Capítulo 4
PRESENTACION Y APARATO CRITICO
Hemos pasado revista, en el capítulo anterior, a los elementos que componen usualmente un trabajo científico. Pero, para quien tenga que encarar concretamente la elaboración de obras de este tipo, es preciso conocer también otros aspectos, de bastante importancia para su correcta presentación formal. A ellos les dedicaremos seguidamente nuestra atención antes de pasar a la segunda parte de la obra, que trata del proceso práctico de elaboración de tesis e informes científicos en general.
4.1. El aparato crítico
Llámase aparato crítico al conjunto de citas, referencias y notas aclaratorias que es preciso incluir en un trabajo para dar cuenta de los aportes bibliográficos sobre los que el mismo se apoya. Sabido es que el pensamiento científico se desarrolla mediante una labor continuada, en la que los nuevos conocimientos tienen como punto de partida el saber ya acumulado en una disciplina. En tal sentido puede considerarse a todo autor como un continuador de quienes le han precedido, aunque sea simplemente porque ellos hayan afirmado proposiciones erróneas que sirven como punto de partida para ejercer la crítica con la que se va construyendo un nuevo saber. Ningún investigador serio se lanza a buscar nuevos conocimientos sobre los hechos sin tener una sólida información respecto a la labor ya realizada en su campo de trabajo (v. infra, cap. 6). Por eso resulta indispensable hacer explícitas tales conexiones, porque así se tiene un fundamento para elaborar nuevas ideas y porque de ese modo también se respeta y se toma en cuenta expresamente el aporte de quienes ya han trabajado sobre el tema.
Para lograr lo anterior es necesario hacer referencia clara a la bibliografía que se haya consultado, la cual debiera resumir -del modo más completo posible- la suma de los aportes que posibilitan la realización del trabajo. Ello se hace mediante dos recursos técnicos, bastante similares entre sí aunque no idénticos: las citas textuales y las referencias a obras existentes. Una cita textual es la transcripción exacta de lo que ha dicho otro autor dentro del trabajo que se redacta. Una referencia (o cita ideológica, como a veces también se la llama) es la inclusión de ideas de otros autores pero en forma de resumen, interpretación o paráfrasis. [V. Finol de Navarro, Teresita y Hortensia Nava de V., Procesos y Productos en la Investigación Documental, Ed. de la Universidad del Zulia, Maracaibo, 1993, cap. 6. El lector puede consultar el texto para todo lo referente a este punto.] Cada una de estas técnicas cumple con objetivos específicos y se adapta a necesidades particulares del trabajo intelectual.
Las citas textuales (también llamadas directas o literales) se utilizan cuando las afirmaciones que queremos traer a colación son de una importancia tal que ameritan su transcripción literal. Ello ocurre especialmente cuando nos proponemos criticar las palabras de un autor o tomarlas como fundamento para nuestra exposición. Se comprenderá que, en el primer caso, resultaría injusta y de poco valor la crítica a nuestra versión de las palabras de otro; es preciso allí ser exactos, respetar la forma original en que se ha expresado el escritor al que aludimos. Lo mismo ocurre naturalmente en el otro caso, especialmente cuando se trata de conceptos o de definiciones, de afirmaciones que sintetizan una idea central del autor citado, o de un párrafo de particular concisión o belleza. En tales condiciones la cita textual enriquece nuestro escrito, pues nos permite incorporar con exactitud y en forma breve un conjunto de ideas ya desarrolladas por otros. También se suele usar lo que se llama cita "de autoridad", especialmente cuando queremos reforzar nuestras opiniones en torno a algún debate existente. En esas circunstancias resulta a veces útil informar al lector que no sólo somos nosotros los que así pensamos, sino que hay alguna autoridad en la materia, algún escritor clásico o célebre con el que compartimos puntos de vista. En todos estos casos la cita textual nos proporciona precisión y seguridad: no hay que olvidar que el cambio de una palabra, de un simple signo de puntuación a veces, puede alterar por completo el sentido de lo que se expresa en una oración.
Si bien las citas literales son, por todo lo anterior, tan importantes en un texto, ello no significa sin embargo que debamos exagerar su uso. Un desmedido número de citas, por lo general, da la impresión de cierta inseguridad, de que necesitamos constantemente apoyarnos en las ideas de otros y revela, por otra parte, una cierta falta de originalidad, particularmente cuando se trata de materias que son bien conocidas. El resultado puede ser bastante negativo para el trabajo que hagamos, puesto que el lector, ya así mal predispuesto, encontrará además que la lectura se le torna tediosa.
Por supuesto, no hay una norma fija en cuanto al número óptimo de citas a intercalar en un texto. Lo prudente aquí es razonar en cada ocasión la necesidad de apelar a este recurso, teniendo en cuenta que existen grandes diferencias de acuerdo a la materia tratada: no es lo mismo, en tal sentido, un trabajo histórico que requiere de un fundamento para cada afirmación que se haga, o un escrito filosófico en el que deben criticarse con rigurosidad expresiones complejas, que una obra sobre matemáticas o física experimental. En caso de dudas siempre recomendamos al investigador o escritor poco experimentado que recurra al ejemplo de trabajos que sean considerados como especialmente valiosos dentro de su campo de conocimientos. Ellos podrán darle una pauta más concreta, atendiendo a los usos y costumbres imperantes en cada disciplina, cada lugar y cada época, puesto que es fácil comprobar la existencia de grandes variaciones al respecto.
La advertencia que acabamos de formular respecto a la exagerada cantidad de citas debe hacerse también en cuanto a la extensión de cada una. Es bueno recordar aquí que una transcripción textual vale por su síntesis, porque puede expresar clara y concisamente una idea que nos resulta de interés. Por ello es imprescindible analizar bien el texto que estamos citando para encontrar los párrafos más adecuados a nuestros propósitos, sin caer en el vicio de trasladar largas e innecesarias secciones del texto original. Tampoco es aconsejable, por cierto, citar fragmentos inconexos, que pierden o alteran totalmente su sentido fuera del contexto en que fueron formulados. [V. al respecto las agudas consideraciones que formula Juan Nuño en su artículo "Al arte de citar", El Nacional, 7/9/1985, pág. A-6.]
Para indicar claramente a nuestros lectores que estamos utilizando material extraído de la bibliografía es preciso, rigurosamente, encerrar entre comillas las palabras que citamos. Debe prestarse especial cuidado a este detalle formal puesto que de otro modo estaremos cometiendo sencillamente un plagio, utilizando como si fueran nuestras expresiones que hemos tomado de los demás. Cuando se hacen citas relativamente largas o sobre las que de modo especial haya de recaer nuestro análisis, conviene que las destaquemos del texto principal por medio de algún recurso de diagramación. Se suele emplear para ello la sangría de todo el párrafo citado y un cuerpo o tipo de letra menor (cuando se escribe en computadora) o simplemente un espaciado entre líneas menor que el del resto del trabajo (un espacio en vez de dos) cuando se usa máquina de escribir.
Para que el lector sepa de quién son las palabras que estamos transcribiendo se coloca una llamada en el texto, después de cada cita, que nos remite a una nota donde se expresa claramente la fuente misma: deben apuntarse allí -en este orden- el nombre del autor, el título de la obra (subrayado si es libro o encomillado si es otro tipo de trabajo), la editorial, la ciudad donde se editó y el año de edición, así como la página exacta de donde se ha extraído la cita. Existe otro sistema, más frecuente en los países anglosajones, según el cual no se coloca la llamada y la nota sino que se intercala, luego de la cita, un paréntesis donde se pone sólo el nombre del autor, la fecha de la obra y la página que se ha citado; el lector luego puede encontrar, guiado por el año de publicación, el título y demás datos de referencia del texto original en la bibliografía general. Para éste y otros detalles de presentación recomendamos al lector que acuda a la bibliografía que, sobre técnicas de trabajo documental, incluimos al final de este libro.
Las referencias a textos, o citas ideológicas, permiten en gran medida evadir los inconvenientes que presentan las muy reiteradas o muy largas citas textuales. Ellas se utilizan cuando efectuamos paráfrasis, resúmenes o alusiones a lo ya escrito por otros autores. En este caso no se utilizan las comillas, puesto que no se realiza una mención literal de lo escrito por el otro autor, sino que se recogen las ideas de éste dentro de nuestra redacción. Aún así es conveniente respetar de algún modo la forma de expresión que caracteriza al texto al que nos referimos: el resumen o la paráfrasis legítimos son siempre fieles a la conceptualización original, pues de otro modo se puede caer en una distorsión o mala interpretación de los contenidos.
La utilidad de establecer referencias en un texto es en verdad múltiple. Ellas evitan, con una simple llamada, la tarea a veces inoportuna y fatigosa de citar de modo expreso las palabras de un autor al que sólo precisamos traer a colación indirectamente. Permiten apuntalar nuestras afirmaciones de un modo sencillo y efectivo, especialmente cuando estamos tratando materias sobre las que no pretendemos ser realmente originales. Gracias al recurso de incluir -en una sola nota de referencia- a varios autores que han trabajado un tema similar, podemos aligerar grandemente nuestra exposición, puesto que así englobamos diversos textos conexos a la exposición en una sola referencia. Para todo esto es preciso redactar nuestro trabajo de un modo adecuado, haciendo constar que tal o cual concepto, por ejemplo, ha sido acuñado por un determinado autor; allí colocaremos entre paréntesis el número o asterisco que nos remita a una cierta nota, donde aparecerá la referencia al escrito o escritos correspondientes. Estos habrán de mencionarse del mismo modo que para el caso de una cita textual, con la salvedad de que habrá que anteponer a los datos mencionados (v. supra) las abreviaturas v. o cf. que significan "véase" o "compare". [Cf. Hochman y Montero, Op. Cit., especialmente el apéndice sobre el significado de diversas abreviaturas.]
Las llamadas a las notas que se van realizando en un texto se deben ir numerando en forma correlativa, para su mejor ordenación. Hay autores que prefieren seguir una numeración independiente para cada capítulo y otros que continúan la misma a todo lo largo de un libro. Estas notas pueden aparecer:
Al pie de cada página (de allí el nombre de "notas al pie de página" que se les da muchas veces). | |
Al final de cada capítulo. En este caso la numeración debe reiniciarse también, obligatoriamente, al comenzar cada uno. | |
Al final del texto, luego de las conclusiones pero antes de los apéndices, cualquiera sea el sistema de numeración adoptado. |
La decisión sobre esto depende, en gran parte, de consideraciones tipográficas: así, aun cuando sean más cómodas para el lector las notas al pie de página, ello es relativamente complicado de efectuar en un manuscrito mecanografiado, por lo que generalmente se prefiere colocarlas ordenadamente al final. Cuando el texto se hace en computadora es en cambio muy sencillo adoptar el sistema de los pies de página, pues los actuales procesadores de palabras realizan automáticamente esta tediosa tarea. En todo caso lo importante es que exista un sistema único de referencias a lo largo de un trabajo, y que éste sea simple, sencillo de seguir.
Dentro de este conjunto de notas el autor tiene también la oportunidad de colocar, en la misma forma, acotaciones o comentarios marginales a lo que está tratando. En la nota, y como si continuara con la redacción del texto principal, podrá hacer las observaciones que estime pertinentes: ellas servirán para aclarar posibles confusiones, para remitir al lector a determinadas fuentes de información, para mencionar detalles complementarios o simplemente curiosos, etc. Este tipo de nota suele llamarse nota personal y conviene tener presente que se trata de un recurso excepcional, del que no hay que abusar para no interrumpir frecuentemente la lectura e "importunar" así al lector sin necesidad. De esta misma forma, aunque a veces sin seguir la numeración general sino colocando simplemente asteriscos, se incluyen las notas del traductor (abreviadas "N. del T.") o las notas del editor ("N. del E."). Cuando existe el riesgo de alguna confusión las notas originales del autor también se abrevian ("N. del A.") para distinguirlas de estas últimas.
Las notas suelen presentarse en un tipo menor al original o, cuando se escribe a máquina, siempre a simple espacio, dejando un espacio prudencial entre ellas y el texto principal, que a veces se separa también con una corta línea horizontal.
4.2. Otros aspectos de forma
Ya hemos hecho referencia a que los trabajos científicos deben cumplir con determinadas normas de presentación, según los re- quisitos que impongan al respecto las instituciones que los solicitan o evalúan. Entre tales restricciones suelen establecerse: límites para la extensión total de los mismos, tamaño del papel, espaciado y márgenes, forma de colocar las referencias y muchos otros detalles sobre los que no tiene sentido tratar aquí, puesto que son sometidos a diversas exigencias según los casos.
No obstante, para que el lector pueda tener una guía adecuada en cuanto a la elaboración de sus trabajos, nos referiremos seguidamente a algunos problemas que suelen presentarse en la práctica y que conviene tener en cuenta para una mejor presentación formal de los escritos.
La numeración de un trabajo es frecuentemente descuidada por muchos estudiantes y profesionales, especialmente en el caso de escritos breves. Ella, sin embargo, cumple un papel más importante de lo que parece, puesto que es sólo a través de la misma que un texto puede citarse o criticarse. En general la numeración se hace con números arábigos (los corrientes) y en forma consecutiva. Dos excepciones existen para esta regla general. La primera se refiere a que, en obras de cierta extensión (como tesis, trabajos de ascenso, libros, etc.), el prólogo -y raras veces también la introducción- puede ir numerado independientemente, en números romanos; luego sigue la usual numeración en arábigos. La segunda excepción es la numeración por capítulos. En este caso cada página lleva un primer número, que indica el capítulo y, separado por un guión, el número de página correspondiente. Así, por ejemplo, en esa notación, la página 4-11 correspondería a la página número once del capítulo cuatro. Este sistema se utiliza cuando cada capítulo de un trabajo debe o puede ser analizado separadamente, cuando los mismos son creaciones de autores diferentes y en otros casos similares.
Ya hemos visto también (v. supra, 3.3) la forma en que el cuerpo de un trabajo ha de dividirse en partes, capítulos y secciones menores. Es conveniente que cada una de ellas posea una forma de identificación. A tal objeto suele usarse un sistema decimal, alfabético o mixto. En este libro, por ejemplo, usamos un sistema decimal para ordenar los capítulos: así, "3.3" significa que estamos refiriéndonos a la sección tercera del tercer capítulo. En notación alfabética podríamos haber escrito "C.c", o en forma mixta "3.c" (o eventualmente "C.3") para indicar lo mismo. También, para tales efectos, pueden usarse los números romanos. Lo único importante a este respecto es utilizar un sólo sistema de notación a lo largo de cada trabajo y, por supuesto, conocer las normas que al respecto podrían haber definido las instituciones ante los que los presentamos.
La elección de un buen título es sin duda algo que debe hacerse con mucho cuidado porque, en primera instancia, nuestro trabajo será juzgado a partir del mismo. Los lectores se acercarán o no a la obra de acuerdo al interés que éste despierte y la leerán -en una cierta medida- atentos a la promesa que siempre un título supone, pues se asume implícitamente que el título condensa los tópicos tratados en ella. Hay que definir el título de un trabajo atendiendo pues al contenido del mismo y no a las intenciones que pudiésemos haber tenido en un principio; de allí también que su forma definitiva sólo podrá fijarse al concluir el escrito y que en el ante-proyecto o proyecto previos sólo puedan establecerse enunciados provisionales.
Un título, además, debe ser lo suficientemente explícito y concreto como para indicar al lector las características específicas de la obra que está examinando. Como esto puede conspirar contra la ya citada exigencia de brevedad suele utilizarse un recurso que evita la enunciación de un título demasiado largo. Se establece entonces un título principal, conciso y genérico, y luego un subtítulo que sirve para determinar mejor los contenidos del anterior. Así, por ejemplo, si luego del título Investigación Documental sigue el subtítulo "Técnicas y Procedimientos", entendemos claramente que no estamos frente a un libro que trata de los problemas teóricos de tal tipo de investigación sino ante un manual que se propone dar información operacional y concreta sobre el tema. Por cierto, se hubiera podido en tal caso redactar un título más largo, que englobara ambos elementos; se podría haber puesto así: Técnicas y Procedimientos de la Investigación Documental, pero el resultado -como el lector apreciará- es menos ágil y elegante, lo que entraba en algo la percepción de las ideas.
Es oportuno destacar aquí que un título debe responder también al tipo de público al cual, en principio, nuestro trabajo va dirigido. No es lo mismo titular un artículo para un periódico que para una revista científica, puesto que en el primer caso tendremos que apelar a ciertos recursos necesarios para captar de inmediato la atención de un lector probablemente con poco tiempo, al que reclaman por igual informaciones muy diversas, mientras que en el segundo nos encontraremos con un auditorio mucho más reducido y especializado, al que los títulos que lee les resultan una buena guía temática y no un estímulo pasajero. Idénticas consideraciones podríamos hacer si comparamos un libro de esperada venta masiva -que debe poseer un título y una diagramación exterior atractivos, que cautiven la atención- con una tesis doctoral, donde la exactitud del título es desde luego mucho más apreciada que su impacto inicial o su elegancia.
En los trabajos científicos, a veces, se incluye un complemento que no forma parte regular de su estructura. Nos referimos al llamado post scriptum o postdata, una sección que se les agrega tiempo después de haber concluido su redacción. Su objeto es completar, aclarar o actualizar el contenido previo. Suele incluirse al final, después de las conclusiones o en lugar de ellas, aunque a veces se lo sitúa luego del prólogo, especialmente cuando reviste la forma de un prólogo a la segunda edición. En tal caso se lo suele designar como postfacio. En ninguna circunstancia conviene que tales escritos posean una dimensión muy amplia, que compita con la del cuerpo del trabajo; sus contenidos tendrán que ser visiblemente complementarios a la obra, no apartándose de los temas fundamentales tratados allí. Su misión será más bien la de aportar nuevos elementos que hayan surgido con el tiempo y que se considere conveniente incluir en el trabajo, con lo que se evita así acudir al extremo de volver a escribir éste completamente. Ello resulta especialmente apropiado cuando surgen nuevas informaciones de importancia, cuando con el tiempo se han alterado algunos aspectos de los temas tratados, o cuando es preciso aportar opiniones o datos a algún debate que el texto ha provocado o que haya surgido posteriormente a su redacción, pero en relación directa con su contenido (v. infra,11.2).