APENDICE 3

 

COMO HICE MI TESIS DOCTORAL

 

METODOLOGIA Y EXPERIENCIA DE INVESTIGACION

    No es usual, verdaderamente, que la metodología científica sea expuesta a través del recuento razonado de experiencias concretas de investigación, aunque éstas resultan, en definitiva, unas de sus principales fuentes. Ello presenta dos ventajas indudables: por un lado, permite obtener una visión de primera mano de los problemas reales que confronta de hecho todo investigador, lo cual es especialmente importante para compensar la conocida aridez de los escritos sobre la materia; por otra parte resulta de interés para enfatizar que el proceso lógico de la investigación -en el cual obviamente se centran tales textos- es algo bien diferente a la secuencia concreta de operaciones lógicas y prácticas que se encaran, en cada caso, durante el desarrollo de una indagación real.

    Planteado así en términos generales el interés de la tarea que ahora he de emprender, debo comenzar por situar al lector en cuanto a la investigación a la que haré referencia. Ella es la tesis que presenté para optar al título de Doctor en Ciencias Sociales en el Doctorado de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, UCV, en Septiembre de 1986. El nombre de la misma, "Gasto Público y Ocupación en Venezuela: Una Aproximación al Estudio de la Influencia del Estado sobre la Estructura Social", indica con bastante claridad, a mi juicio, los objetivos fundamentales que perseguía el trabajo.

HACIA LA DEFINICION DE UN TEMA

    La experiencia me indica que una de las tareas más complejas y plagadas de desafíos que enfrenta un tesista -y, de hecho, todo investigador- es la delimitación de un tema que resulte adecuado para el desarrollo de su trabajo. Por eso creo de interés relatar, con algún detalle, el proceso mediante el cual llegué a precisar el área temática y los objetivos de la investigación realizada.

    Comencé los estudios de doctorado con una preocupación de índole general por el problema de la tecnocracia, sector social que a mi entender emergía dentro de las sociedades actuales cuestionando, implícitamente, las elaboraciones teóricas existentes sobre las clases sociales, en especial aquellas provenientes del marxismo. Poseía un interés por encarar algún tipo de estudio que me permitiera apreciar cómo se desenvolvían algunos fenómenos ligados a esa problemática en la Venezuela contemporánea, ya que había explorado previamente el tema desde un punto de vista teórico algo más abstracto.(V. "La Tecnocracia como Clase", Trabajo de Ascenso, multigr., FACES, UCV. Caracas, 1981.)

    Los seminarios que cursé, en general, se encaminaban a lograr una mejor comprensión de los basamentos económicos de los fenómenos sociales; no obstante, ante la imposibilidad de fragmentar el análisis de ciertos temas, decidí "comenzar desde el principio", asumiendo la conveniencia de emprender estudios sistemáticos de economía. Gracias a la excelente docencia recibida pude alcanzar, en un tiempo relativamente corto, la meta deseada. También pude avanzar en cuanto a la comprensión de las características peculiares que tiene Venezuela como país petrolero, y en el examen de las consecuencias que, para la estructuración social, posee tal fenómeno. A comienzos de 1983 pude organizar, por primera vez, el conjunto de elementos dispersos que había ido acumulando, elaborando un primer papel de trabajo que denominé "Venezuela, Sociedad y Petróleo: Puntos de Partida para una Investigación". Poco después redacté otro material, convergente con el anterior, que era a la vez un tanto más concreto y más sintético, y al que le di el título "Estado y Estructura Social en Venezuela: una Propuesta de Investigación". Ambos eran textos relativamente breves (40 y 28 págs., respectivamente) aunque no poseían las características propias de los proyectos o anteproyectos de investigación. Eran en principio demasiado teóricos, demasiado difusos, y se concentraban más bien en el trazado de las perspectivas generales que podrían guiar mi investigación, desdeñando un tanto las precisiones conceptuales y metodológicas que resultan propias de los auténticos proyectos.

    El primero de tales documentos se preocupaba por delinear la estrecha relación existente entre ingresos petroleros, crecimiento del Estado y gasto público y, a partir de tales elementos, por atisbar sobre la forma en que la estructura social venezolana había sido afectada por el proceso de expansión del sector público. El segundo, después de ciertas consideraciones sobre las clases sociales y sobre la historia reciente de Venezuela, definía como objetivo principal el "análisis del papel del Estado ... en la generación de un vasto sector de asalariados, evaluando la importancia de los grupos así originados y sus repercusiones sobre la estructura social del país" (pág. 17). En ambos estaba ya en germen, en realidad casi ya completamente expresado, lo que habría de ser el núcleo de la futura tesis. No obstante, faltaba un trabajo de integración y de cierre de campo que me habría de requerir aún muchos esfuerzos. Hasta tanto éste no se realizara, aunque fuera en forma aproximada, no parecía tener mucho sentido emprender la redacción formal de un proyecto de investigación. Era preferible en cambio tratar de precisar mejor las ideas fundamentales y el carácter básico del trabajo que proseguir la tarea, ya en parte realizada, de definir el conjunto de variables y el método a desarrollar. Dado que no tenía prisa por terminar la tesis, y como la investigación no podía ser llevada a cabo durante mi año sabático -puesto que estaría en el exterior- decidí interrumpir toda actividad hasta mi regreso. Tal cosa resultaba lógica desde el punto de vista de mis intereses personales, pero significó sin duda un contratiempo para la marcha regular del trabajo.

    Al regresar a la investigación, un año y medio después, me encontré con mayores confusiones que al inicio. Había perdido el ritmo, la continuidad de un pensamiento que parecía hasta allí apuntar en un sentido definido. Tenía un conjunto de ideas que, en diversos planos, parecían poder integrarse plenamente, pero no hallaba la forma de darles una organización unitaria; poseía datos, especialmente informaciones macroeconómicas e históricas, pero ellos todavía no podían ser incorporados, en ese estado, a un discurso global.

    Ya había discutido con quien habría de ser mi tutor, Emeterio Gómez, los lineamientos generales del trabajo, encontrando interesantes coincidencias en cuanto a varios problemas que inevitablemente tendría que desarrollar en la tesis. En tales condiciones, y después de alguna inevitable pérdida de tiempo, tomé la resolución de elaborar un proyecto de investigación que definiera por fin los elementos centrales de la tesis. El primer borrador adolecía de un defecto que puso de relieve la crítica del Prof. Gómez, y que era -precisamente- la misma falla que siempre he notado en los trabajos de mis estudiantes: el tema resultaba excesivamente amplio, la investigación demasiado compleja, el problema central a trabajar estaba todavía poco definido. No constituyó una dificultad grave superar todo esto y establecer con algo más de precisión los lineamientos del proyecto. Se trataría, en definitiva, de analizar a fondo las relaciones entre el gasto público y las derivaciones sociales de éste, con especial énfasis en la estructura ocupacional. Así, aún reteniendo algunas ambigüedades, presenté formalmente mi proyecto a comienzos de 1985.

    De toda esta etapa inicial del trabajo me quedó la clara convicción de que todos los investigadores -incluyendo aún a los que, como yo, somos considerados como especialistas en metodología- necesitamos de un modo u otro alguna asesoría a este respecto, tan difícil es encarar convenientemente una investigación cuando uno está absorbido por la propia dinámica de sus ideas y por el deseo de realizar un trabajo de cierta envergadura. Reafirmé la convicción, ya poseída desde tiempo atrás, de que las etapas iniciales de una investigación son precisamente las que más dificultades plantean, lo cual tiene evidentes consecuencias pedagógicas que no es del caso desarrollar aquí.

LA BUSQUEDA DE DATOS

    La naturaleza global de las variables básicas a investigar hacía innecesario un trabajo de campo destinado a recoger datos primarios. Los datos sobre ingresos y gastos públicos, distribución presupuestaria de los egresos, empleo general y por categorías, empleo público, etc., estaban perfectamente disponibles, en realidad, a través de las informaciones que proporcionaban regularmente el Banco Central de Venezuela, la Oficina Central de Personal, la OCEI (Oficina Central de Estadística e Informática) y otras dependencias oficiales. Es cierto que las mismas no resultaban completamente confiables ni compatibles entre sí pero, en todo caso, eran lo único disponible y no podían ser sustituidas por ningún trabajo de campo que estuviese a mi alcance. Además, luego de una exploración preliminar de tales cifras y de la bibliografía existente al respecto en Venezuela, comprendí que los investigadores solemos quejarnos injustamente de la falta de una estadística confiable en el país. Encontré que la mayoría de la información existente, en realidad, no había sido procesada sistemáticamente todavía por nadie, especialmente en cuanto a muchas variables sociales que explora la OCEI en su Encuesta de Hogares. De allí que reafirmé mi convicción de que convenía sistematizar el tratamiento de las variables estudiadas por esas fuentes, sin sentirme obligado por el estrecho dogmatismo que identifica investigación con diseño de campo. A esto se agregaba el hecho de que ningún trabajo basado en muestras podría darme un panorama completo y general de las variables en estudio; para los fines de la investigación resultaban mucho más útiles los datos globales, aunque aproximados, que podía obtener de tales fuentes, que las informaciones más precisas pero de menor alcance que pudiera brindar un trabajo de campo.

    La forma en que procedí fue la siguiente: en primer lugar visité las bibliotecas recogiendo datos un tanto desordenadamente, buscando más bien dar estructura a mis cuadros estadísticos que llenarlos de un modo completo y riguroso. Luego procedí a estudiar dicha información a la luz de las ideas expresadas en el proyecto, a fin de detectar las lagunas existentes, tanto en cuanto a la carencia de datos en sí como en relación a la organización teórica de los mismos. Hecho esto me dirigí de nuevo a los organismos que había definido ya como principales fuentes de información, obtuve entrevistas con personas capaces de darme explicaciones pormenorizadas acerca de las mismas, e hice un relevamiento completo de los puntos que consideraba necesario desarrollar para elaborar mi tesis.

    A partir de ese momento, hacia mayo de 1985, comencé a redactar breves materiales cuyo objetivo era, simplemente, ir sistematizando la información obtenida. Lo hice porque estoy profundamente convencido de que no hay una ruptura -por lo menos en el plano psicológico- entre la tarea de análisis e interpretación de datos y la labor de redacción. Al contrario, pienso que es escribiendo, tratando de poner las ideas en orden, que esas mismas ideas pueden aflorar, hacerse conscientes y exhibir sus limitaciones y su auténtico valor. Hice así algunos borradores de tipo monográfico en los que, por ejemplo, analizaba exclusivamente la información del BCV sobre ingresos petroleros e ingresos totales, o la de la OCEI que estaba referida al crecimiento del empleo público. Discutí cada uno de estos materiales con el tutor quien, como es natural, se mostraba a veces ligeramente desconcertado. Me hacía las críticas o sugerencias que surgían de la lectura de cada escrito, pero me interrogaba sin pausas acerca de la forma en que tales elementos podrían luego integrarse en un discurso coherente, que ensamblara de un modo adecuado tantas cosas como yo iba produciendo. Esa preocupación, en una persona de tan sólida formación intelectual como Emeterio Gómez, expresaba la existencia de un problema real al que yo todavía no decidía hacerle frente: el de superar las ambigüedades del proyecto previo para pasar de una vez a configurar la estructura definitiva del trabajo.

    Mientras tanto proseguía con mis lecturas, destinadas a completar el desarrollo teórico de la investigación, y en las que ya había avanzado grandemente durante el curso de mis seminarios en el doctorado. En los trabajos que había presentado para aprobar cada uno de ellos, así como en los dos documentos comentados más arriba, estaban incorporados ya, de un modo inclusive bastante afinado, los diversos elementos teóricos e históricos que habrían de apuntalar el posterior análisis de datos. Por eso pude despreocuparme, hasta cierto punto, de la tarea de trazar un modelo teórico interpretativo, puesto que consideraba que ya poseía éste desde el mismo comienzo de la investigación. La práctica demostró, sin embargo, que las cosas no iban a resultar tan sencillas, y que la tan mentada interrelación entre lo teórico y lo empírico es algo que se plantea al investigador varias veces en el curso de una misma indagación, en ocasiones con claridad, pero también con frecuencia de un modo poco nítido y difícil de aprehender directamente.

    El lector podrá apreciar, en el relato precedente, qué flexible puede resultar en la práctica un proceso de investigación que nunca se atiene, en su desenvolvimiento concreto, a los llamados "pasos" que solemos formular los autores en los libros de texto. Esta discrepancia entre el proceso vivo de investigar y los modelos que elabora la metodología no tiene en verdad nada de sorprendente, puesto que el objetivo del metodólogo es crear puntos de referencia que permitan a los investigadores iniciar y controlar la marcha de sus trabajos, y no proponerles una normativa que los obligue a hacer las cosas de un modo o de otro. Aunque esto sea algo bien conocido y fácil de comprender lo mencionamos aquí, sin embargo, porque es frecuente que se olviden en la docencia y en las asesorías aspectos tan elementales del quehacer científico.

LA REDACCION DE LA TESIS

    Tuve que hacer un verdadero esfuerzo de voluntad para decidirme, luego de unas prudentes vacaciones, a emprender la tarea de elaborar mi primer borrador general. Soy una persona acostumbrada a escribir y, por lo tanto, no era la dificultad del laborioso proceso de poner las ideas sobre el papel lo que podía angustiarme. Era otra cosa lo que me detenía, la convicción de que, una vez que empezara, tendría que sujetar todo el ritmo de mi vida a esa tarea por espacio de algunos meses; y era también la responsabilidad de crear algo que fuera, si no único y trascendente, al menos compatible con el nivel deseable para una tesis doctoral.

    Por ello, después de pasar una semana puliendo un esquema expositivo que por fin me satisfizo, emprendí casi diría frenéticamente la tarea de poner en orden los dispersos borradores existentes. Siguiendo una sabia y conocida prescripción no comencé exactamente por el principio, por el prólogo o la introducción, sino directamente por el que habría de ser el segundo capítulo de la obra, el que presentaba los elementos teóricos básicos de la investigación. Para hacerlo recurrí a los manuscritos existentes, los trabajos presentados para los seminarios del doctorado, pudiendo rápidamente hacer una síntesis que me resultó aceptable. Del mismo modo, pero recurriendo además a las "fichas" (encomillo así la palabra porque mis fichas eran simples anotaciones, muy variadas en su forma, pero casi siempre alejadas del tradicional rectángulo de cartulina al que llamamos "ficha". En todo caso esta confesión no implica, ni aun indirectamente, una censura para el tradicional sistema de trabajo que tanto ha ayudado a mucha gente) extraídas de mis lecturas, redacté los que luego habrían de ser los dos capítulos siguientes, destinados a proporcionar un marco histórico adecuado a los datos empíricos.

    Durante tres meses logré mantener un alto ritmo de trabajo, dedicando a la tesis casi todo el tiempo libre que me dejaba la docencia, y escribiendo así los siguientes capítulos: el concerniente a los ingresos del Estado, el que se ocupaba del estudio de sus gastos, el referido a la ocupación y al empleo público en particular, y el que presentaba las relaciones entre las variables ocupacionales y la estructura social global. Hacia diciembre Emeterio Gómez tenía ya sobre su mesa siete capítulos, unas 300 páginas mecanografiadas, que leyó con un cuidado y una dedicación que todavía no puedo dejar de agradecerle. El resultado de ello fue una crítica que me resultó auténticamente sorprendente.

    El lector habrá apreciado que el tema de mi tesis era, en esencia, claramente interdisciplinario: evaluar la influencia del gasto público sobre la ocupación supone, inevitablemente, el dominio de problemas tanto económicos como sociales y en cierta forma también de naturaleza política. Siendo mi tutor un economista y yo un sociólogo podía pensarse en una relación en la que él ejerciera una crítica rigurosa sobre los temas de su especialidad, dejando en mis manos la interpretación de los fenómenos sociales concomitantes. Ello no fue así: luego de la lectura del manuscrito Emeterio Gómez objetó precisamente algunos elementos centrales del análisis social que yo efectuaba, especialmente en cuanto a la discrepancia entre el punto de partida teórico y el tipo de interpretación que luego, sobre los datos empíricos, se iba realizando. En su opinión no aparecía en el trabajo una conceptualización nítida sobre lo que es la estructura social, y el desarrollo teórico inicial sobre las clases sociales no era en verdad utilizado plenamente a la hora del examen de los datos. Es más, en esa misma exposición teórica se expresaban ciertas debilidades que eran producto de no llevar hasta el final las consecuencias que podían extraerse de las premisas de las que yo mismo partía. En sucesivas reuniones pude constatar que, no por inesperada, la crítica resultaba menos cierta. No había mayor dificultad en el minucioso análisis macroeconómico, cuyas debilidades yo temía; era otro el problema, que se situaba justamente allí donde creía conocer más a fondo los temas tratados.

    No puedo exponer en estas páginas, lamentablemente, la forma en que se presentaba concretamente el problema al que estoy aludiendo. Para hacerlo tendría que transcribir detalladamente un conjunto de proposiciones que ocuparían un espacio desproporcionado. El lector curioso, en todo caso, podrá remitirse a la lectura de la tesis, compulsando las afirmaciones que allí se hacen con las que -varios años antes- sostuve en el trabajo de ascenso ya mencionado. (V. "La Tecnocracia..." Op. Cit., caps. 2 y 4). En todo caso pude comprobar, analizando pacientemente el problema, que éste residía fundamentalmente en una especie de "trampa" que me había tendido a mí mismo. Al utilizar para la redacción del borrador materiales que había elaborado dos o tres años antes, había dejado de tener en cuenta que las ideas, especialmente en un tema tan sensible como el de las clases sociales, pueden evolucionar aceleradamente. Sin darme cuenta había entonces unido a una conceptualización en parte superada un análisis sobre datos concretos que no era completamente compatible con la misma. Esto producía una evidente discordancia en el conjunto, que era agravada además por la imprecisión latente en el proyecto de investigación previo, en el que no se hacía un total distingo entre la idea general de estructura social y el concepto -relacionado a éste pero evidentemente diferente- de estructura ocupacional. Es cierto que éste último podía operacionalizar en gran medida al primero, pero también resultará claro a cualquier persona con básicos conocimientos en ciencias sociales de que se trata de cosas diferentes.

    Comprendida así la dificultad crucial el próximo paso consistió en un autoexamen, en una tarea de introspección que se condensaba en definir qué era lo que yo, exactamente, pensaba acerca de los temas en discusión. Nunca estas cosas son fáciles. Leí y releí los materiales hasta que finalmente procedí del modo que en definitiva resultaba más simple: eché por la borda los viejos manuscritos y las proposiciones ambiguas y redacté nuevamente casi por completo el capítulo inicial del trabajo, el dedicado a las consideraciones teóricas. Allí asumía, con total sinceridad, mi distanciamiento con viejas concepciones que no era fácil abandonar, y sin renuencia aceptaba las derivaciones que mis premisas implicaban. Tal vez esto, así contado abstractamente, no deje traslucir la importancia de la operación intelectual que realicé en tal momento: fue como confirmar una ruptura que había ya aceptado desde hacía varios años, pero que costaba reconocer en todas sus consecuencias.

    Después de esta reformulación, realizada entre enero y febrero de ese año, proseguí con la necesaria tarea de adecuar los viejos borradores al nuevo enfoque que surgía del trabajo. Concentré mis esfuerzos, especialmente, en el capítulo ocho, aquél en que organizaba mis reflexiones sobre el empleo apuntando a las repercusiones de éste sobre la estructura social global. En frecuentes entrevistas con el tutor fui dando forma a lo que ya se convertía, poco a poco, en un simple esfuerzo de sistematización, armonizando los contenidos de las diversas partes, revisando una y otra vez los elementos componentes del trabajo para lograr que todos se subordinaran al hilo conductor trazado.

    Durante ese período descubrí que la misma extensión de la tesis hacía que mis esfuerzos tuvieran que multiplicarse exponencialmente: más allá de cierto número de páginas resultaba tan difícil mantener el "control" de todo lo que se decía que el trabajo, entonces, se hacía verdaderamente inmanejable. Había que evitar las repeticiones, que parecen florecer malignamente de un modo espontáneo; aclarar puntos que obligan a disgresiones largas, capaces de alterar el mismo esquema expositivo; revisar una y otra vez la continuidad de un discurso perpetuamente amenazado por incongruencias de todo tipo. En un texto de unas quinientas páginas estas tareas resultan por cierto ímprobas.

    Finalmente, una vez realizado todo este trabajo, pasé a la tediosa revisión final. Yo mismo me asombré, la primera tarde, cuando comprobé que había tardado casi tres horas para poner a punto la redacción y el aparato crítico de las primeras cuatro páginas de la tesis. Pero, en fin, hube de hacerlo. Siempre he sostenido que muchos autores dilapidan un esfuerzo de largos meses porque no se deciden a invertir unos pocos días en la revisión de los aspectos relativamente más formales de los textos que presentan. Los errores de redacción, las inexactitudes en la información numérica o en las citas y referencias, la falta de un esfuerzo por presentar un escrito bien ensamblado y armónico son fallas comunes, que podrían superarse con un trabajo que requiere de mucha paciencia pero que es, en definitiva, bastante rutinario. Por eso me dediqué al mismo con la seriedad que creo que amerita, elaborando además los diversos índices, gráficos y otros elementos formales que son indispensables para la mejor presentación de un texto.

 

    La experiencia, en definitiva, fue agotadora pero grata. Encontré receptividad no sólo en el tutor sino también en colegas, estudiantes y amigos, que regularmente se interesaron por la marcha de mi trabajo. No tuve la paciencia indispensable para recorrer los largos vericuetos por los que es preciso pasar para obtener ayuda institucional, pero en cambio encontré siempre una actitud de estímulo y de colaboración en las muchas personas a las que recurrí en mi búsqueda de datos.

    Si alguna virtud debiera destacar, ahora, como la más necesaria para llevar a feliz término estas cosas, no podría dejar de mencionar a la paciencia. El esfuerzo de voluntad sostenido, constante, resulta en verdad tan necesario como la lucidez teórica. No en vano decía Einstein que el descubrimiento científico requiere de un diez por ciento de inspiración y de un noventa por ciento de "transpiración".

Carlos A. Sabino

Noviembre de 1986

 

Volver a la página anterior