Capítulo 11
LA TESIS COMO FIN Y COMO PRINCIPIO
11.1. La exposición oral
Concluir una tesis o un trabajo de considerable longitud produce, por lo general una extraña sensación: después de la última etapa de actividad, que suele ser intensa, si no febril, sobreviene una especie de vacío, un verdadero anticlímax. Tras un prudente descanso será necesario prepararse para la tarea siguiente, la exposición oral o defensa de la tesis. Algo semejante ocurre con los llamados trabajos de ascenso y con las ponencias, aunque éstas no se defienden ante un jurado sino que se debaten ante una reunión de especialistas.
Preparar las disertaciones orales a las que acabamos de referirnos no es difícil, pues en definitiva sólo se trata de exponer claramente lo que ya se sabe. Si una persona ha realizado medianamente bien su trabajo de investigación ha de conocer, por fuerza, mucho sobre el tema que deberá exponer. Si además ha explorado sistemáticamente su área temática y ha tenido el cuidado de seleccionar una que sea bien concreta y específica (V. supra, 6.2), estará entonces en condiciones óptimas de sustentar su trabajo ante quienquiera lo examine. No obstante, convendrá que no tome esta actividad a la ligera, pues en la misma pueden presentarse algunas dificultades.
La preparación de la defensa o discusión de un trabajo científico debe concebirse en dos planos: por un lado, en cuanto a la disposición anímica conque habremos de encararla y, por otra parte, en relación a las técnicas expositivas que al respecto existen.
Es recomendable que, al enfrentar a un jurado, el tesista posea una actitud en la que confluyan tanto la seguridad en sí mismo como la modestia. Lo primero porque, como acabamos de decir, es razonable mostrar autoconfianza cuando se domina un tema, cuando es probable que el investigador conozca más de los aspectos particulares del mismo que cualquiera de los especialistas que lo examinan. Esto es algo normal, aceptado como legítimo, y por lo tanto esperado por el jurado, que de este modo se impresiona mal cuando una persona demuestra no valorar su propio esfuerzo. [Eco, Umberto, Op. Cit., punto V. 6, sobre el "orgullo científico".]
Pero esta actitud debe ser complementada por otra, que también surge de la propia naturaleza de la labor científica: la conciencia de las limitaciones de toda investigación, de sus posibles fallos. De allí, de asumir al pensamiento de la ciencia como falible, [V. al respecto Sabino, Los Caminos..., Op. Cit., pp. 48 a 50.] se desprende que el tesista debe estar abierto a toda crítica razonable, aceptando que su labor es simplemente un aporte más a la larga cadena de trabajos que van conformando el saber de nuestro tiempo y no algo que se defiende cerradamente, como si toda la verdad estuviera siempre de su parte. Si una persona puede combinar estas dos cualidades se situará en inmejorables condiciones para que su exposición sea escuchada con paciencia y con interés, con receptividad y con benevolencia.
Pero además de asumir una actitud positiva, como se comprenderá, es preciso que la exposición que se realice sea técnicamente buena. [V. Hochman y Montero, Op. Cit., pp. 81 a 84.] Para ello es necesario prepararla con anterioridad, pues es poco razonable pretender hacer una buena disertación de 30 ó 45 minutos de un modo totalmente improvisado. Los aspectos fundamentales a considerar son los siguientes: el lenguaje, la duración, el contenido, y las ayudas audiovisuales.
El lenguaje ha de ser, en lo posible, tan claro y preciso como el del propio trabajo escrito. Ello ayuda a comunicar mejor los contenidos y a evitar innecesarias discusiones que surgen de las ambigüedades semánticas de nuestro discurso. Debe procurarse también que las oraciones resulten bien construidas, que sean comprensibles, tratando de mantener la plasticidad y el carácter expresivo propios de la comunicación oral. Es por eso conveniente leer directamente algunas expresiones que resultan decisivas para la comprensión del texto, como definiciones, enunciados de hipótesis o de objetivos, conclusiones, etc.
Generalmente el expositor deberá ceñirse a ciertos límites precisos en cuanto al tiempo, pues las instituciones fijan casi siempre una duración máxima y/o mínima para su disertación. En seminarios y congresos, donde se presentan ponencias relativamente breves, el tiempo máximo concedido suele ser de 20 minutos, aunque a veces es de quince minutos o de media hora; para trabajos de ascenso y tesis suelen destinarse entre 30 minutos y una hora, con mayor o menor flexibilidad en el control del mismo según las costumbres imperantes y el ánimo del jurado.
Para que la exposición se acerque al óptimo en cuanto al tiempo asignado es conveniente que el tesista haga algunos ensayos al respecto, estimando previamente lo que demorará en cada punto de su plan de exposición. También es imprescindible que vaya controlando el tiempo que ha consumido a medida que va disertando. Con ello evitará extenderse demasiado al comienzo, lo que provoca desagradables apresuramientos finales o, al contrario, ser demasiado parco, con lo que no se aprovecha el tiempo del modo más eficiente. En caso de duda, sin embargo, es preferible más bien acercarse a cierto laconismo, pues es mejor desarrollar todo lo que se tiene que decir de un modo breve y conciso que caer en los excesos de hablar irresponsablemente o de girar de un modo tedioso alrededor de las mismas ideas.
Acabamos de aludir, en el párrafo anterior, al plan expositivo de la disertación. Es obvio que éste es el mejor recurso que tenemos para superar la improvisación, pues la elaboración de un esquema previo nos garantiza que nada importante habrá de quedar de lado cuando hablemos, remitiéndonos directamente a lo esencial. Tal esquema habrá de corresponderse, en sus líneas generales, con el de la propia tesis o trabajo de investigación que se presenta, para lograr así la cobertura de los contenidos principales que éste posee. Pero, como resultará imposible referirse a todo lo que en éste se ha dicho, y como se supone además que el jurado ha leído con antelación la obra, es conveniente hacer algunas modificaciones que destaquen mejor ciertos aspectos de la misma.
No nos es posible dar, a este respecto, normas demasiado precisas y concretas, puesto que el contenido de la exposición debe y puede variar de acuerdo a las características del trabajo que se expone. Como idea general, sin embargo, anotaremos que hay que destacar lo siguiente:
1) Los hallazgos básicos o ideas centrales del trabajo, que incluyen la verificación de las hipótesis, los conocimientos nuevos que se hayan alcanzado, los puntos sustantivos que se han podido esclarecer, comprender o confirmar. Sobre esto, naturalmente, ha de girar toda nuestra exposición, puesto que de este modo se puede demostrar que se han cumplido los objetivos de la indagación. Lo anterior no quiere decir que debamos abandonar el orden lógico que proporciona el esquema, sino que toda la disertación ha de subordinarse a la exposición de dichos aspectos fundamentales.
2) Los problemas de delimitación temática, elaboración teórica y metodología que, por ser quizás demasiado subjetivos, no se han desarrollado plenamente en el escrito. Nuestro criterio es que conviene no limitarse a repetir o sintetizar exclusivamente lo ya dicho en el trabajo, sino que resulta atractivo agregar a ello algo más, una moderada imagen de lo que han sido nuestras vivencias durante el proceso de investigación. Para que el lector nos entienda mejor diremos que se trata de expresar, un poco más ampliamente, aquel tipo de contenidos que usualmente se colocan en el prólogo y en la introducción (v. supra, 3.2.2 y 3.2.4). También pueden hacerse acotaciones o desarrollos a las conclusiones, de modo de proyectarlas un poco más en cuanto a las consecuencias generales que es posible derivar de ellas. De esta manera se le dan más elementos al jurado para que se sitúe frente a nuestro trabajo, interpretando mejor la lectura ya realizada a la luz de las consideraciones que exponemos.
3) Otro elemento que conviene tomar en cuenta en nuestra disertación es que se pueden prever a veces las objeciones que hará el jurado ante nuestra tesis, especialmente si conocemos sus posiciones y trayectoria intelectual. Es útil adelantarse a ellas prudentemente, para de esta manera dar a entender con claridad que conocemos nuestras limitaciones y que sustentamos sólidamente nuestros puntos de vista. No se trata de sorprender al jurado con nuevos argumentos ni de debatir con él, sino de demostrar que somos capaces tanto de la autocrítica sincera como de la afirmación de las ideas que hemos desarrollado.
Los recursos audiovisuales resultan de mucha utilidad cuando el trabajo que se presenta requiere, para su correcta comprensión, de fotografías, dibujos o cuadros estadísticos; también son útiles para exponer, de un modo sintético, elementos esenciales de la tesis, como sus objetivos, hipótesis o conclusiones generales. El expositor deberá preparar cuidadosamente los materiales a exhibir y los recursos necesarios para hacerlo. También deberá tener en cuenta el tiempo que de este modo puede restarse a la exposición, por lo que aconsejamos una estricta selección en cuanto a los elementos de juicio que se presenten ante el público: ellos no deben ser redundantes ni accesorios, sino estrictamente los fundamentales, pues la defensa de una tesis no es un show para la televisión sino sólo una disertación científica oral.
Ya hemos manifestado que hay que alejarse, en las exposiciones orales, de una peligrosa improvisación. Pero no es posible decir, por el contrario, hasta donde es apropiado llegar en el sentido opuesto. Hay quienes prefieren leer directamente alguna síntesis ya preparada a tales efectos, con lo que se controla perfectamente la exposición pero, lamentablemente, se genera alguna fatiga en el auditorio: al faltar cierta espontaneidad mínima la comunicación se hace menos flexible, demasiado árida y falta de matices expresivos. En el extremo contrario se sitúan aquéllos que sólo llevan ante el jurado un breve esquema, apenas una lista de los puntos básicos que habrán de tocar. Hay otros que prefieren un esquema más desarrollado o que combinan la lectura de breves frases que sintetizan los hallazgos del trabajo -y que normalmente se extraen de las conclusiones- con un esquema expositivo más o menos rígido. El tesista, en todo caso, deberá reflexionar y experimentar sobre este asunto, pues es preciso que encuentre el sistema que más se adapte a su estilo y su modo de ser, con lo que mejorará su capacidad de comunicación ante el público.
11.2. Resúmenes y revisiones posteriores
Quien haya realizado una tesis -y esto es válido, lógicamente, para cualquier otro trabajo de investigación- posee ya una especie de capital intelectual que lo habilita para proseguir dentro del campo de la indagación científica. No es que esto ocurra efectivamente así, pues la mayoría de los graduados se dedican luego al ejercicio de su profesión, donde sólo esporádicamente realizan investigaciones completas. Pero, se continúe o no investigando, el tesista puede considerarse ya en cierto modo como iniciado en el terreno del pensamiento científico; para eso, precisamente, se coloca como requisito de acceso a un grado académico la presentación de una tesis.
En principio nadie debiera considerar que, con la defensa de un trabajo, se cierra el ciclo que nos ha vinculado al mismo. Ese esfuerzo que hemos realizado, y que se ha enriquecido eventualmente con la crítica pública, puede ser el punto de partida para una especialización que nos lleve a una labor científica sistemática, abriéndonos posibilidades de un trabajo profesional o académico provechoso. Por ello recomendamos al tesista que, luego de un tiempo prudencial, retorne sobre su obra, para encontrar el modo de difundirla entre los miembros de la comunidad científica o profesional que puedan estar interesados en sus aportes.
Si se quiere continuar con la línea de trabajo ya iniciada es preciso proceder inteligentemente, dando a conocer lo realizado para que ello se proyecte ante un auditorio más vasto. Una primera medida en tal sentido es resumir la tesis, de modo tal que su contenido básico pueda ser más ampliamente difundido. Es conveniente hacer dos tipos de resúmenes diferentes: uno muy breve, de una o dos cuartillas -lo que en inglés se llama un abstract- que puede hacerse llegar a varias personas que tengan interés en la materia, y otro mayor, de unas veinte páginas aproximadamente, que por sus dimensiones pueda ser publicado en forma de folleto o en alguna revista científica.
No vamos a indicar aquí, en su detalle, cómo se efectúa la tarea de resumir una obra. [V., entre otros textos, a Hochman y Montero, Op. Cit.] Sólo queremos decir que ese es un trabajo al que hay que prestar bastante atención, puesto que todos experimentamos una cierta resistencia a aceptar que hay partes no esenciales en algo que hemos escrito, con lo cual la tarea de sintetizar nuestro pensamiento se torna mucho más difícil que la de hacer lo propio con un material ajeno. Por tal motivo es conveniente asesorarse con personas ya más experimentadas o con colegas que, simplemente, nos ayuden a presentar nuestra obra de un modo abreviado.
La importancia de estas síntesis radica en que, a través de ellas, podemos acceder a una comunicación más amplia: es fácil reproducir y discutir materiales breves mientras que una tesis, por sus dimensiones, sólo interesa realmente a pocos especialistas. Los resúmenes así efectuados son a veces solicitados por revistas científicas o de divulgación, por seminarios o congresos diversos, o pueden adaptarse para su presentación como ponencias. También resultan útiles -en particular si se trata de trabajos de ascenso- como material bibliográfico de apoyo a la labor docente o como base para las discusiones de equipos de investigación.
Sucede a veces que, por diversas razones, un trabajo importante permanece durante un tiempo como olvidado hasta para su propio autor. En ocasiones, sin embargo, recae nuevamente el interés sobre el mismo, ya sea porque se solicita su publicación, total o resumida, o porque el autor vuelve sobre éste par utilizarlo como punto de partida para otras reflexiones. Si se trata del primer caso conviene que el investigador dedique algún esfuerzo a la actualización de su escrito.
Es probable que, luego del tiempo transcurrido, hayan aparecido nuevas obras sobre el problema en cuestión, o que los datos sobre el tema se hayan acrecentado; es muy posible también que las propias ideas del investigador -especialmente en el caso de un tesista- hayan madurado con el tiempo, modificándose de un modo sustancial. Todo ello debe ser sopesado antes de proceder a cualquier forma de publicación, pues no es para nada recomendable difundir obras que hayan quedado superadas por la evolución de una disciplina. En todo caso, si las modificaciones que impone el paso del tiempo son muchas, lo aconsejable es dejar el trabajo original como está, corrigiendo otra vez sólo los aspectos de forma, e incluir en el mismo un apéndice, sitio apropiado para la necesaria actualización.