orgánicas de las que hablaba Marx, aparecen
contrastativamente supuestas defensas de la vieja noción del sagrado aislado
primitivo antropológico . Claro está que expresado en términos de “resistencias
culturales” y con la pretendida autoridad antropológica (ya no etnográfica) de
intérprete del punto de vista del nativo. En reinvindicación de esto último,
Sahlins escribe:
“Mercaderías europeas aparecen como
señales de beneficios divinos y concesiones míticas obtenidas a través de
intercambios y ostentaciones ceremoniales que constituyen también, sacrificios
dictados por la costumbre. Así, desde el punto del nativo, la explotación por
el sistema mundial puede representar un enriquecimiento del sistema local. A
pesar de haber una transferencia lucrativa de fuerza de trabajo para la
metrópoli, a través de valores de cambio desiguales, los pueblos de las tierras
remotas adquieren mas bienes de extraordinario valor social, con menos esfuerzo
de lo que jamás hubieran podido en los tiempos de sus ancestros. Se suceden
entonces las mayores fiestas, intercambios y sesiones de canto que jamás hayan
acontecido. Como esto significa una acumulación máxima de beneficios divinos a
través de poderes sociales humanos, el proceso es, en su totalidad, un
desarrollo en los términos de la cultura en cuestión”
(op. cit. : 96).
En
síntesis, Sahlins parece sostener “una
acumulación máxima de beneficios divinos” se produce con la expansión de las
relaciones capitalistas en la sociedades “nativas” y, nada mas autorizado para
sostener semejante etnocentrismo que el recurso al punto de vista del nativo
(autorizado) y “la cultura en cuestión”.
Como
ejemplo etnográfico de este particular movimiento de maximización Sahlins
recurre a los Kwakiutl, recuperando sus imaginarios de cultura particular de la
mano de la antropología subjetivista. Únicamente en la ficción de la economía y
la antropología subjetivistas la transferencia de valor es equiparable a la
“riqueza” que produce una “acumulación de beneficios divinos”.
Al
mismo tiempo y como es recomendable hacer en estos casos habría que preguntarse
a qué nativo consultó Sahlins para conocer su “punto de vista”, pues también
aquí los sueños crean monstruos. Este autor parece mezclar en un mismo nivel
“homogeneizante” el punto de vista que pudiera llegar a tener un jefe de numaym
Kwakiutl, que se supone incrementa su prestigio a partir de la realización de
las fiestas rituales, con el punto de vista de cualquier otro miembro de la
reserva que debe vender su fuerza de trabajo para obtener los recursos con los
cuales se realizan dichas fiestas.
Lo
que M. Sahlins en realidad parece haber consultado (tal y como se desprende de
la bibliografía citada) son las etnografías tradicionales sobre los Kwakiutl
(cfr. Codere, 1950) que relatan un incremento en los potlaches practicados por
los numaym a partir del establecimiento de las presiones militares hacia
mediados del siglo pasado (p.e, el establecimiento de Fort Rupert en 1849). Más
allá de las discusiones suscitadas en torno a este fenómeno, existe otro hecho
histórico concreto: el gobierno decide prohibirlos hacia 1920 (Cfr. Piddocke, 1981).
Tal
vez, el equilibrio que parece sugerir este autor entre el incremento de la
productividad del trabajo y el incremento de las fiestas, solo pudo ser logrado
por la intervención del Estado que “racionalizó” los comportamientos
aborígenes. Se nos ocurre pensar que ello encuentra un nivel de explicación en
el hecho de que la ocupación de la fuerza de trabajo en las pesquerías,
madereras y otras industrias de la región, que contrataban la mano de obra
Kwakiutl, requería de un disciplinamiento social y económico de dicha mano de
obra ya que el incremento de las fiestas potlatch y el incremento de prestigio
entraba en contradicción con su empleo sistemático. Es posible sostener en
tanto hipótesis de trabajo que al capital pesquero y a la política estatal le
interesaba, más la transferencia de valor que el prestigio de los jefes. Tales
hipótesis de trabajo tendrían, al menos, mayor sustentabilidad que las
invenciones etnográficas de Sahlins sobre la inflación festiva que acarrea la
llegada de las “mercaderías europeas” .
Tal
vez exista cierta probabilidad que, como lo plantea Sahlins, “la expansión del
comercio capitalista abrió nuevos horizontes de engrandecimiento social para
los jefes Kwakiutl”, pero el incremento de prestigio ya no se asentará en “creencias
misteriosas” de la población (según su propia expresión) . A partir de allí
estaría asociado a la sanción mercantil del trabajo que impone la mercancía y,
si los jefes se resistieron a ello en
momentos que era necesario el empleo de la mano de obra aborigen para la
producción capitalista, el estado no dudó en intervenir para garantizarlo.
Por
ello, no parece sustentable plantear que los nativos “organizaron” la
resistencia a la penetración capitalista en términos de “su propia cultura”
(una afirmación genérica, poco explicativa y sin dudas obvia), sino que,
siempre en un plano hipotético, los jefes
intentaron resistir la dominación que el capital estaba ejerciendo sobre
los numaym tratando, tal vez, de incrementar su prestigio, forma principal que conocían de ejercer la
jefatura. Pero ello, en adelante, ya no era posible porque entraba en
contradicción con el incremento de la producción que se requeriría para obtener
los objetos de las ceremonias y a su
vez reproducir a los productores mediante el empleo en el sector capitalista.
Si
los jefes Kwakiutl, en algún momento, llegaron a pensar como Sahlins que las
mercancías europeas eran señales de origen divino, pronto los dispositivos de la dominación se encargaron de demostrarles
que era otra la religión que debía imperar. Pero, además, ya existía un hecho
social previo al ingreso de las mercancías externas, de los “bienes divinos”:
el despojo de los territorios de caza, su “almacén primitivo de víveres” y por
lo tanto el proceso de conversión en mercancía del trabajo aborigen. La reserva
kwakiutl fue organizada en tanto reserva de mano de obra, un dispositivo
institucional que debía reproducir fuerza de trabajo y no el prestigio de los
jefes. El incremento del prestigio de los jefes debió haberse topado con estas
constricciones específicas que corresponden a la sanción mercantil del trabajo.
Sahlins,
sin profundizar en estas cuestiones (a las cuales responde con el remanido
estigma de considerarlas parte de ‘utilitarismo marxista’) sostiene “Los antropólogos registran algunas formas
espectaculares de cambio social indígena convertidas en nombre de la
persistencia cultural, en modos de resistencia política”. (Idem). Sin
embargo y a contrapelo de su loable interés por las resistencias indígenas en
ningún momento nos aclara de que manera los incrementos de prestigio de las
jefaturas Kwakiutl se transformaron en resistencia política, ni muchos menos en
formas espectaculares de cambio social. Salvo que el espectacular cambio social
mentado sea el hecho comprobable desde hace décadas, que en las reservas
Kwakiutl los jefes venden artículos tradicionales (mantas, blasones, etc. ) que
fabrican artesanos de la reserva dando muestras de enriquecimiento a partir de
haber logrado transferir una parte de la fuerza de trabajo de los “nativos”
hacia su provecho, usufructuando también, el hecho de que la reserva hoy es un
centro de atracción turística, frente a la crisis de aquellas otras fracciones
de capital.
Es
posible plantear el interés antropológico que significa analizar las
transformaciones de las reservas indígenas en la costa nordeste americana al
pasar de su significación primera como reservorios de mano de obra para los
emprendimientos del capital agrario regional hacia su estructuración como
centros de interés turístico. Sin embargo, atribuir estos cambios a
resistencias de “la propia cultura” (como inevitablemente lo sugiere el
análisis de Sahlins) implica, en el contexto de la escasa sustentabilidad de
sus argumentos, sugerir que las resistencias indígenas (no explicitadas) fueron
articuladas por las fracciones del capital vinculadas al turismo, salvo, una
vez mas, que se considere que la comercialización de artesanías es una muestra
de resistencia cultural y que la antropología pueda seguir usufructuando esa
vaga noción de cultura que caracteriza a sus aproximaciones mas reaccionarias
en ciencias sociales.
Precisamente
si hay una aproximación utilitarista al análisis social, es aquel que reproduce
los conceptos de utilidad, maximización, etc. de la economía subjetiva en
códigos “culturalistas”, transformando el potencial crítico de la antropología
en un mero recurso estigmatizante pretendiendo justificar la explotación
mediante el argumento de las particularidades culturales de los explotados. Aún
mas, estas interpretaciones que de alguna manera tienden a dar rienda suelta,
consciente o inconscientemente, al imaginario social dominante debería constituirse en el objeto central de
investigación desde una antropología crítica, máxime cuando estos análisis tienden
a soslayar cuestiones tales como el hecho de que en la reservas Kwakiutl se han
llegado a detectar los índices de suicidio más altos de Canadá. Con la
salvedad, claro está que, siguiendo sus propios argumentos Sahlins pueda llegar
a proponer que el suicidio no es más que una práctica agonística emergente a
partir de que los indios han reinterpretado el aluvión de “mercancías europeas”
como un potlatch del Gran Estado de Bienestar hacia ellos aunque esta vez sin
contraprestación posible ( [49])
Analizar
la conexión orgánica de las relaciones económicas (Marx) en la sociedad
capitalista no implica (tal como suele sugerirse) pasar por alto la cuestión de
las formas particulares (sociales y culturales) específicas que dichas
relaciones adquieren cuando se trata de los movimientos de valorización del
capital apropiándose de procesos de trabajo y reproducción social preexistentes
a su intervención. Tampoco implica desconocer los procesos de resistencia
culturales y/o políticos que se han
producido y se producen en el denominado “Sistema Mundial” o en contextos
específicos (no pensamos tampoco que semejante desconocimiento pueda ser
atribuido a la obra de Wolf). De todas maneras, no es mediante los conocidos
“dualismos” estructura/acontecimiento o bien
estructura social/sujeto social que de alguna manera interpelan los
análisis que enfatizan alguno de los términos dominación/resistencia, donde
podemos encontrar la clave de una aproximación antropológica e histórica a los
fenómenos sociales y mas específicamente a la producción de sujetos sociales.
Así,
si los pueblos resisten (activa y pasivamente) no es una cuestión que pueda ser concebida como una
problemática teórica (ya que no admite discusión, a menos que se crea
religiosamente en la paz de los mercados) sino un hecho social susceptible de
ser recuperado desde la práctica cotidiana particular de los sujetos sociales y
el compromiso del antropólogo con ella. Pero, entonces, la configuración de una
discursividad en torno a sus sentidos y significaciones no debería ser parte de
la especulación teórico-metodológica sino de una reflexión en relación a la
práctica antropológica. Dado que esta práctica antropológica no puede soslayar
su lugar en la producción de sentidos sociales
(al menos que se siga recuperando aquel objetivismo etnocéntrico que
pretendía hacer del distanciamiento y la exotización del otro el fundamento de
su construcción científica). Aún mas, dado que los sujetos en los cuales
referencia su análisis la Antropología existen también en tanto producciones y
estructuraciones previas, entonces un primer nivel de reflexividad etnográfica
debería estar constituido por el reconocimiento del interjuego, entre aquellos
niveles que preexisten e incluso configuran la existencia de los sujetos
sociales y del lugar que ocupa en tal
sentido la producción del discurso
antropológico en su visibilización social.
Los sujetos
sociales no son entidades ontológicas cuya esencia debe rescatar el etnólogo o
antropólogo ni tampoco meros productos de dispositivos estructurales
(políticos, económicos o ideológicos). Sobre
el primer punto, M. Foucault, alertaba
hace ya veinte años que “ en vez de
preguntar a sujetos ideales que es lo
que han podido ceder de si mismos o de sus poderes para dejarse sojuzgar, se
debe analizar de qué modo las relaciones de sujeción pueden fabricar sujetos” (op. cit;
1992). Es que mas allá del modelo voluntarista de la economía política del
sujeto o bien sobre su fondo ideológico (agente decisional en el mercado de
bienes o en la disputa política) se deben hallar los procedimientos por los
cuales los sujetos se construyen socialmente y para lo cual requieren ser
identificados, clasificados, visibilizados por el poder.
Pero
esta visibilización (productora de identificaciones) no debería ser considerada
como el resultado de un mero accionar reproductivo de una estructura de
dominación. El vector de sentido de la visibilización de sujetos sociales es la
contraparte de la lucha social de los mismos en antagonismo con las modalidades
de su sujetación. Negación de la negación en la estructuración dialéctica de
los hechos sociales (parafraseando a A. Guiddens, op. cit.) y de las prácticas
(esta vez siguiendo a P. Bourdieu, op. cit.). ( [50])
Es
que detrás de elaboraciones culturalistas como las de Sahlins resuenan los ecos
del voluntarismo metodológico y el subjetivismo siempre asociados. El
voluntarismo metodológico, en este caso, se lleva de la mano con la presunción
de que la expansión de las relaciones capitalistas de producción reproducen
permanentemente y en forma ampliada el orden que presuponen sus intelectuales
orgánicos, lo cual deja lugar a que ante la emergencia del conflicto (siempre
latente, a veces explícito) el mismo pueda ser codificado en términos de
“pautas culturales” atribuidas (de ninguna manera ingenuamente) a los “otros”.
El
subjetivismo, al mismo tiempo, pretende permanentemente re-presentar un
supuesto “rescate” del sujeto, concibiendo a este, otra vez, en forma
voluntarista (mimetizándose sus exploradores con los imaginarios de su propia
subjetividad). Es posible incluso preguntarse si este tipo de subjetivismo
idealista mas que producir una recuperación del sujeto no implica en muchos
casos reproducir la noción burguesa de la sociedad en tanto estructurada en
base a sujetos económicos y políticos soberanos en sus decisiones (la soberanía
del consumidor, la soberanía del ciudadano, la soberanía de las nuevas
minorías) soslayando el complejo entramado que configura su estructuración como
tales.
Hemos
intentado observar de qué manera la teoría económica subjetiva (hegemónica)
produce determinada visibilidad de los sujetos precisamente para reconstruirlos
allí donde pretende que imperará el orden imaginado. Es por ello que, como
señalara O. del Barco: “ describen
ciertas superficies de un cuerpo en hueco, cuantifican, construyen una
apologética inconsciente, acumulan datos abrumadores que instrumentalizan en pro de la
funcionalidad no conflictiva del sistema, se trata de la ‘ciencia burguesa’ como repite Marx, ciencia
inmanente al sistema” . (1982.20)
El
lugar de la Antropología, lo hemos señalado ya, no debería entonces ser
construido como un conocimiento reducido, acotado a “llenar” esa hueca
superficie con sus datos etnográficos y menos aún a reproducir la noción de
soberanía del sujeto presupuesto en el modelo de orden social que produce la
economía de los sujetos “económicos”.
Es
importante reiterar que no es sostenible la idea de que de que la economía
subjetiva formula modelos del comportamiento de los agentes económicos sino
que, como se dijo anteriormente y a partir de lo expresado por sus propios
sostenedores, formulan meramente las condiciones ideales (para lo cual asocian estas a recomendaciones en términos de lineamientos
de políticas económicas) para justificar que dichos comportamientos se han de
dar lugar en el futuro. Esa especie de doctrina normativa que implica en última
instancia pensarse a sí misma, reiteramos, como una profecía autocumplida.
Retomemos
pues para concluir esta parte, la pregunta en torno a la manera en que podemos
plantear una Antropología Económica que parta de aquella premisa sustentada por
Marx en torno a considerar como objeto central de análisis la “conexión
orgánica de las relaciones
económicas” en el capitalismo. Dicho análisis se situará para nosotros en las
dinámicas específicas en que el capital subsume procesos de trabajo y formas de reproducción de la vida
en el marco de su reproducción simple y ampliada. La heterogeneidad y
especificidad de dichos procesos
adquieren su unidad en el proceso de valorización, “unidad de lo diverso”, pero
también unidad contradictoria, ya que el capital siendo un proceso continuo de
extracción de valor mediante la reproducción de determinadas relaciones de
dominación, debe enfrentarse al trabajo en tanto “otredad” de sí mismo.
La
estructuración dialéctica de las relaciones capital/trabajo genera al mismo
tiempo, permanentes transformaciones en los procesos de
producción que persiguen el disciplinamiento social del trabajo para someterlo
a la lógica de su valorización. Sin
embargo, el enfrentamiento entre capital y trabajo (centro de las denominadas
crisis del capitalismo) se expresa en primera instancia en los mismos
dispositivos de valorización directa (unidades de producción) controlados por
la burguesía, los cuales frente a las modalidades de resistencia que emergen
del trabajo tienden a ser reorganizados y hasta eludidos tanto mediante la
transformación técnica de los procesos productivos (transformaciones en la
composición orgánica del capital) como por formas contradictorias de sanción
mercantil del producto del trabajo.
Es así, que se reproducen dispositivos y procesos de obtención ganancias
extraordinarias en la forma de “renta” (en trabajo o dinerarias) que a su vez
implican tipos específicos de “crisis” y que exceden el esquema político e
ideológico (podríamos decir ya cultural) que ha posibilitado históricamente
erigirse al capitalismo como un modelo tendencial hacia el ordenamiento y
regulación de la reproducción de la vida a nivel mundial.
Así,
por ejemplo, el gran movimiento financiero a escala planetaria de un despliegue
sin precedentes a partir de la segunda posguerra puede ser explicado en su
doble determinación: por un lado como un proceso de concentración de capital
dinerario colocado ya no para la reproducción del capital y del orden
disciplinar en términos de valor sino en términos de renta financiera y, por el
otro, como resultado del “poder constitutivo del trabajo” (Cfr. W. Bonefeld y
J. Holloway, 1995; H. Cleaver, 1995).
Subordinación
del capitalismo colectivo ideal de los manuales de economía y los dispositivos
de políticas regulatorias frente a la lógica reproductiva del “interés” de la
acumulación dineraria privada. Globalización de los circuitos de reproducción de
excedentes transformados en capital financiero que responden a una modalidad rentística de reproducción
capitalista que sólo pueden producir “crisis” de acumulación de plusvalor. Sin
embargo, la acumulación financiera a nivel mundial que es la base y sustento de
todo el denominado proceso de globalización económica y también los intentos de
robotización total de procesos productivos pretendiendo eludir el conflicto con
el trabajo, al no producir a este en tanto fuerza de trabajo, profundiza hasta
límites insospechados (aunque empíricamente ya visualizados) la expropiación de
sus capacidades de reproducción de la vida, enfrentándolo al mismo tiempo y
cada vez mas a sus propias condiciones de existencia, a la emergencia de
construcción de una historia y culturas
propias del trabajo en relación a los dispositivos del capital en tanto
productor del sujeto económico. ( [51])
La
coexistencia de renta en trabajo y producción de plusvalor que hace a las
específicas relaciones entre capital y trabajo cuando el primero se enfrenta a
procesos de trabajo preexistentes a su intervención ha sido mostrada por C.
Meillasoux en la obra comentada con anterioridad recuperando el concepto de
producción y reproducción doméstica por lo que no reiteraremos la validez de su
aporte ni en su descripción. Nos detendremos aquí brevemente en el análisis de
algunos conceptos que pretenden profundizar en dicha dirección.
Antropología
económica: las formas de subsunción del trabajo y las economías domésticas al
capital .
Uno de los conceptos que nos
interesa analizares el de subsunción del trabajo por el capital desarrollado
por Marx en “El Capital” y profundizado en el denominado Capítulo VI “inédito”
(K. Marx, 1983).
Al analizar el proceso de
producción capitalista, Marx intentó dar cuenta de las transformaciones
históricas concretas imbricadas en el proceso de expansión del capital,
extrayendo de allí algunas formulaciones teóricas en cuanto a las transiciones
sociales propias de dicha expansión. En principio Marx va a señalar dos momentos
históricos diferenciales de conformación de las relaciones de la producción
capitalista.
El primero caracterizado por
la forma general de todo proceso capitalista de producción y que estaría en la
génesis misma del capital en tanto relación social: la separación del productor
directo de sus medios de producción y la sanción mercantil al trabajo que dicho
proceso implica. Analiza, entonces, los procesos que dieron lugar a la
expropiación de artesanos y campesinos de sus medios de producción, aunque esta
apropiación no significaría en una primera etapa histórica la transformación
técnica de los procesos de trabajo tradicionales (período de la manufactura en
Inglaterra). En estas condiciones, la forma predominante de extracción de valor
es la relación de producción entre capitalistas poseedores de los medios de
producción y trabajadores que únicamente poseen su fuerza de trabajo para
vender a aquellos. La conformación de esta relación como relación social
fundamental del Modo de producción capitalista es específicamente “económica”,
según Marx, en el sentido de que ya no resultarían necesarios mecanismos de
coerción “exteriores” a dicha relación para garantizar la extracción de
plustrabajo.
Llamó a esta primera fase
del capital, a esta primera manifestación de las relaciones de producción
capitalistas, “subsunción formal del trabajo por el capital”, indicando con
ello dos cuestiones. La primera, ya señalada, es que en esta etapa no se
realiza una modificación técnica sustantiva en los procesos de trabajo preexistentes.
La segunda es que en tales condiciones tecnológicas la forma que puede asumir
la extracción de plusvalor es mediante una prolongación de la jornada laboral.
En este orden de razonamiento, llamó “plusvalía absoluta” al proceso
correspondiente de extracción de plusvalor.
Sin embargo, continuando con
su razonamiento, lo que es intrínseco al proceso de expansión del capital es la
permanente revolución técnica de los procesos de trabajo, superando de esa
manera los límites a la extracción de valor que implica la subsunción formal.
Ciertamente, al existir un límite (hasta físico) en la prolongación de la
jornada laboral (límite al que incluso llegaron las relaciones de la producción
capitalista en las primeras etapas de la manufactura, generando los consabidos
conflictos y primeras resistencias obreras analizados por el propio Marx), el
capital comienza a configurarse como un proceso tendiente a disminuir el tiempo
de trabajo socialmente necesario (para la reproducción de la fuerza de trabajo)
aumentando por consiguiente el tiempo de trabajo “excedente”. Este movimiento,
expresado como un incremento del capital constante sobre el capital variable en
la composición orgánica del capital, va dando lugar, paralelamente, a un
proceso de aumento de la productividad del trabajo en una misma unidad de
tiempo. A esta característica (mas “desarrollada”) de las relaciones de
producción la llamó “subsunción real” del trabajo al capital, denominando al
mismo tiempo “plusvalía relativa” a la forma correspondiente de extracción de
plusvalor.
En definitiva, tanto la
subsunción formal como la subsunción real y sus modalidades de extracción del
plusvalor, eran para Marx las formas histórico-concretas en que se expresan las
relaciones de la producción capitalista: el proceso de transición de la
manufactura a la gran industria capturado mediante una abstracción concreta.
Sin embargo, el hecho de que
Marx haya utilizado estos dos conceptos centrales para dar cuenta tanto lógica
como “empíricamente” del proceso de expansión del modo de producción
capitalista en un contexto determinado (tal como se ha dicho, el paso de la
manufactura a la gran industria en Inglaterra), no es motivo para negar la posibilidad de que se requieran
nuevos conceptos operacionales con el objeto de dar cuenta de otros desarrollos
históricos concretos que adquiera la reproducción del capital.
Tanto teórica como
metodológicamente, la atención a los procesos de subsunción del trabajo al
capital responden a la premisa de centrar el análisis precisamente en las
relaciones sociales de producción, es decir en las relaciones de dominación del
capital sobre el trabajo, las cuales, según lo que se viene planteando,
resultan heterogéneas, conflictivas y contradictorias. Si la unidad de lo
diverso se encuentra en el movimiento de valorización del capital, las formas
que adquiere dicho proceso al intentar sancionar mercantilmente a los procesos
de trabajo y reproducción de la vida “preexistentes” a su intervención, son
también múltiples. De allí el requerimiento en profundizar sobre las categorías
que pudieran dar cuenta de tal movimiento.
Las categorías de subsunción
formal y real aluden en Marx a la forma generalizada de la producción
capitalista, aunque dicha forma generalizada responda al proceso específico del
capitalismo en las condiciones históricas concretas estudiadas por aquel. Pero
para que las categorías no expresen una especie de teleología en términos de
“necesariedad” histórica, deben ser sistemáticamente puestas a prueba con el
movimiento histórico objetivo del proceso de acumulación (expansión) en
contextos específicos.
De allí que una serie de
investigaciones concretas sobre dicho movimiento en contextos particulares
hayan señalado un interés teórico por profundizar en los contenidos de aquellos
conceptos. En principio, puede señalarse que tanto la subsunción formal como
real expresan formas “directas” de dominio del capital sobre el trabajo. Esto
es, el control directo de los procesos de trabajo como forma predominante. Sin
embargo existen movimientos históricos concretos del capital en los cuales las
formas de dominación sobre el trabajo se manifiestan a través de modalidades
“indirectas”.
La noción de subsunción
indirecta ha sido utilizada por algunos autores interesados en analizar las
formas de dominación del trabajo por el capital en determinadas estructuras
rurales. Con ella se designa a las formas que adquiere la relación
capital/trabajo contextos en los cuales una parte importante de la reproducción
de la fuerza de trabajo es garantizada por el sector doméstico y cuyo valor,
por diversos mecanismos vinculados a la contratación temporaria o a la
especulación comercial, es apropiada por el capital. ( [52])
Sin desarrollar
pormenorizadamente el conjunto de implicancias de aquella noción, diremos que
la misma indica formas específicas de ciertas ramas del capital de intentar
ejercer su dominio sobre el trabajo, y que no responden a las formas directas
(teóricas e históricas) analizadas por Marx. ( [53])
Ciertamente, al centrar el
análisis en modalidades de dominación (subsunción) del trabajo por el capital ,
se avanza hacia la profundización de la dinámica de la reproducción de la
fuerza de trabajo. Aquí se detectan una serie de configuraciones que parecerían
no quedar representadas por aquellos conceptos
clásicos. Una de ellas y de
especial interés hacia los objetivos planteados, es el proceso de expansión de
la gran industria capitalista en el agro y la subsunción por dichas ramas de la
producción agraria de las economías domésticas.
Esta subsunción se realiza
en condiciones tales que estas economías operan controlando, en grados y
niveles que es necesario determinar, medios de producción que garantizan en
parte la reproducción no sólo de la fuerza de trabajo sino también de formas de
socialización que se expresan en
procesos de trabajo y reproducción de la vida específicos, y que intervienen en
parte en la configuración de etnicidades e identidades sociales particulares.
Por el lado del capital, al
centrar parte del proceso de valorización en la transferencia de valor que
producen estas economías domésticas y que constituye uno de los mecanismos de
obtención de ganancias extraordinarias, se tiende a delegar en ellas el control
sobre ciertos procesos de trabajo, delegando también parte del control sobre
sus condiciones de existencia. Es precisamente en estas condiciones
contradictorias donde el disciplinamiento de la fuerza de trabajo (en el
sentido planteado por Marx) requiere de la intervención de organismos capaces
de ejercerlo, es decir instancias formalmente “exteriores” a la relación
capital/trabajo.
Lo anterior nos remite a
considerar al menos cuatro cuestiones implicadas en el proceso de acumulación
del capital en determinadas estructuras agrarias, que no necesariamente
resultan en las formas clásicas del dominio del
capital sobre el trabajo.
1) La presencia de procesos
de extracción de valor basados en la explotación estacional de fuerza de
trabajo, cuya reproducción está garantizada, en grados y niveles de profundidad
que es necesario considerar, por las “economías domésticas” que integran a
dicha fuerza de trabajo (C. Meillasoux, 1975; P. Phillipe Rey, 1980; A. Bartra,
1982; A. Stoler, 1987).
2) Vinculado a lo anterior,
la contradicción latente entre explotación y reproducción doméstica que
configuran tendencias heterogéneas en la relaciones de producción, dando lugar
a transformaciones de dichas economías domésticas que no implican
necesariamente su “desaparición”, sino una resignificación de sus condiciones
de producción en términos que se hace necesario investigar.
3) El impacto de tales
procesos en las variaciones que se producen en la composición orgánica de una
rama o fracción del capital, es decir la forma que adquiere el desarrollo
tecnológico cuando el capital se enfrenta, entre otras, a estas “ventajas
comparativas”.
4) La presencia, también en
diversos grados y niveles que es necesario determinar, de mecanismos actuales
de coerción “política” como garantía de la reproducción de la relación capital/trabajo.
Se sostiene aquí que estos
son los aspectos particulares de las formas de subsunción indirecta del trabajo
al capital para el caso que nos ocupa. Estos aspectos poseen grados de
correlación significativos y constituyen los ejes que permiten avanzar en
nuevos niveles de análisis en torno a las especificidades del proceso de
conformación de las formaciones sociales.
Ahora bien, a medida que nos
detenemos etnográficamente, en el análisis
de una determinada formación social , es posible detectar la expansión
de distintas fracciones del capital (agrario, mercantil, financiero,
industrial) que subsumen también procesos de trabajo doméstico diferenciables,
generando a su vez contradicciones particulares.
El término “subsunción
indirecta diferenciada del trabajo por el capital” hace referencia al hecho de
encontrarnos frente a niveles de correspondencia y de contradicción entre
aquellas formas particulares de expresión del capital , modalidades específicas de economía doméstica
y la producción de sujetos sociales como resultado de dichos niveles de
correspondencia y contradicción.
Así, por ejemplo, al
internarnos en el estudio de las modalidades domésticas de producción en una
formación social específica: el Chaco central, se observa que las actividades
de recolección, pesca y caza practicadas principalmente por la población
indígena, y por otro lado, las actividades de ganadería extensiva prototípica
de la población criolla, son la expresión que a nivel de los procesos técnicos
de trabajo indican aquellas modalidades
diferenciales.
Los procesos de trabajo que
involucran a ambos sectores de población generan también transferencias de
valor de manera distinta. Así, la economía mercantil simple del criollo
ganadero transfiere valor a partir de la intermediación usuraria comercial,
mientras que los procesos de trabajo que involucran las actividades de
recolección, caza y pesca practicada por las unidades domésticas indias
transfieren valor a partir de la apropiación del trabajo no pago contenido en
la fuerza de trabajo que emplea el capital.
Sin embargo, aquí la
distinción no es absoluta. Profundizando en su análisis es posible mostrar de
qué manera los propios procesos de trabajo domésticos indígenas están siendo
transformados con características muy específicas, no sólo por la dinámica de
la expansión del capital agroindustrial, sino también por la inclusión de sus
producciones en circuitos mercantiles. ( [54])
La necesidad de distinguir
situaciones diferenciales en que distintas fracciones del capital subsumen los
procesos de trabajo (en este caso en la población criolla y la población
aborigen) radica en que la misma constituye un elemento de suma importancia
para comprender no únicamente el rol que ocupan en la estructura agraria
regional, sino al mismo tiempo para arrojar claves analíticas sobre la
conformación de identidades sociales, culturales y políticas, como así también
dar cuenta del significado histórico-concreto de cada modalidad presente en los
procesos de valorización.
En principio, la producción
del criollo ganadero de dicha formación social ha estado históricamente
dirigida hacia una valorización en el mercado. Valorización que por otro lado
ha sufrido un drástico deterioro por la ineficiencia tecnológica a la que dicha
modalidad mercantil simple quedó relegada ante el avance de la producción
ganadera de corte capitalista, al punto de poner en crisis la viabilidad
reproductiva de aquella modalidad de producción. Sin embargo, su ubicación en
un contexto fronterizo cercano a mercados regionales en los cuales la ganadería
pampeana, tecnológicamente en condiciones muy superiores para producir una
mercancía de mejor calidad pero orientada a mercado externos, le otorgaba
condiciones especiales para su desarrollo. Esto, sumado a un conjunto de
situaciones políticas, le permitió tanto un proceso de relativo crecimiento de
su economía mercantil simple como también alimentar expectativas de una
reproducción ampliada, aún en el marco de una tendencia involutiva de su
modelo. Paralelamente, la reinstalación de un discurso “criollista” como
espacio simbólico en donde se juega la producción de identidades colectivas e
identificaciones desde el poder tiene un primer nivel de anclaje en las
contradicciones señaladas.
En cambio la población
aborigen, desde la derrota militar y el despojo territorial, ha estado sometida
a un proceso de disciplinamiento e incorporación compulsiva al mercado de
trabajo. En tal sentido, su población puede se caracterizada como trabajadores
estacionales que han sido incorporados al mercado de trabajo en función de la
relativa capacidad de reproducción de su fuerza de trabajo en tanto economía
domestica, es decir por su capacidad de transferir un plustrabajo al proceso de
valorización de las fracciones de capital contratantes, aunque también a riesgo
de poner en crisis dichas capacidades.
Profundizando en lo
expuesto, otra variable interviniente en el análisis de los procesos de
valorización es la capacidad de “retención” del “sector domestico” de su fuerza
de trabajo en su interior respecto al asalariamiento, cuestión que remite necesariamente a los particulares
procesos de puja “política” por su apropiación por los que ha atravesado cada
actividad. Por ejemplo, la relativa pujanza de las actividades ganaderas hacia
principios de siglo, en contraste al despojo territorial hacia la población
indígena, constituyó un elemento diferencial en la retención doméstica de cada
grupo frente a la semiproletarización promovida por los ingenios azucareros del
denominado “ramal” saltojujeño.
Hoy es posible encontrar que
gran parte de las unidades domésticas indígenas practican parcialmente
actividades de corte mercantil simple (parte de la pesca, las artesanías,
etc.), combinando estas actividades con la inserción temporal de parte de su
fuerza de trabajo en las explotaciones del poroto alubia en el llamado “umbral
al Chaco”, generándose contradicciones específicas entre ambas alternativas. Al
mismo tiempo, contingentes importantes de pobladores criollos han sido
expulsados hacia las periferias urbanas en busca de asalariamiento.
Si hacia principios de siglo
la “economía” mercantil simple del criollo observaba un relativo dinamismo en
la medida en que usufructuaba un espacio sin renta con buena productividad de
forraje y mercados ganaderos regionales de relativa importancia, hoy la
productividad media de las unidades domésticas criollas no alcanza siquiera
para reproducir en términos físicos a sus miembros, quienes deben complementar
su ingreso asalariándose o retirándose hacia otras actividades.
Tal vez a esta altura sea
posible comprender el sentido que se le otorga aquí a la formulación de
Antropología Económica de una formación social.
Precisamente, al profundizar el análisis de las formas particulares que
adquieren los procesos de valorización, mediante la categoría de subsunción
indirecta y diferenciada, problemáticas que en muchas ocasiones aparecían
construidas como exteriores a dichos procesos adquieren relevancia.
Así, tanto los movimientos
reproducción ampliada del capital como la emergencia de dispositivos de estatalidad y producción de identidades
sociales pueden ser leídos desde las características particulares de la
relación capital trabajo.
La categoría de subsunción
indirecta y diferenciada, permite también leer a las relaciones interétnicas en
las mismas claves (niveles de análisis) que dan cuenta de las relaciones de
producción que, según hemos observado es también una de las claves para hacer
inteligible la producción de sujetos sociales apuntando hacia lo que se podría
denominar, tal vez demasiado ambiciosamente, una crítica a la economía política
de la etnicidad.
El
movimiento de reproducción del capital es pues un movimiento contradictorio que
produce y reproduce a su vez dispositivos de dominación específicos y sujetos
sociales tendientes a ser funcionales al mismo, sin conseguirlo mas que
recreando formas de coerción arcaicas propias de su historia particular en
tanto capital y mediante mecanismos que tienden a poner en crisis las
condiciones de reproducción del orden social . Proceso que tiende a configurar
nuevas formas de diferenciación, social, étnica, política y cultural y que
conforman el “mapa” etnográfico actual de la dominación. ([55])
Si
la mayor producción en el campo de la Antropología Económica estuvo hasta el
presente dedicada a la “reconstrucción” más o menos sistemática de procesos de
producción, circulación, distribución y consumo que se suponían
“exteriores-anteriores” al proceso de valorización capitalista, un avance
significativo en la producción del conocimiento en dicho campo estaría
constituido, de acuerdo a lo analizado hasta aquí, en dar cuenta de las
relaciones económicas internas y sincrónicas que vinculan las tendencias
contradictorias entre reproducción del capital y reproducción de la vida. Es
que la estructuración del denominado sistema mundial mas que a la
homogeneización “cultural” tiende a la fragmentación de sus propios
dispositivos de reproducción del orden social imaginado en su intento de eludir
el trabajo que se le opone por su intransigencia frente a la prioridad de
reproducción de la vida.
Por
otro lado, como algunas investigaciones en el campo de la antropología
económica orientadas por una perspectiva materialista histórica han intentado
demostrar, que la reproducción ampliada del capital no implica necesariamente
la destrucción absoluta de procesos de trabajo y reproducción de la vida que los antropólogos consideraron
“tradicionales”. En muchas ocasiones determinados procesos de valorización se
asientan sobre la recreación, más o
menos parcial, de dichos procesos, produciendo nuevas y constantes movimientos
parciales de conflicto entre producción de valor y reproducción de la vida.
Crisis que a escala de la reproducción social capitalismo como “sistema
mundial” se expresan en los índices estadísticos en torno al incremento
permanente de las hambrunas, el hacinamiento, la insalubridad, etc. El
movimiento del capital tiene su forma particular de producir la “economía
primitiva”. En torno al análisis de sus límites y posibilidades es posible una Antropología Económica en tanto
profundización de una crítica a la economía política.
[a] Profesor titular regular del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A. Cátedra Antropología Sistemática II (Antropología Económica). Este texto es una versión corregida y ampliada de un texto escito en el año 1982 y publicado en el Centro Editor de America Latina en 1992 con otro título (cfr. bibliografía citada).
[1] Amartya Sen, ha
dedicado gran parte de su obra a señalar los inconvenientes que han traído
pararejados lo que el considera como un alejamiento de la teoría económica
moderna respecto a las reflexiones sobre la etica en sus formulaciones (cfr.
op. cit.1991. Sin embargo pensamos que en la economía clásica la preocupación
por los contenidos morales y eticos estaban integrados al análisis en forma
explícita, mientras que en la teoría económica moderna noeclásica y
subjetivista tales contenido se consideran un dato previo, un presupuesto que
recorre toda la producción discursiva sin requerimiento reflexivo alguno.
[3] El
texto de Condorcet más conocido es el Esquema de un cuadro histórico del progreso
del espíritu humano publicado por primera vez en 1795. Según J. Shapiro “Ningún otro libro publicado en Francia
durante el siglo XVIII refleja con tanta fidelidad las opiniones de los
filósofos sobre el mundo y sobre el hombre. Su actitud ante la sociedad humana
estaba inspirada en la física de Newton, cuya idea de leyes naturales y
universales que gobernaban el universo se aplicaba a la organización social”.
(Shapiro, J.; 1934)
[4] En
A. de Tocqueville. L’ancien Régime et la
Révolution.
[5] Nacido
en Roven en 1646 y fallecido en 1714, Boisguilbert escribió varias obras,
siendo considerado como el iniciador de la Economía Política en Francia, sus
obras son: Factum de la France; Traité
sur les Grains y Dissertation sur la
Nature de la Richesse.
[6] Boisguilbert,
Dissertation sur la Nature de la Richesse,
pág. 979.
[7] Boisguilbert,
ídem, p. 997.
[8] Boisguilbert, Traité sur les Grains, p. 834.
[9] Boisguilbert, Dissertation sur la Nature de la Richesse. p. 911.
[10] Boisguilbert, Traité sur les Grains, p. 830.
[11] J.
Cartelier Excedente y reproducción,
op. cit. págs. 44-46 y Schumpeter Historia
del análisis económico, op. cit. pág. 260.
[12] Boisguilbert, Dissertation
.... págs. 988-9.
[13] Constituida
entre los años 1757-58, sus principales miembros fueron: Mirabeau, Le Mercer de
la Riviére, Dupont de Nemours, el abad Baudeau, Turgot y, por supuesto Quesnay.
[14] En
un artículo escrito para la Enciclopedia, F. Quesnay escribiría “entiendo por evidencia una certeza que nos
es tan imposible rechazar como nos es imposible ignorar nuestras sensaciones
actuales” (pág. 398). Y, mas adelante “el
Alma sería ella misma, el Sujeto, la fuente y la causa de sus ideas y no
tendría, mediante tales ideas, ninguna relación necesaria con ningún ser
diferente de ella misma. Entonces, las ideas estarían desde esta perspectiva
destituidas de toda evidencia” (pág. 409). El Sujeto identificado consigo
mismo (con el Alma), perteneciendo a un orden absolutamente distinto del de la
evidencia. Al mismo tiempo la naturaleza, evidenciada en el orden natural, es
por lo tanto la fuente de toda certeza. Esta oposición tajante niega toda
relación sujeto-objeto en el acto de conocimiento y reconocer como evidente la
existencia de un orden natural, económico, portador de leyes con independencia
del sujeto cognoscente.
[15] El
modelo del Tableau économique mas conocido es el Analyse de la formule
Arithmétique du Tableau Économique, publicado por el autor en 1766.
[16] Turgot, en sus Ecrits Économiques ; citado por Jean
Cartelier en Excedente y reproducción.
op. cit. pág. 79.
[17] En
el gráfico, los flujos físicos están reducidos a un sólo momento para
simplificar el modelo, lo cual es posible en la medida que se trabaja a
“precios constantes”.
[18] F. Quesnay, en Despotisme de la Chine, p. 930, citado por J. Cartelier, op. cit. pág. 97.
[19] Mirabeau,
en Philosophie Rurale, p. 950, citado
por J. Cartelier op. cit. pág. 107. al mismo tiempo y, a los efectos de lo
planteado pueden citarse las siguientes
expresiones de J. Locke “La hierba que ha
comido mi caballo, la tierra que ha labrado mi siervo, el mineral que yo he
extraído de un lugar sobre el que tengo derechos no compartidos por nadie, se
convierten en mis propiedades sin designación ni consenso de nadie. Es mi
trabajo lo que ha sido mío (sic), es decir, el mover aquellas cosas del estado
común en que se hallaban es lo que ha determinado mi propiedad sobre ellas”.
citado por U. Cerroni, op. cit, pág. 271.
[20] Esta
imagen de la sociedad configurada como discurso científico por parte de los
fisiócratas chocaba con los intereses y reticencias de otros sectores sociales,
particularmente con los de los industriales y comerciantes y no únicamente en
el marco de elaboraciones en el plano de “las ciencias” (Forbonnais, Graslín,
etc.) ya que las políticas recomendadas por ellos (disminución del control del
comercio internacional, impuestos solo al producto neto, etc.) implicaban un
aumento de los precios agrícolas y por lo tanto de los salarios.
[21] F.
Quesnay, En Droit Natural. pág. 741; citado por J. Cartelier, op. cit. pág. 111.
[22] En
la medida que se reconoce en la economía un orden natural sometido a leyes
eternas por su naturaleza toda referencia a una explicación social no puede
realizarse sin antes reconocer la preeminencia explicativa de aquella y como
tal anterior (y exterior) a todas las demás prácticas sociales.
[23] Mirabeau, En Philosophie
Rurale, pág. 692.
[24] Mirabeau, En Philosophie
Rurale, pág. 692.
[25] Nacido
en Escocia en 1723, sus estudios se dirigen principalmente hacia la filosofía
natural y moral. En 1759 escribe su teoría de los sentimientos morales, donde
explicita su filosofía del comportamiento humano que luego trasladará a sus
escritos económicos desarrollados en su obra mas conocida Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones
de 1776.
[26] Esta
concepción del valor como trabajo “exigido” en Smith está fundamentada en
detalle en la obra citada de J. Cartelier.
[27] K.Marx: Theories of Surplus Value, Vol I,
pág. 148; más adelante expondrá el siguiente ejemplo: “La cocinera de un hotel produce una mercancía para la persona que como
capitalista ha comprado su trabajo, o sea el propietario del hotel, el consumidor
de costillas de cordero tiene que pagarle al propietario del hotel por el
trabajo de ella, y para el propietario del hotel este trabajo (aparte del
beneficio) repone el fondo del cual continúa pagándole a la cocinera. En cambio
si yo compro el trabajo de una cocinera para que ella cocine para mi (...)
entonces su trabajo es improductivo, a pesar del hecho de que su trabajo se
fija en un objeto material y podría muy bien (en lo que resultara) ser una
mercancía vendible como lo es en realidad para el propietario del hotel”
(op. cit. pág. 160). Es decir un mismo
trabajo será productivo o no bajo las relaciones sociales de producción
capitalista en tanto este trabajo produzca o no plusvalía, es decir permita
reproducir las condiciones de la producción capitalista.
[28] No
obstante las semejanzas con los fisiócratas, es necesario marcar las
importantes diferencias que A. Smith desarrolla respecto a la noción de
excedente. Tanto en los fisiócratas como en Petty y otros economistas, el
excedente no era más que un ingreso por la renta o “una especie de salario en
particular” Por el contrario, en A. Smith, la ganancia es una forma especifica
del excedente, regulado por el valor del capital empleado, es decir, por su tasa. En palabras de este autor: “Habría acaso quién se imagine que estos
beneficios del capital son tan solo un nombre distinto por los salarios de una
particular especie de trabajo, como es el de la inspección y dirección. Pero
son cosa completamente distinta, regulándose por principios de una naturaleza
especial, que no guardan proporción con la cantidad, el esfuerzo, la destreza
de esta supuesta labor de inspección y de dirección. Los beneficios se regulan
enteramente por el valor del capital empleado y son mayores o menores en
proporción a su cuantía” (op. cit. pág. 48). Esta formulación es importante
pues distingue por primera vez Capital de Ganancia, es decir, el excedente se
distribuirá, según Smith, aparte de los salarios.
[29]Los elementos
centrales de la teoría de Ricardo datan desde la publicación de su Ensayo
sobre la influencia del bajo precio del trigo sobre las utilidades del Capital (orig. de 1815) y de su Principles
of Political Economy and Taxation de dos años más tarde.
[30] Sraffa (ed.) Works and Correspondence of D. Ricardo,
T. IV, pág. 18, citado por M. Dobb, op. cit., pág. 86.
[31] Respecto
a A. Smith, su crítica fue explícita : “Al
hacer hincapié en que la reproducción de la renta constituye una ventaja tan
grande para la sociedad, el Dr. Smith no discurre que la renta es el efecto del
precio alto y que lo que el terrateniente gana de esta manera lo gana a
expensas de la comunidad en su conjunto. No hay ganancia absoluta para la
sociedad en razón de la reproducción de la renta: se trata sólo de los
beneficios de una clase a costa de otra clase” . En Sraffa (ed.) Works and Correspondence of D. Ricardo, T. 1, pág. 77.
[32] M.
Dobb, op, cit., págs. 83-4. Esta
concepción de D. Ricardo ha sido utilizada para ver en él un predecesor de las
Teorías Marginalistas, al respecto Blaug en su Economic Theory in Retrospect (p. 83) ha planteado que “La teoría de la renta diferencial es
formalmente idéntica a la teoría de la productividad marginal aunque los
crecimientos marginales considerados sean muy grandes en lugar de ser
infinitesimales”, una proposición en contra de esa afirmación puede ser
encontrada en J. Cartelier, op.cit., págs. 285-295.
[33] Vemos
que al partir de semejante situación dada Ricardo repite determinadas supuestos
fisiócratas acerca de la “naturalidad” de la propiedad territorial y de la
renta. En otro tipo de organización de la tenencia de la tierra esta situación
resultaría totalmente insostenible. Aclaramos esto pues, como en razón de una
supuesta aplicación antropológica del esquema ricardiano se ha intentado
proponer el principio de los rendimientos decrecientes al análisis de las
comunidades llamadas “primitivas”, lo que consideramos una falacia. Tal
situación describía en parte a la sociedad inglesa da principios del siglo XIX
en la cual el desarrollo de la manufactura y las formas de tenencia de la
tierra ponían limites precisos a la “oferta” de alimentos en relación al avance
de su “demanda” por parte de la nueva
clase obrera industrial (Aunque también aquí cabe la aclaración de que una cosa
es describir una situación y otra es explicar sus causas.
[34] Por
ejemplo la obra de T. Hodskin Labour
Defended Against the Claims of Capital (orig. 1827) y la del Alemán Johan K. Rodbertus autor
también de varias obras de economía sobre la base de las teorías de Ricardo.
[35] A.
Smith, apoyándose en los postulados ciertamente fisiocráticos escribiría
también “El interés de la tercera clase,
no se halla tan íntimamente relacionado, como el de las otras dos, con el
general de la sociedad” (op. cit. pág. 241).
[36] En
términos del Ensayo: “El único efecto, pues, del progreso de la
riqueza sobre los precios, independientemente de todas las mejoras, tanto en la
agricultura como en las manufacturas, parece ser el alza del precio de las
materias primas y del trabajo dejando todas las otras mercancías en sus precios
originarios y la baja de las utilidades generales a causa del alza general de
los salarios” (op. cit. T. IV, pág. 11). En los Principios dirá: “El beneficio depende de la “proporción del trabajo anual del país que se destina a la manutención
de los trabajadores”.
[37] Nos
referimos aquí, principalmente, a los trabajos de L. Dumont , op. cit. y S. Gudeman, op. cit.
[38] Denominamos
Economía Subjetivista, principalmente a la escuela marginalista, o escuela
austríaca (Menger, Bohn-Bawerk y Wieser, como figuras principales) y la obra de
Jevons en Inglaterra. Aunque también corresponde el término de los planteos de
Marshall en Inglaterra , Walras y Pareto de la denominada escuela de Lausana,
en el continente europeo. Para un análisis pormenorizado de los planteos de
dichos autores consúltense las obras de M. Dobb (1982) (1975), A. Pesenti
(1980) o bien la obra de Schumpeter (1954).
[39] Las
opciones son discriminantes puesto que la evaluación de la utilidad marginal es
subjetiva y se supone previa a todo cálculo de elección .
[40] Para
quien esté interesado en profundizar sobre los modelos de la economía subjetiva
y marginalista recomendamos el texto Modern
Microeconomics de A. Koutsouiannis.
[41] Quien
más desarrolló la noción de supervivencias fue E. P. Tylor; puede consultarse
al respecto su obra Primitive Culture,
(orig. Londres, 1871- 2 vols.-), traducción al castellano: Antropología. Introducción al
estudio del hombre y de la Civilización, ed. El Progreso, Madrid, 1988.
[42] Los
autores formalistas mar reconocidos del debate son: R. Burling (1976), E.
Leclair (1976), M. Herskovitz (1952), R. Firth (1974). Los principales autores
sustantivistas: G. Dalton (1976), K. Polanyi (1976), M. Sahlins (1976, 1977).
Para un tratamiento más extensivo de la controversia entre estos autores pueden
consultarse E. Leclair y A. Schneider (comps.) op. cit. 1968. R. Firth (comp.) op. cit. 1974 y M. Godelier (comp.)
op. cit. 1976.
[43] A.
V. Chayanov formó parte de la denominada Escuela para el análisis de la
organización y producción campesinas, que polemizaba con las propuestas de
Kautsky y Lenin en torno a la cuestión agraria rusa durante el período pre y
posrevolucionario. Su obra principal fue La
organización de la unidad económica campesina, publicada por primera vez en
Moscú en el año 1925.
[44]Los principales
autores de lo que se denominó Antropología Marxista son: M. Godelier (1976,
1979), C. Meillasoux (1964, 1975), E. Terray (1969), J. Kahn (1977), J.
Friedman (1977), P. Phillipe Rey (1980).
[45] Véase por ejemplo,
el análisis que hace Godelier en el texto “Modos de Producción, Estructuras
Demográficas y Relaciones de Parentesco” op. cit. 1978.
[46]Es que la noción de
articulación remite a un criterio de funcionalidad y/o de contradicción entre
totalidades sociales que si bien tuvo en su momento la intención de deconstruir
ciertas posiciones “dogmáticas” del materialismo histórico (promovidos por el
marxismo “oficial” stalinista), al partir de la concepción de que una formación
social es una combinación articulada de estructuras, terminó dando lugar una
construcción teleológica. En acuerdo en este caso con otros autores, “La teoría
general de los modos de producción” cuyo proyecto aparece en “Para leer el
capital” solo se puede constituir mediante la reproducción de estructuras
esenciales de la filosofía idealista de la historia” (Hindess y Hirst, 1979:
11). Para una lectura crítica sistemática de aquel proyecto del materialismo
histórico, remitirse a la obra de estos autores.
[47]Para un
análisis en particular sobre esta cuestión puede consultarse el trabajo de G.
Gordillo (1992).
[48]El insistir
críticamente sobre algunas formulaciones realizadas en el campo de los análisis
“marxistas” es ante todo para aclarar la forma específica que adquieren las
caracterizaciones sobre el problema que estamos abordando; ello no implica
dejar de reconocer el importantísimo aporte que tales aproximaciones han
realizado al respecto y menos aún desconocer la herencia que las posturas aquí
presentadas recibieron respecto al mismo. En particular con los análisis de
Antropología Económica que constituyen la impresionante obra de M. Godelier. Al
respecto, un importante viraje de aquellas posiciones se encuentra en su
compilación de trabajos denominada El análisis de los procesos de transición,
(op. cit.), perspectiva que hubiésemos deseado se profundice.
[49] Estos
datos fueron proporcionados mediante una comunicación personal por el
antropólogo canadiense Pierre Boucage en México (1984).
[50] Resulta mas apropiado, de acuerdo a lo
planteado el concepto de prácticas en el
sentido que le ha dado Bourdieu al mismo. Es decir, en términos de estrategias
implementadas por los agentes sociales (cuyas expresiones pueden ser
conscientes o no) en defensa de intereses ligados a la posición que ocupan en un
campo determinado. Noción ésta que está íntimamente ligada a la de “hábitus”,
es decir, la serie de disposiciones a actuar ligadas a la experiencia vivida de
“lo posible” y “lo no posible”, entre otras. Para un análisis en detalle de
este concepto puede consultarse principalmente su obra Le sens practique
Ed. Minuit, Paris, 1984; o bien la obra de este autor y L.J.D. Wacquant (1995).
[51] Esta posición respecto al
carácter contradictorio de la tecnología en el capitalismo es reconocible en
varios autores que se han dedicado al tema, entre otros Braverman, Gorz, C.
Scott. De este último autor, dedicado específicamente a la producción
azucarera, es importante rescatar algunos otros problemas o “paradojas”
vinculados a la introducción de ciertas tecnologías que se introducen con el
objetivo de incrementar y dar respuesta a necesidades de control de mano de
obra. En tal sentido, expone que la tecnología puede incrementar la
vulnerabilidad del proceso productivo al asignar el poder de interrumpir el
proceso de trabajo a un reducido número de trabajadores (C. Scott; 1984:104).
Puede decirse también que la
incorporación de tecnologías cada vez mas complejas supone trabajadores
capacitados para su control y manejo. En un plano extremo, por ejemplo, la
robotización absoluta (que constituyó la utopía de algunos sectores del capital
a nivel mundial en la década de 1980), ha mostrado sus limitaciones ya que el
ahorro de mano de obra que produce en los primeros momentos, al poco tiempo se
traduce en altos costos de mantenimiento y capacitación permanente de los
trabajadores encargados de hacer funcionar el sistema de producción.
[52]El concepto de subsunción indirecta del trabajo al capital lo hemos
tomado de los escritos de A. Bartra (1982) en sus análisis sobre el proceso de
transferencia de valor del trabajo y la producción de campesinos en México.
También Gutierrez Perez y Trápaga Delfín (1986) utilizan, con algunas particularidades,
dicho concepto. Para el caso que nos ocupa, es decir las economías domésticas
de los pobladores indígenas del Chaco centro-occidental, pueden consultarse los trabajos de G.
Gordillo (1992), H. Trinchero y D. Piccinini (1992).
[53] Es importante aclarar que
para Marx ambas expresiones del proceso de subsunción (formal y real) son
constitutivas del Modo de producción capitalista y que dichos conceptos
expresan tanto teórica como históricamente el proceso de expansión capitalista
analizado por él para dar cuenta, como se dijo, del movimiento tendencial de la
producción manufacturera a la gran industria. Sin embargo, de allí no deberían
extraerse conclusiones respecto a que este movimiento es un proceso lineal ni
que implica formas antagónicas de la dominación del trabajo sobre el capital.
De hecho, el propio Marx ha analizado la coexistencia de ambas formas de
subsunción en sus estudios sobre el desarrollo de capitalismo. Sin embargo, va
a ser muy concreto en señalar que la forma clásica, a la que alude mediante las
categorías de subsunción formal y real, ocurre en Inglaterra: “En la historia del proceso de escisión
hacen época desde el punto de vista histórico, los momentos en que se separa
súbita y violentamente a grandes masas humanas de sus medios de subsistencia y
reproducción y se las arroja, en calidad de proletarios totalmente libres, al mercado
de trabajo. La expropiación que despoja de la tierra al trabajador, constituye
el fundamento de todo el proceso. De ahí que debamos considerarla en primer
término. La historia de esa expropiación adopta diversas modalidades en
distintos países y recorre una sucesión diferente y en diversas épocas
históricas sus diferentes etapass. Sólo en Inglaterra, y es por eso que
tomamos el ejemplo de este país, dicha expropiación reviste su forma clásica”
( subrayado agregado) (K. Marx, 1980, Tomo I, vol 3: 895).
[54] Para un análisis en
particular de este proceso puede consultarse H. Hugo Trinchero
“Transformaciones de la economia doméstica indígena en el Chaco
centro-occidental”, op. cit.
[55] Una de las cuestiones
centrales que intenta mostrar Marx es que la dinámica específica de la
acumulación de capital que impone la misma compentencia en los mercados genera
sus propias limitaciones. Una de ellas y tal vez la mas importante en tanto
crítica al voluntarismo explicativo de las teorías económicas tomadas como
conjunto, es aquella que indica la contradicción entre la necesidad de
ampliación de la producción y la creación de valor. El modo de producción
capitalista incluye, según Marx, una tendencia al incremento absoluto de las
fuerzas productivas en forma independiente del valor y de la plusvalía a él
vinculada. en este sentido, pueden establecerse dos tendencias internas y
contrapuestas al desarrollo del capital: una que implica la tendencia, dada por
la competencia ilimitada entre capitales, hacia una expansión de los valores de
uso que deje de corresponder con los valores de cambio, por lo que la
producción debe cesar momentáneamente. Esta tendencia implicada en la “necesidad” ilimitada de desarrollo de las
fuerzas productivas producto de la competencia intercapitalista y los “fines” limitados de la valorización del
capital existente es la que configura la contradicción central de la
acumulación capitalista. (P. Mattick: 1977:88-9). Este conflicto específico de
la producción capitalista se expresa tecnológicamente en la relación entre
obsolecencia e innovación. Por lo general se nos presenta la innovación
tecnológica como algo innato a la producción capitalista, escondiéndose tras
esta mirada el hecho de que la obsolescencia también le es innata al mismo
tiempo. Dicho lo anterior de otra manera: tanto la innovación como la
obsolescencia son fenómenos configurados por el campo de límites y
posibilidades que impone el proceso de valorización. El capital debe innovar
permanentemente para competir al mismo tiempo que debe valorizar la tecnología
existente a riesgo, en ambos casos y simultáneamente, de sucumbir en la
competencia.
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