Capítulo 3
LA ESTRUCTURA DE LOS TRABAJOS CIENTIFICOS
3.1. Lógica interior y elementos componentes
Ya hemos manifestado (v. supra, 1.2) que es esencial, en toda exposición científica, mantener un orden interior, una lógica que permita desarrollar con la mayor claridad posible las materias tratadas. Ello se logra, decíamos, mediante una cuidadosa organización de los contenidos de modo tal que estos no aparezcan como colocados al azar sino al contrario, vinculados entre sí, estructurados en diversas partes componentes que poseen una secuencia fácilmente comprensible.
Cada trabajo, por lo tanto, debe ser bien meditado en cuanto a su estructura expositiva básica; ello significa que hay que realizar un esfuerzo para definir y disponer convenientemente las diferentes partes o secciones que lo componen teniendo en cuenta, como es natural, las características de los diversos contenidos a transmitir. Para lograr esto existen, más allá de las peculiaridades de cada caso, algunos modelos expositivos generales que es conveniente conocer para realizar con mayor facilidad la tarea mencionada. Estos modelos, sin embargo, son sólo moldes abstractos que cada autor debe usar simplemente como una estructura de referencia, como una especie de esqueleto o guía al que hay que dar vida con los contenidos a exponer.
Desde este punto de vista, de la armazón abstracta de un trabajo científico, conviene partir de la consideración de un esquema básico y sencillo, la conocida fórmula que se compone de tres elementos: introducción, desarrollo y conclusiones. Debiéramos hablar mejor de tres secciones básicas, ampliando un tanto el alcance de los términos que acabamos de mencionar: la primera, compuesta por todos aquellos aspectos que sirven para situar al lector respecto a las características, objetivos y circunstancias en las que se ha desarrollado la investigación que a continuación se va a exponer; la segunda, el llamado cuerpo del trabajo, donde se estructuran los contenidos sustantivos del mismo y, finalmente, una tercera parte donde se incluyen no sólo las conclusiones sino también un conjunto de informaciones necesarias para el mejor manejo y la más fácil comprensión de la obra en su conjunto. Antes de pasar a considerar con cierto detenimiento cada uno de los elementos que pueden aparecer en un trabajo científico conviene especificar un poco más la función de cada una de estas tres grandes secciones básicas.
Lo que llamamos sección inicial consta de los elementos o partes que podemos calificar como introductorios: portada, prólogo o prefacio, dedicatorias, notas de agradecimiento o reconocimiento, introducción y -eventualmente- el índice general de la obra. Todo ello tiene por objeto satisfacer la necesidad de ubicar con precisión al lector con respecto al material que se dispone a examinar, porque la lectura de una trabajo científico debe ser siempre acotada por los objetivos, preocupaciones y limitaciones que inevitablemente rodean al mismo.
Luego de ello puede pasarse al desarrollo de los contenidos sustantivos del trabajo, que de este modo quedarán perfectamente enmarcados y no presentados en el vacío. Esos contenidos, por otra parte, deben ser organizados internamente en un conjunto de secciones y subsecciones, para lograr su más sistemática exposición y su mejor comprensión. Tales divisiones internas deben seguir, naturalmente, una lógica que habrá de ser lo más rigurosa posible.
Elementos Introductorios |
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Cuerpo del Trabajo | Parte 1 |
Capítulo 1
Capítulo ... |
Sección
...
Sección ... | ||||||||||||
Parte ... |
Capítulo ...
Capítulo ... |
Sección
...
Sección ... | |||||||||||||
Parte ... |
Capítulo ...
Capítulo .. |
Sección
...
Sección ... | |||||||||||||
Elementos Finales |
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En la sección final, junto con las conclusiones y eventuales recomendaciones que coronan la obra, el autor deberá indicar claramente la bibliografía utilizada e incluir los índices que permiten manejarla con mayor facilidad, así como todo otro material suplementario que pueda resultar de interés para el lector: anexos documentales, gráficos o estadísticas, glosarios, apéndices, etc. En el esquema de la página 35 tratamos de mostrar, sumariamente, la forma en que todos estos elementos se integran en una secuencia única y coherente, lo que permite al lector una comprensión más completa del mensaje que se intenta transmitir.
3.2. Los elementos introductorios
3.2.1. Portada, Dedicatoria y Epígrafes
Los trabajos científicos, especialmente aquellos que son presentados ante instituciones académicas, son antecedidos siempre por una portada o primera plana -llamada a veces, también, carátula- donde se especifican el título, el nombre del autor y algunos otros datos similares: fecha, carácter de la obra (si es tesis, trabajo de ascenso, etc.), institución ante la cual se la presenta y demás referencias semejantes. La disposición de tales elementos está generalmente prescrita, ya sea mediante normas explícitas o de acuerdo a los usos institucionales. Es obvio que el autor habrá de consultar esas disposiciones y conocer tales costumbres, para no salirse de las recomendaciones existentes. Para ello lo más sencillo consiste en examinar algunos trabajos previos ya aceptados por la institución. Lo mismo puede decirse en cuanto a otros elementos formales que es preciso también tomar en cuenta: márgenes y espaciado, tamaño y tipo de papel, formas de impresión y encuadernación, etc.
Luego de este primer elemento formal el autor está en libertad de incluir una dedicatoria, en página aparte, o algún epígrafe que considere oportuno colocar. Por razones de elemental elegancia recomendamos ser parcos en las dedicatorias generales, pues ellas no pueden ni deben hacer referencia a todas las personas a quienes se desearía honrar o reconocer. Hemos visto con demasiada frecuencia trabajos en que el autor parece querer presentarnos en esas líneas a todos sus familiares y amigos, con lo cual se pierde el sentido de mensaje personal y específico que una dedicatoria entraña. No hay que perder de vista que los agradecimientos que debemos expresar tienen un lugar diferente, al que aludiremos enseguida. En cuanto a los epígrafes -que pueden ir al comienzo del trabajo y/o al principio de sus capítulos- ellos son breves sentencias, no necesariamente explícitas, que han ser consideradas como invocaciones que iluminan u orientan de algún modo al texto que les sigue. Tampoco es conveniente, desde luego, abusar de este recurso, que busca un cierto toque estético en trabajos que son usualmente bastante áridos y no una exposición detallada de ideas.
3.2.2. El Prólogo o Prefacio
Es normal que un trabajo, especialmente si posee una cierta magnitud, sea seguido por un prólogo o prefacio, también llamado preámbulo o proemio. Si se trata de una obra de menor extensión (una monografía o ponencia, por ejemplo) puede ésta iniciarse por medio de una nota introductoria, presentación o texto semejante. Un prólogo es una sección preliminar de una obra, desligada en cierto modo de las posteriores, pero que les sirve de antecedente o preparación; en ella el autor hace advertencias, aclaraciones o puntualizaciones que orientan la lectura [V. Casares, Julio, Diccionario Ideológico de la Lengua Española, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1973; ésta es una obra de consulta que consideramos verdaderamente indispensable.]. También suele ocurrir que el prólogo no sea obra del autor del texto principal sino de alguna otra persona de reconocidos méritos la cual -en este caso- se encarga de presentar al público el libro, avalando indirectamente con sus palabras al autor y a su trabajo. En otras ocasiones se escriben prólogos a la segunda o subsiguientes ediciones de un mismo texto, o a las traducciones a diferentes idiomas. En estas circunstancias no se trata ya de presentar de un modo general al libro, sino de hacer referencia a la acogida que el mismo ha tenido, a las críticas o elogios recibidos y a las eventuales modificaciones y revisiones realizadas por el autor. Tales comentarios pueden ser colocados también en otro tipo de sección, el post scriptum, de la cual hablaremos más adelante (v. infra, 4.2).
En todos los casos el prólogo ha de ser un escrito relativamente breve, sintético, que no intente resumir ni desarrollar los contenidos que le siguen en el cuerpo principal del trabajo. En sus páginas habrá lugar, en cambio, para otros propósitos: para expresar las motivaciones, inclusive subjetivas, que han motivado la realización de la obra; para hacer referencia a las condiciones en que la investigación se ha desarrollado; para aludir a comentarios, explicaciones o advertencias que, por su propia naturaleza, no podrían integrarse de un modo coherente en los siguientes capítulos.
En un prólogo es perfectamente legítimo, por lo tanto, transgredir las habituales normas de rigurosidad y objetividad que son propias de la redacción científica. Precisamente allí, fuera del discurso principal, es que pueden y deben hacerse aquellas acotaciones que sentimos necesidad de expresar pero que sabemos son subjetivas, personales, materia de opinión más que de conocimiento verificable. Los prólogos existen pues porque los autores -casi todos los autores- valoramos esta parte relativamente libre de nuestra exposición, donde encontramos un lugar específico para decir lo que de otro modo no podríamos insertar orgánicamente. Pero el prólogo, en sí, no debe ser tomado como una obligación: si no hay nada que decir que corresponda a las características de lo mencionado más arriba o si, sencillamente, no deseamos hacerlo, podemos prescindir sin mayor problema de esa sección introductoria. En tal caso el trabajo deberá comenzar directamente por la introducción, en la cual se podrá hacer su presentación general y mencionar los objetivos del mismo.
Para dar una idea más clara del tipo de ideas que suelen insertarse en un prólogo o prefacio anotaremos que, entre ellas, aparecen normalmente las siguientes:
Motivaciones que han llevado a realizar la investigación y/o a escribir la obra. | |
Relación entre esa y otras obras previas o proyectadas, propias o de otros autores. | |
Ideas generales sobre la temática, la disciplina o el tipo de estudio que se encara. | |
Consideraciones sobre los objetivos generales, posible utilidad, carácter o naturaleza del trabajo. | |
Aclaraciones y deslindes conceptuales que permitan situar con más precisión al libro que se prologa, especialmente en cuanto a las limitaciones y alcance que posee. |
Por supuesto, esta pequeña lista es sólo una sugerencia, una simple indicación que cada quien puede utilizar de un modo u otro. Al respecto, como con relación a otras muchas materias de las que hablaremos, siempre conviene consultar con trabajos ya realizados, con libros de autores a los que valoremos especialmente para analizar la forma en que ellos resuelven estos y otros problemas prácticos en sus obras. No debe olvidarse que sólo quien lee asiduamente podrá llegar a conocer y dominar los problemas inherentes a la redacción científica.
3.2.3. Los Agradecimientos
Luego del prólogo, o a veces como una sección final de éste, suelen insertarse generalmente los agradecimientos que deseamos expresar. Ellos son breves reconocimientos a personas o instituciones que, de diversas maneras, han ayudado a la elaboración del trabajo. Pueden incluirse entonces a los compañeros del equipo de trabajo, a profesores que han orientado al autor, a los asesores que hemos tenido y, de un modo especial, al tutor de la tesis. También es conveniente recordar en esas líneas a quienes han facilitado el trabajo de campo o bibliográfico, a las personas que han procesado el material, a bibliotecarios, mecanógrafas y ayudantes, lo mismo que a los familiares o amigos que han apoyado o estimulado la investigación. Las instituciones que han aportado fondos o facilidades especiales también deben ser mencionadas, por supuesto.
Es conveniente que, en cada caso, se especifiquen las razones de los reconocimientos que hacemos: ello permite concretar el mérito de cada uno, lo cual no es sólo justo sino también agradable para quien recibe el reconocimiento.
El problema más grave que confronta un autor al escribir esta sección de su trabajo es, naturalmente, el del olvido. Ello entraña un peligro, pues resulta a veces difícil borrar la mala impresión que puede causar una omisión, aunque sea involuntaria. Por ello recomendamos que el investigador vaya confeccionando una lista especial de quienes van colaborando con su trabajo de modo tal que, al finalizarlo, no tenga que ir reconstruyendo el conjunto de circunstancias en que el mismo se realizó.
3.2.4. La Introducción
La introducción es una parte fundamental en cualquier trabajo científico, pues es el elemento que nos permite iniciarlo de un modo organizado y gradual. Puede considerarse, en propiedad, como el capítulo inicial de la obra, y en tal sentido sus dimensiones son normalmente más largas que las de un prefacio, ya que abarca diferentes y a veces complejos temas.
En una introducción suelen apuntarse diversos contenidos generales que se hace necesario exponer para la mejor comprensión de lo que le sigue. Entre ellos, esquemáticamente, podemos mencionar los siguientes:
Antecedentes de la investigación que se ha realizado. | |
Punto de partida o enfoque con el que se abordan el problema. | |
Objetivos, generales y específicos, del trabajo realizado. | |
Conceptualizaciones básicas, importantes para situar mejor el subsiguiente desarrollo de ideas. | |
Problemas de método, especialmente aquellos que se refieren a las cuestiones básicas -generalmente epistemológicas- que influyen sobre la metodología y las técnicas que se han empleado. | |
Observaciones personales, informaciones sobre problemas particulares de esa investigación, etc. |
Debemos apuntar que, a pesar de que en una introducción es legítimo incluir aspectos relativamente subjetivos, lo normal es que éstos sean tratados preferentemente en un prólogo. Pero sucede a veces, como decíamos, que un trabajo no posee prólogo, o que éste es escrito por una persona diferente al autor, de modo que éste no tiene entonces el espacio necesario para exponer algunas consideraciones subjetivas que considere de importancia. En tal caso la introducción puede adquirir, sin mayores problemas, un carácter hasta cierto punto mixto, de modo que en sus páginas aparezcan todos los aspectos hasta aquí mencionados. Es importante que, cuando así sucede, el discurso haga explícitas las diferencias entre uno y otro nivel, entre lo que es introducción científica a un problema determinado y lo que se refiere a la aproximación subjetiva del autor.
La misma estructura general del texto hará que en la introducción deban aparecen determinados temas, tratados con mayor o menor extensión. Así, por ejemplo, si estamos frente a una investigación de campo en la cual los instrumentos metodológicos usados son de suma importancia, es normal que se redacte un capítulo especial dedicado al método; pero si no es éste el caso, y los métodos y técnicas del estudio son relativamente conocidos, normales dentro de ese campo de trabajo, puede incluirse entonces una exposición breve al respecto en la misma introducción. Lo mismo ocurre con ciertos aspectos teóricos o históricos: si no es necesario hacer una exposición detallada de los mismos, puesto que son ya conocidos o aceptados por la comunidad científica, conviene aligerar entonces la exposición principal tratando tales temas en la introducción; si no es así, y en cambio ameritan un examen detallado, de cierta extensión, se hará necesario dedicar algunos capítulos específicos para el mejor desarrollo de un marco teórico, un marco histórico, o la discusión conceptual que se considere necesaria.
3.3. El cuerpo del trabajo
Una vez desarrollados los elementos introductorios que acabamos de comentar el autor, naturalmente, comenzará la exposición de las ideas que desea transmitir. Estas tendrán que ordenarse entonces de acuerdo al esquema general que el investigador haya elaborado (v. infra, cap. 8), aunque dicho esquema tendrá que ir reajustándose varias veces, a medida en que se realicen las tareas de redacción y de revisión del texto.
El cuerpo general del trabajo, salvo en casos bastante excepcionales, como cuando se trata de informes muy breves, tendrá que subdividirse en varias secciones, de modo de facilitar una exposición coherente y la mejor comprensión del lector. Tales subdivisiones son, en orden de mayor a menor, las siguientes: partes, capítulos, puntos (o secciones), sub-puntos y parágrafos.
Las partes son subdivisiones mayores de una obra, que incluyen generalmente varios capítulos, y que poseen una unidad general de contenido. Así, podríamos dedicar una parte de una tesis al diagnóstico de una situación y la segunda parte a la elaboración de un plan o modelo operativo para la superación de los problemas detectados; o, en otro caso, puede dedicarse una primera parte a tratar los aspectos históricos de un tema, una segunda parte al análisis de varios casos concretos conocidos y una parte final para definir las perspectivas probables de evolución de los fenómenos analizados. En todo caso conviene recordar siempre que la definición de partes generales tendrá que corresponderse con aspectos tanto de forma como de contenido: formalmente serán necesarias para integrar en partes mayores un texto relativamente largo, que de otro modo podría perder su unidad, dispersándose en una gran cantidad de capítulos individuales; en cuanto al fondo, las partes de un trabajo deberán reflejar una división orgánica, basada en una unidad de contenido, ya sea teórico o metodológico.
El capítulo, en cambio, puede considerarse como la unidad "natural" según la cual deben organizarse los contenidos de un trabajo científico. Ellos pueden ser muchos o pocos, según la longitud total del escrito, las subdivisiones interiores y las preferencias del autor, y pueden variar también grandemente en cuanto a su extensión pero, en todo caso, habrán de poseer una característica que nos parece indispensable: la unidad de estilo y de contenido. También desde el punto de vista del lector, sin duda muy importante, cada capítulo debe considerarse como una unidad. Idealmente un capítulo podría ser aquella parte de un trabajo que el lector leyese sin interrupción, asimilándolo "de una sola vez", gracias precisamente a esa unidad de estilo y tema que mencionábamos.
Creemos que es un error, o por lo menos un posible inconveniente, la difundida costumbre de elaborar capítulos muy largos, donde el autor pareciera querer agotar todo un tema en una sola unidad. Consideramos esto poco apropiado porque así se pierde la necesaria integración de la que hablábamos y el texto, además, resulta difícil de manipular por el lector, quien pierde la percepción del hilo conductor de la obra. En todo caso no es posible establecer sobre esto reglas muy rígidas, puesto que debe ser el material mismo, por su estructura, quien nos vaya indicando de algún modo cómo se habrá de dividir.
Es sumamente conveniente que cada capítulo de una obra sea organizado a su vez en secciones o puntos, partes menores, de poca extensión, que se remitan a contenidos específicos. Estas también pueden ser organizadas internamente, de acuerdo a las necesidades del desarrollo del trabajo, de modo tal que el lector pueda seguir con facilidad el desenvolvimiento del mismo, el orden interior de ideas que lo atraviesa.
El lector podrá comprobar, en este mismo libro, cómo operan las subdivisiones de las que hablamos. En primer lugar verá que hemos diseñado dos grandes partes, de contenido bien distinto: la primera de ellas, "Los Trabajos Científicos", tiene por objeto una descripción razonada de los mismos, para que el lector se familiarice con sus objetivos, características, tipología y estructura. Es básicamente informativa y cada capítulo de los cuatro que la componen se dedica a cubrir algunos de esos temas. Así el capítulo 3, el presente, se ocupa de la estructura de los trabajos científicos, y está integrado por cuatro secciones: la primera presenta el problema en términos generales y las otras tres, sucesivamente, versan sobre elementos particulares de tal estructura, de acuerdo a una organización que se explica en la sección inicial del capítulo (3.1). Algunas de estas secciones presentan, a su vez, divisiones menores: la segunda y la cuarta (3.2 y 3.4) están -cada una de ellas- divididas en cuatro partes o subsecciones, que tratan temas bien específicos y que todavía (v. 3.2.1, por ejemplo) admiten separaciones en parágrafos particulares, como el que inicia esa sección y que se ocupa, concretamente, de la portada de un escrito.
La segunda parte de este libro, por el contrario, es más operativa que informativa, pues pretende convertirse en una guía práctica que ayude a quien ya esté enfrentado a la tarea de escribir. Nótese entonces que el contenido difiere por la intención, lo que justifica esta división básica en dos partes principales, pues en la segunda lo que priva es el afán de apoyar una tarea concreta en ejecución y no proporcionar información de tipo general, de suyo más abstracta.
Para la organización formal de todos estos elementos se ha adoptado un sistema de numeración de tipo decimal (v. infra, 4.2), que resulta adecuado por su sencillez y porque da fácilmente una visión de conjunto de la estructura de la obra.
Es muy frecuente encontrar, especialmente en las tesis y en los informes de investigaciones de campo, que el cuerpo del trabajo se divida en secciones fijas, de contenido previamente definido; así lo exigen a veces ciertas instituciones o tutores para homogeneizar la producción intelectual de los graduandos o investigadores.
Entre las secciones o capítulos fijos que más usualmente se establecen están los siguientes:
Marco teórico (en ocasiones, también, un "marco histórico"). | |
Metodología. | |
Análisis de datos. |
Ellas suelen ir, en este mismo orden, después de la introducción y antes de las conclusiones.
Debemos advertir al lector, antes de tratar de cada una, que nada hay que nos obligue a proceder de una manera tan rígida. Será fácil constatar, de todas maneras, que muchos y muy buenos trabajos científicos escapan por completo a tal organización interior. Lo que sucede es que, disponiendo las cosas de esta manera, pueden agruparse mejor muchos de los contenidos básicos de un informe de investigación, lo cual facilita el trabajo de redacción. Ello puede resultar especialmente útil a personas poco experimentadas, no acostumbradas a elaborar esquemas expositivos; es de interés también cuando hay que proceder de un modo repetitivo, como en el caso de las empresas que hacen investigaciones de mercado y sondeos de opinión, o de los organismos oficiales que presentan informes regulares sobre ciertos temas.
Un marco teórico, llamado a veces también marco conceptual, es un conjunto de ideas -generalmente ya conocidas en una disciplina- que permite organizar los datos de la realidad para lograr que de ellos puedan desprenderse nuevos conocimientos. [V. al respecto Sabino, El Proceso... , Op. Cit., pp. 65 a 68, o cualquier otro texto sobre metodología científica.] De allí que tales consideraciones teóricas deben colocarse, en todo caso, en las secciones iniciales de un trabajo, pues resultan indispensables puntos de partida para los subsiguientes análisis. Un marco histórico, de la misma manera, es una revisión de hechos pasados que permite ubicar temporalmente los análisis que se efectúan. Por ello puede preceder al marco teórico o seguirlo -según las circunstancias- pero resulta lógico que se lo coloque antes del examen de los datos en sí.
No es necesario, como decíamos, que estos dos elementos aparezcan necesariamente en un trabajo, y menos aún que lo hagan bajo tales expresos títulos. Si los conocimientos teóricos básicos para encuadrar la investigación son pocos, o si son suficientemente conocidos, podrán ir directamente en la introducción o en la primera sección del capítulo inicial. Si el tema no requiere o no se enriquece con un recuento histórico podrá prescindirse totalmente del mismo, o hacerse una breve exposición de ello en la misma forma que acabamos de indicar.
La metodología, por otra parte, podrá constituirse en un capítulo especial sólo en los casos en que ello se justifique: en investigaciones de campo o de laboratorio, o cuando posea singularidades que obliguen a una exposición razonada y explícita de sus características. De otro modo convendrá referirse a ella, esquemáticamente, en la introducción. En otras ocasiones es mejor ir haciendo referencia a los problemas metodológicos a medida que ellos van apareciendo, es decir, a lo largo de los diferentes capítulos o secciones de la obra. Ello conviene especialmente cuando se trata de cuestiones técnicas, operativas o instrumentales, y no de aspectos de tipo epistemológico.
En el capítulo sobre metodología es usual hacer mención al diseño concreto que se ha elaborado y a la justificación del mismo; a las técnicas de recolección de datos empleadas, a los instrumentos utilizados y a las formas en que se ha procedido -eventualmente- a efectuar mediciones, seleccionar una muestra o realizar un tratamiento estadístico de la información obtenida. También han de aparecer allí consideraciones generales sobre el tipo de enfoque que guía al autor así como otros elementos más concretos que tienen relación con la actividad desplegada para la obtención de los datos.
El Análisis de Datos tampoco tiene por qué ser una sección específica, especialmente separada de las demás. Estos en cambio pueden presentarse y estudiarse de un modo gradual, en sucesivos capítulos que tengan -cada uno- una cierta unidad temática. En todo caso lo importante es analizar en el trabajo toda la información relevante obtenida, ya sea ésta numérica o verbal, procedente de un trabajo bibliográfico o de campo. Tal tarea puede ocupar uno o más capítulos, de acuerdo al volumen de datos existente, y en el desarrollo de la misma es perfectamente aceptable también que se hagan consideraciones de tipo teórico, que permiten entender los datos y dar razón de los análisis que se hacen y de las conclusiones que se extraen.
Si pensamos con suficiente amplitud se comprenderá que no es posible pretender que todos los trabajos científicos puedan adaptarse a un mismo modelo general, a un único molde. Eso significaría otorgar a la metodología un papel que no posee, el de canon o normativa, y convertirla en un estrecho sendero que niega la pluralidad del quehacer científico. De allí la constante preocupación que manifestamos, en estas líneas, por evitar que nuestras palabras se asuman de un modo dogmático.
3.4. Los elementos finales
Luego de haber desarrollado las ideas que constituyen el cuerpo expositivo básico del trabajo cabe al autor, para concluir su obra, dar un adecuado remate a la misma. Para ello habrá de redactar las conclusiones de todo lo expuesto, las eventuales recomendaciones que pudieran hacerse y agregar otros elementos, que ahora veremos, y que resultan generalmente indispensables para la mejor comprensión del trabajo.
3.4.1. Las Conclusiones y Recomendaciones
Las conclusiones de un trabajo son una sección o capítulo final, de reducidas dimensiones, donde el autor trata de sintetizar todo lo hasta allí expuesto de modo tal que resulten destacados los aspectos más importantes del desarrollo anterior. Tienen por objeto permitir una apreciación global de los resultados del trabajo. Por lo tanto ellas son corolario de lo ya dicho y no ocasión para introducir elementos nuevos, por lo menos en cuanto a la temática a considerar. Por esta razón, porque resumen de algún modo lo previamente expuesto, son consideradas como una parte relativamente independiente del cuerpo principal. Es verdad que en unas conclusiones pueden aparecer ideas "nuevas", pero la novedad de las mismas sólo habrá de ser la que puede desprenderse de la síntesis, no la que surge de la consideración de elementos de juicio que no se habían presentado antes.
Pero, a pesar de lo anterior, existe un cierto elemento de libertad en las conclusiones que muchos autores utilizan en casi todos sus trabajos. Ello se refiere a la posibilidad de incluir allí apreciaciones que, aunque sintéticas y generales, pueden ser también de tipo personal, hasta cierto punto evaluativas o apreciativas. También ese es el lugar apropiado para expresar algunas limitaciones que el mismo autor aprecie en su trabajo y para proponer, como muchas veces se hace, nuevas líneas o problemas de investigación que se desprenden de lo ya tratado.
Es conveniente aclarar que, aunque importantes y sumamente útiles, las conclusiones no son estrictamente obligatorias. Hay quienes prefieren omitirlas por considerar que el lector puede sacarlas por sí mismo, sólo conque lea atentamente lo ya escrito. Otros, por el contrario, prefieren cerrar cada capítulo con algún párrafo en que se sintetice lo allí expuesto y de esa manera obvian la necesidad de incluir unas conclusiones separadas al final.
Las recomendaciones, en cambio, son de una naturaleza bastante diferente, pues ellas suponen que es posible extraer líneas prácticas de conducta sobre la base del desarrollo analítico que se haya hecho previamente. Para poder establecerlas es preciso que los conocimientos obtenidos en la investigación sean examinados a la luz de ciertas metas o valores que posee el autor y que son, necesariamente, subjetivos. Son por lo tanto siempre relativas al punto de vista adoptado y a los fines que se persiguen en relación al problema tratado. Teniendo en cuenta lo anterior resultan muy importantes en el caso de investigaciones aplicadas, pues en ellas los conocimientos obtenidos se encaminan a la solución de problemas prácticos que a los cuales responde el autor. Sin algún tipo de recomendación, entonces, la indagación resultaría de algún modo incompleta, pues no estaría en condiciones de satisfacer las preocupaciones iniciales de las que ha surgido. [V. ídem, cap. 4.]
Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que las recomendaciones no pueden hacerse totalmente en abstracto; si se entiende que las mismas implican una acción, o un posible curso de acción, se comprenderá que deben ser elaboradas teniendo en cuenta a quién van dirigidas, quiénes son las personas, empresas o instituciones que pueden estar interesadas en conocerlas y eventualmente en aplicarlas. Su redacción, sentido y grado de precisión habrán de tener en cuenta entonces tal cosa, para que no resulten inútilmente vacías. Conviene apuntar, en tal sentido, que es del todo injusta la crítica que se hace a veces a muchos trabajos cuando se dice, por ejemplo, que "no proponen nada concreto, se limitan a analizar los hechos sin derivar posibles soluciones". En general los críticos que así se expresan pierden por completo de vista que no es obligación de un científico el cambiar el mundo, ni aún para mejorarlo, y que la tarea de plantear soluciones prácticas a los problemas reales escapa a los límites propios de la indagación científica. Esta se encamina a resolver problemas cognoscitivos, no de acción, aunque de los primeros puedan extraerse lógicamente interesantes corolarios que ayudan a resolver los segundos.
3.4.2. Los Apéndices
Los apéndices, llamados a veces también anexos, son secciones relativamente independientes de una obra que ayudan a su mejor comprensión y que permiten conocer más a fondo aspectos específicos que -por su longitud o su naturaleza- no conviene tratar dentro del cuerpo principal. Son elementos accesorios que pueden interesar tal vez a algunos lectores, o que conviene incluir para dar una información más completa sobre los temas tratados pero que, en definitiva, resultan de algún modo prescindibles. Esto último no implica que deban ser desdeñados como agregados sin importancia; por el contrario ellos son, muchas veces, un elemento enriquecedor del discurso principal que hace que éste cobre mayor relieve, sea comprendido más a fondo o pueda ser objeto de subsiguientes investigaciones. Se colocan luego de las conclusiones y recomendaciones pero antes de la bibliografía.
Son muy variados los materiales que en un informe de investigación pueden incluirse como apéndices. La decisión en tal sentido queda por completo en manos de quien lo redacta, pues él será quien conozca con más exactitud los elementos que puedan apoyar mejor su exposición. Sólo a título ilustrativo mencionaremos seguidamente algunos contenidos que es frecuente encontrar dentro de una sección de apéndices. Ellos son:
Documentos completos que se han citado fragmentariamente durante el desarrollo del trabajo, pero que es prudente colocar para permitir que el lector aprecie el contexto dentro del cual se han extraído las citas o referencias. Esto sucede especialmente con textos históricos, leyes, artículos breves, etc. | |
Listas, alfabéticamente ordenadas, de abreviaturas o siglas que aparecen en el texto. | |
Datos concretos sobre instrumentos de investigación utilizados. Estos pueden ser especificaciones técnicas sobre aparatos o útiles de laboratorio, materiales empleados, etc. Del mismo modo es necesario incluir los instrumentos o pautas que se han utilizado para recoger observaciones sistemáticas, los cuestionarios empleados en cuando se realiza investigación social de campo, las pautas de entrevistas y otras herramientas similares usuales en la investigación social. | |
Dibujos, diagramas, fotos o cualquier otro material gráfico que no resulta conveniente incluir en el texto principal porque podría dificultar su lectura continua. Es preciso en tal caso hacer una selección muy cuidadosa, para no caer en la incongruencia de presentar recién en los apéndices el material que precisamente podría resultar más interesante o útil. | |
Lo mismo sucede con los gráficos, tablas y cuadros estadísticos. Cuando hay una gran cantidad de ellos se recomienda sólo presentar en el cuerpo del trabajo aquellos que resulten necesarios para la comprensión de lo tratado, dejando para los apéndices el material que no se examina a fondo, que tiene poco interés general o que es solamente complementario. Nunca, sin embargo, hay que dejar fuera del texto principal los cuadros que en éste se analizan, pues ello obliga al lector a un tedioso esfuerzo de pasar páginas hacia atrás y hacia adelante que en nada puede favorecer la mejor comprensión de lo que se expone en la obra. | |
También suelen incluirse en los apéndices los cálculos efectuados para determinar el error muestral, así como otras operaciones semejantes que permiten al lector acucioso verificar la exactitud de los análisis y de las mediciones. | |
En general, toda clase de precisiones sobre la metodología: calidad de las fuentes, aclaraciones sobre trabajos de campo, explicación de las técnicas de medición, etc., que por su longitud pudieran perturbar la lectura del texto principal. | |
Glosarios, definiciones de conceptos y notas biográficas organizadas. | |
Cronologías y otras diversas tablas que permiten situar mejor la exposición precedente. |
En fin, como podrá apreciarse, la lista de posibles materiales es extensa y variada. Cabe al autor organizar los mismos y numerarlos (o identificarlos con letras) para poder hacer las correspondientes referencias a ellos durante la exposición principal.
3.4.3. La Bibliografía
Por bibliografía entendemos una lista completa de las fuentes escritas que han servido para elaborar un trabajo. Esta definición, tan amplia, engloba por lo tanto no sólo los textos citados en la obra sino también aquellos que han servido como referencia, como lecturas básicas o complementarias y como documentación general relativa al tema. Se incluyen tanto libros como artículos científicos, publicaciones periódicas, ponencias, artículos de prensa y, en definitiva, cualquier publicación utilizada. Las mismas se presentan ordenadas alfabéticamente de acuerdo a los nombres de sus autores, según normas generalmente aceptadas sobre la materia. [V. Hochman y Montero, Op. Cit., y Bavaresco de Prieto, Aura, Las Técnicas de la Investigación, Southwestern Pub., Cincinnati, 1979.] La lista de entrevistas realizadas, sin embargo, no debe incluirse en la bibliografía: ella puede aparecer como un apéndice pero no en esta sección, que se destina exclusivamente al recuento de las fuentes de tipo secundario que se han empleado.
Una bibliografía tiene por objeto permitir que el lector reconstruya, de algún modo, el trabajo realizado, dándole la posibilidad de corroborar las fuentes empleadas, de profundizar sobre el tema y de ampliar sus conocimientos al respecto. Otorga seriedad al esfuerzo efectuado porque lo hace transparente a la crítica y porque además hace explícita su relación con respecto a la tradición intelectual ya existente. Por eso es necesario elaborarla con cuidado, no omitiendo ninguna obra utilizada -por más parcialmente que esto se haya hecho- pero sin caer tampoco en la tentación de abultar la lista mediante el recurso de colocar en ella títulos que se conocen apenas de nombre. Salvo el trabajos muy breves, en ensayos libres o en artículos de prensa, así como en informes técnicos concretos y muy específicos, en los demás casos la bibliografía resulta siempre indispensable. Debe ubicarse luego de los eventuales apéndices y antes del índice general o de los diversos índices que se elaboren.
Cuando la bibliografía es muy amplia o muy variada en sus características conviene subdividirla en listas parciales. Puede así haber una bibliografía general y otras específicas a cada parte de la obra, o una bibliografía por temas, por tipo de material consultado (libros, artículos, periódicos, etc.) o por capítulos. No recomendamos mucho esta última alternativa porque en tal caso los textos mencionados tienden inevitablemente a repetirse, con lo que se produce una sensación de dispersión poco conveniente que puede llevar al lector a perder la perspectiva sobre las fuentes empleadas. En casos muy especiales la bibliografía puede ordenarse mediante una secuencia cronológica y no alfabética.
3.4.4. Los Indices
Un índice general o tabla de contenidos, es una enumeración de los títulos y subtítulos que aparecen en un trabajo a cada uno de los cuales le sigue el número de página en que el mismo se halla. Su objetivo consiste en proporcionar al lector un modo rápido de enterarse de la estructura básica del trabajo, lo cual se logra si cada título refleja adecuadamente el contenido de la sección que encabeza. Esto, que parece tan elemental, requiere sin embargo de un esfuerzo de síntesis por parte del autor, pues hay que lograr que en muy pocas palabras se identifique la materia tratada en cada caso. El índice general de un trabajo es uno de los primeros elementos que el lector experimentado busca en un libro, por lo que es preciso que sea lo suficientemente detallado como para dar a conocer los lineamientos básicos de su contenido, pero no tanto como para que éste no pueda percibirse de una rápida ojeada. La clara diagramación también resulta muy importante para lograr esto último, pues permite jerarquizar adecuadamente las diferentes divisiones del trabajo.
Precisamente para permitir un más rápido acceso al índice general éste suele ser la última parte de un texto, aunque hay autores (o editores) que tienen por costumbre colocarlo al comienzo, después del prólogo. Cuando un trabajo posee una longitud que obliga a dividirlo en varios tomos conviene, por razones prácticas, que en cada uno de ellos aparezca el índice de las materias tratadas; puede colocarse un índice general completo al principio del primer tomo y/o al final del último.
Desde el punto de vista del investigador el índice es una resultante del esquema expositivo que éste ha empleado para ir escribiendo su trabajo. Representa la concreción de la lógica interior que lo estructura y refleja, por lo tanto, también la lógica inherente al proceso de investigación. Podríamos decir que, a medida en que se van desarrollando los diversos puntos de un esquema expositivo y se van redactando los materiales correspondientes, dicho esquema va transformándose en el índice definitivo de la obra (v. infra, cap. 9).
Existen otros tipos de índices, más específicos, que se han ideado para facilitar el manejo de los textos, especialmente en el caso de trabajos de medianas o grandes dimensiones. Uno de ellos es el conocido índice de nombres, llamado también índice onomástico. En dichas listas figuran, ordenados alfabéticamente, los nombres propios personales o geográficos que aparecen en el texto; a cada uno de ellos les siguen los números de las páginas en que se los ha mencionado. Este tipo de ordenamiento sirve para que puedan encontrarse con facilidad las referencias que se hacen a tales personas, lugares o instituciones, de modo de acceder a la información que requieren especialistas o lectores particularmente interesados en aspectos concretos.
Los índices de materias o de contenido presentan, por su parte, un listado de conceptos o ideas ordenados de la misma forma que acabamos de mencionar. Ellos son sumamente útiles para quien vaya a utilizar un trabajo como punto de apoyo para sus investigaciones, pues permiten encontrar en un texto -a veces largo- el conjunto de referencias que se hacen a un determinado tema o punto específico. Tales índices no son, en realidad, fáciles de construir: requieren de una lectura minuciosa para incorporar todas las menciones que se encuentren y para no omitir los casos en que ciertos conceptos son tratados pero no nombrados directamente en una página. Muchas veces los autores prefieren elaborar un índice que incorpore simultáneamente la lista de materias y la de nombres propios, lo cual puede resultar bastante conveniente en trabajos no excesivamente voluminosos. Los programas actuales de computación han reducido enormemente las dificultades asociadas con la elaboración de este tipo de índices.
Cuando en una obra aparecen muchos cuadros estadísticos, tablas, gráficos, mapas, diagramas o ilustraciones, es aconsejable también elaborar índices específicos para cada tipo particular de material. Los mismos no se ordenarán alfabéticamente sino por la secuencia del número de páginas, tal como en el caso de un índice general.
Todos los índices que acabamos de mencionar deben colocarse después de la bibliografía y antes del índice general, salvo que éste sólo se incluya al comienzo de la obra. En tal caso con ellos habrá de cerrarse el trabajo.